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Música y Letra: Del madero Tú, amor mío …

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Un compositor cristiano que dio nombre al “hombre de Neanderthal”

La tendencia actual en las iglesias es elegir para cantar durante el tiempo de alabanza y adoración, preferentemente aquellos himnos o cánticos que tienen música alegre; no importa que la letra sea en ocasiones muy floja literariamente o con poca o ninguna referencia a textos bíblicos.

El himno que vamos a comentar, es uno de esos que hoy son considerados aburridos y “pasados de moda”, especialmente por su melodía lenta y algo triste. Sin embargo, su letra, la poesía y las verdades que encierra, son portentosas. Es un himno poco o nada entonado, incluso en las iglesias más tradicionales, aunque está incluido en los himnarios para ser cantado durante la Semana Santa.

El autor de este himno se queda profundamente afligido al contemplar la imagen de Jesús clavado en un duro e indigno madero. Su dolor ante esta figura doliente es tan grande, que se asombra de que él mismo no muera, y concluye admirado: o es que no conozco tu gran amor o es que no comprendo mi error. Y es, entonces, cuando reconoce que hasta que la gracia de Dios no le llegó, había sido incapaz de percibir que las culpas personales fueron las que clavaron a Jesús en la cruz. Esa luz y esa gracia recibidas, le permiten ahora distinguir el motivo real del sacrificio de Cristo; son las propias trasgresiones, el orgullo, la altivez, la infidelidad, los vanos pensamientos, las malas obras, los que causaron los azotes, los bofetones, los clavos en los pies y manos, las sienes taladradas, la hiel que se le ofreció a beber… Y hasta que no encontró la fe, ha sido incapaz de conocer que es él mismo el que ha clavado a Jesús en la cruz.

Y ahora, si nos identificamos con el poeta, sabremos darle una nueva fuerza al poema al decir: porque fueron mis pecados, mis trasgresiones, los que provocaron todo el atentado injusto, todo el duro martirio de quien me amaba hasta dar su vida por mí. Sin su muerte, que yo misma provoqué, nunca hubiera podido ser perdonada, ni restaurada en mi relación con Dios. Y, desde luego, no hubiera podido ser adoptada como hija de Dios.

El compositor del texto, y de la antigua música que se usaba, fue Joachin Neander, nacido en Bremen (Alemania) en 1650 y fallecido en esta misma ciudad treinta años más tarde. El traductor al castellano fue Juan Bautista Cabrera. J.Neander, quien perdió a su padre en la adolescencia, comenzó a realizar estudios teológicos, aunque no era su vocación; de hecho, su vida estaba muy alejada de Dios. Sin embargo, a los 20 años entró en una iglesia junto a un amigo con la intención de divertirse a costa del oficiante. Pero éste era uno de los iniciadores del movimiento pietista, rama regeneradora de la iglesia Reformada Alemana, y ese día pronunció un sermón muy ungido. El mensaje versaba sobre 1ª de Pedro, y en él se incidía en la necesidad de una profunda renovación espiritual y una verdadera santidad interior cuando se entrega la vida a Cristo. Y la respuesta del joven veinteañero, profundamente impactado, fue: sí, yo quiero.

Después de graduarse en Teología, le llamaron como director de la escuela latina de la congregación reformada de Düsseldorf en 1674. Allí Neander promovió reuniones pietistas e implantó algunas normas arbitrarias en la escuela, que no gustaron a los reformados. A punto de ser desposeído de su cargo, renunció a estas reuniones secretas y apartadas de la iglesia madre, y a otras cuestiones en litigio.

Durante su estancia en Düsseldorf solía realizar largos paseos por la bella naturaleza que rodeaba la ciudad. Allí se inspiraba y de allí salieron la mayoría de los 60 himnos que escribió; y de éstos le puso música a diecinueve.

Él solía acercarse al valle del río Dussel, y era allí, en medio de esa exuberante naturaleza, donde realizaba cultos de adoración para los creyentes locales; se relajaba y admiraba la creación de Dios. Sus visitas eran tan frecuentes que empezaron a llamar a aquel lugar el valle de Neander. Pero no fue hasta 1856, con el descubrimiento en la zona de los restos fósiles del llamado “hombre de Neanderthal”, que dieron el nombre definitivo a esta parte del valle: el “valle de Neanderthal”, que significa en alemán “El valle de Neander”, en honor a aquel maestro pietista que 200 años antes había adorado a Dios en este lugar.

En 1679 fue llamado a Bremen, a la iglesia donde se había convertido, pero se le declaró una tuberculosis, incurable en aquella época, y murió al año siguiente. Tenía tan solo 30 años.

Durante las últimas semanas de enfermedad, dio muestras de un profundo amor por el Padre y un deseo de estar más cerca de Él. “Oigo la voz de mi Padre… ¡Ojalá fueran las ruedas de su carro, viniendo a por mí!” – dijo durante una tormenta; una confianza total en la misericordia de Dios. “Los montes se moverán, y los collados se moverán, pero mi misericordia no se apartará de ti…” (Isaías 54:10), recordó poco antes de fallecer.

Muchos de los himnos de Neander son fuertemente emocionales, devotos y sinceros. “Alma bendice a Jehová”, en inglés “Praise to the Lord”, es bastante conocido, ya que es cantado en muchos de los servicios religiosos oficiales de la corona británica.

El himno de Neander, que hoy tratamos, es un poema de reconocimiento de la obra redentora de Cristo a favor de toda la humanidad, pero que solo es efectiva para aquellos que asumen que son los propios pecados los causantes de la muerte de Cristo: “Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados…” Isaías 53:15. Dios nos ayude a entender que Él murió por cada una de nosotras.

LETRA:

Del madero Tú, amor mío,
pendes próximo a morir.
¿Y te miro yo y no muero?
¿Cómo puedo aún vivir?
O no conozco tu amor,
o no comprendo mi error.

Ignorara que mis culpas
te colocan en la cruz
si tu gracia no inundara
mi conciencia con tu luz;
Mas desde que tengo fe,
¡Oh, Señor! todo lo sé.

Sé que son mis transgresiones
quien te azota sin piedad;
Quien tu rostro abofetea
es mi impune iniquidad;
Y mi orgullo y altivez,
quien te pone en desnudez.

Sé que son mis malas obras
quien tus manos traspasó;
Y mis vanos pensamientos
quien tus sienes taladró;
Y el haber yo sido infiel,
quien te obliga a beber hiel.

Sé que está Dios satisfecho
con tu sagrada pasión.
Sé que para mis pecados
tengo el más amplio perdón;
Porque me aclara tu luz
el misterio de la cruz.

Mª Luisa Villegas Cuadros