LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Música y letra: «Haz lo que quieras de mi, Señor»

Print Friendly, PDF & Email

¿Qué implica dejarlo todo en manos de Dios?

Hay veces en la vida en que nos sentimos perplejos, confusos, sin saber cómo caminar. Hemos luchado, hemos sufrido, hemos orado…, y nada parece ocurrir. Intentamos resolver los problemas y conflictos por nosotros mismos, pero nos superan. ¿Puedes imaginarte una enfermedad de un ser querido, un problema con los hijos que parece irresoluble, un acoso laboral que nos angustia, un futuro que prevemos incierto… pero nada podemos cambiar por más que lo intentamos? Después, cuando estamos a punto de rendirnos, es cuando caemos en la cuenta de que hay una solución, que es aparentemente sencilla pero bastante difícil de aplicar, y es dejarlo todo en manos de Dios. Y dejarlo todo significa dejarlo todo. Eso implica confiar en que Dios obrará según su soberana y perfecta voluntad.

Este confiar en que Dios hará lo mejor, es un asunto de aprendizaje y aplicación cotidianos. No vamos a hacerlo de golpe, pero debemos empezar ya. Recordamos el pasaje de la Biblia en Jeremías 18: 1-6, donde se ilustra el trabajo de alfarería que Dios hace con nosotros y en nosotros. Allí está el barro necesario para hacer las vasijas y el alfarero que les va a dar forma. El alfarero es un experto, un veterano, no hay duda de su pericia, y se dispone a trabajar. Pone un buen puñado de barro en el torno y empieza a agitarlo. De esa masa informe está saliendo una estilizada ánfora, un cántaro voluminoso, un vaso, un precioso plato… ¡Qué bonito parece estar quedando! Pero, de pronto, surge una grieta, pequeña, casi no se ve, pero la cara del alfarero que la mira con disgusto nos hace sospechar que no es de su agrado. Y, ¡oh sorpresa!, de pronto, desecha toda aquella preciosa vasija y la tira en un rincón donde hay otras vasijas fallidas. “Pero, ¿qué ha pasado?”, preguntas, y él contesta: “esta pequeña grieta que casi no se ve, le da al recipiente una debilidad importante. Cuando se use para lo que se ha formado, acabará agrietándose y rompiéndose más aún”.

¿Por qué se agrietó? El barro tal vez estaba mezclado con otro material inadecuado, tal vez no estaba suficientemente trabajado, tal vez estaba reseco. Sea como fuere, el resultado no era el necesario, y el alfarero lo desechó. Pero él siguió trabajando hasta conseguir una buena vasija.

Cada vez que algo inesperado y doloroso o preocupante viene a nuestra vida, somos trabajados por el Maestro. Y nos duele, pero es necesario para que cada vez se construya con nosotros una vasija más perfecta, que no se rompa al primer envite.

Este himno nos habla del momento en que decidimos dejarnos usar por el divino Alfarero, por Dios. “Haz lo que quieras” es un canto de renuncia a lo propio y un dejarse en manos de nuestro Creador. ¡Qué difícil es!

Haz lo que quieras de mí, Señor.
Tú el Alfarero, yo el barro soy.
Dócil y humilde anhelo ser;
¡Cúmplase siempre en mí, tu querer!

Haz lo que quieras de mí, Señor.
Mírame y prueba mi corazón.
Lávame y quita toda maldad,
para que tuyo sea, en verdad.

Haz lo que quieras de mí, Señor.
Cura mis llagas y mi dolor.
Tuyo es ¡oh, Cristo! todo poder.
Tu mano extiende y sana mi ser.

Haz lo que quieras de mí, Señor.
Del Paracleto dame la unción.
Dueño absoluto sé de mi ser;
Que el mundo a Cristo pueda, en mí, ver.

La autora del poema es Adelaida A. Pollard, quien nació en 1862 en Bloomfield (Iowa, EE.UU.). Ella es autora de más de 100 himnos. Desde joven se formó para el ministerio de enseñanza y evangelismo. Fue maestra de niñas y tuvo una gran reputación como maestra itinerante de estudios bíblicos. También trabajó con dos evangelistas, pero su deseo íntimo era ir de misionera a África. En una ocasión, cuando su deseo era más fuerte, intentó recabar fondos para ello, pero no lo consiguió. Quedó muy defraudada.

Poco después, en una reunión de oración, escuchó a una mujer que oraba así: “Realmente no importa lo que hagas con nosotros, Señor, solo haz tu propia voluntad con nuestras vidas”.

Para ella, esta fue la contestación a su desaliento, y entendió que es mejor que Dios haga lo que quiera hacer en nosotros que perseguir nuestros propios sueños, los cuales quizás no están en la voluntad de Dios.

Cuando llegó a su casa estuvo meditando en la historia del alfarero que trabaja constantemente para hacer las vasijas a su forma, y compuso este poema. Era en 1902, tenía, pues, 40 años. Cinco años después, George Stebbins (1846-1945), un talentoso director de los coros de grandes iglesias bautistas y colaborador fiel en campañas evangelísticas de Dwight L. Moody y en otras campañas en Europa, compuso una melodía que llamó “Adelaida”, la cual se usó para cantar este himno. Desde su composición ha sido cantado en las iglesias y por numerosos y conocidos cantantes americanos como Johnny Cash, Jim Reeves o Mahalia Jackson, entre otros.

Como anécdota acerca de este himno en su versión inglesa (Have Thine Own Way, Lord – en inglés), se produjeron fuertes discusiones a la hora de incluirlo en determinados himnarios. La estrofa dos hablaba de “ser hallado mas blanco que la nieve”, pidiendo ser lavado por el Señor. Pero esta parte de la estrofa molestaba a los creyentes afroamericanos que aducían que ellos, al ser lavados, externamente se quedaban igualmente negros. Pero los creyentes blancos decían entender que no se refería al color de la piel humana sino al alma, como se señala en el Salmo 51:7: “Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve”. A causa de ello, después de largas y concienzudas discusiones, se introdujeron en algunos himnarios modificaciones por parte de Adelaida A. Pollard.  En la traducción al castellano que hizo el señor Ernesto Barocio, no se alude a nada que tenga que ver con color.

La tercera es una estrofa más autobiográfica, donde la autora hace referencias a la necesaria sanidad y recurre al poder de Dios para ello. Finalmente, en la última estrofa se llama al Espíritu Santo “Paracleto”, quien es el que refleja a Cristo en nosotros. Su unción nos permite andar conforme a la voluntad perfecta de Dios.

La señora Pollard siguió sirviendo toda su vida al Señor. En 1932, cuando se dirigía a un viaje para asistir a unas reuniones, de Nueva York a Nueva Jersey, sufrió una fuerte indisposición en la misma estación, falleciendo a los pocos días; se cree que de una ruptura del apéndice. Corría el año 1934 y tenía 72 años.

¡Haz lo que quieras de mí, Señor! ¿Es esta tu oración?

Mª Luisa Villegas Cuadros