“En la oscuridad, la verdad divina brillaba con más claridad…”
Encontramos a Corrie en Ravensbruck -campo de exterminio alemán en el siglo pasado-, sobrepasados ya los cincuenta años. Ha recorrido diferentes cárceles. La crueldad del trato, el trabajo, largas esperas bajo el cortante frío sobre los helados charcos, el frugal alimento; la escasa ropa, el hacinamiento en salas infectadas de parásitos, colchones de podrida paja sobre estrechas tarimas ocupadas por varias mujeres, la llevan a preguntarse: “¿Cómo podremos vivir en semejante lugar?”. La respuesta: Os rogamos… que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos… estad siempre gozosos, orad sin cesar. Dad gracias en todo (1 Ts. 4:14-18). ¡¡Un pasaje escrito para Ravensbruck!!
En medio del indescriptible horror, “la Biblia le parecía algo misterioso, nuevo. Su lectura había dejado de ser una creencia para hacerse pura realidad”.
Sumergida en tan tremendo abismo, iba de asombro en asombro ante los “pequeños” milagros de este Dios inefable, que escoge revelarse más precioso cuanto mayores son las sombras y el dolor. Que Él no la dejara separada totalmente de los suyos, fue algo increíble. En ese lugar de horrores tuvo a su amada hermana mayor, delicada de salud, Betsie, que le dio grandes lecciones de fe, esperanza y… ¡lo que es saber perdonar!
Nació en un hogar cristiano, donde cada día se tenía muy en cuenta la presencia de Dios, avivada la fe por los constantes consejos del padre, Casper Ten Boom, cuya Biblia se abría para la lectura diaria y la oración con la familia.
Padre, madre, tía, un hijo y tres hijas, amén de los empleados, parientes y visitantes, daban alegría a aquel hogar donde siempre resonaba la música, vibraban los cantos y había interesantes conversaciones.
La familia llevaba una vida sosegada y feliz en la casa solariega de Haarlem, Holanda, pero llegó el día en que fueron invadidos por los nazis, desenfrenados con la búsqueda de judíos a quienes borrar del mapa.
Amantes de este pueblo, los cristianos por todo el país expusieron sus propias vidas protegiéndolos de maneras inimaginables. En el hogar solariego de los Ten Boom, aun sabiendo a qué se exponían, se recibió a siete descendientes de Abraham, que se ocultaban, a la señal de alarma, en un cuartito secreto construido especialmente con ese fin.
La relojería seguía funcionando, ocupando las dos hermanas, junto al padre, su puesto tras el mostrador. Todos escuchaban con fervor la lectura de la Biblia, y se oraba en la sobremesa tras el frugal alimento, a duras penas conseguido. Corrie estaba al frente de todo. ¡Ella, una mujer sencilla, fiel cristiana, cuyas grandes ocupaciones habían sido la relojería y la asistencia a minusválidos y discapacitados mentales!
Y un día… no fue falsa alarma: ¡Habían sido traicionados! Milagrosamente, los judíos pudieron escapar, supo bastante después, pero toda su familia fue hecha prisionera.
Corrie fue de prisión en prisión, pasando meses de aislamiento muy enferma. Dios quiso que coincidiera con su hermana Betsie en su viaje a la temida Alemania y al horrendo campo de exterminio en Ravensbruck.
Un gran milagro fue que pasara oculta a los escrutadores registros de los implacables opresores, la Biblia que llevaban oculta todo el tiempo, colgada al cuello y echada a las espaldas. Obligadas a deshacerse de sus ropas para usar el uniforme de la prisión, pudo arreglárselas para esconderla entre las mismas en un rincón de los baños, y aprovechar para recogerla en la primera ocasión. Sí, fue prodigioso conservarla, por cuanto allí eran desprovistas de todo lo que les supusiera un alivio o placer; y en efecto llevó consuelo y ayuda, en medio de tan dolorosa circunstancia, a las muchas mujeres, ávidas de aliento, que oían su lectura al pie de la tarima de las dos hermanas, “gustando de antemano las glorias del cielo en un infierno (…) En la oscuridad, la verdad divina brillaba con más claridad”, y el lugar sentía su bienhechora influencia.
Hubo para Corrie momentos en que deseó con fuerza la muerte de quien los había traicionado. Pensaba en su padre, de cuya muerte tuvo noticia; pero Betsie siempre la apaciguaba recordándole que Dios ama a todos y que debía perdonar. Y al ver apalear a una enferma mental: “En nuestra casa recibiremos a enfermas como éstas para mostrarles la grandeza del amor de Dios”. Y también: “Veo una mansión con jardín, donde se recuperarán cultivando las plantas, los doloridos corazones de los que salgan de estos lugares. Y una casona gris, pero que pintaremos de verde claro, como cuanto brota en la primavera”.
Dios se llevó apaciblemente a Betsie en medio de los horrores de Ravensbruck, y no mucho después, por error, Corrie fue libertada.
Ya en Haarlem, no resiste su casa cerrada, y la llena de enfermos mentales, según los nazis, “no aptos para la vida”,
Pero encuentra su objetivo cuando, recordando los deseos de Betsie, se lanza a las calles y suburbios para proclamar que “el gozo del Señor es más profundo que la desesperación”. Fue recibida con anhelo en la desolada Haarlem; en iglesias, clubes y casas particulares, para oír lo aprendido en Ravensbruck.
Una rica dama cedió su mansión, rodeada de prados y jardines, donde los maltrechos excarcelados “mejorarían cultivando plantas”
Más tarde se le ofrece hacer la misma tarea para infinidad de gente emocionalmente enferma en un antiguo campo de concentración. Recordando la “visión” de Betsie, exigió: “fachada pintada de verde claro, como todo lo que nace en primavera”.
Aunque Betsie murió en Ravensbruck, sus sueños se cumplieron, porque Corrie fue liberada, aunque por error. ¡Cómo los permite Dios para llevar a cabo los pensamientos que Él mismo pone en sus hijos! A punto de terminar la guerra y con asombro, pudo ver la casa de los sueños de su hermana, para los enfermos salidos de los campos de concentración, cedida por una mujer rica. Y la casa solariega fue centro de acogida para enfermos mentales.
Corrie viajó dando conferencias por muchos países, pues todos querían conocer su historia. Su consejo a los residentes de la mansión era que debían perdonar las grandes injusticias, pero ella misma fue puesta a prueba al encontrarse en una de sus conferencias en Alemania con uno de los crueles guardias de Ravensbruck.
“¡Qué gozo haber recibido el perdón del Señor, señorita Ten Boom! Ahora preciso también el suyo”. ¡¿Cómo?! ¿Perdonar su malvado comportamiento? En su corazón se entabló una terrible batalla; pero clamando al Señor para que cambiara sus sentimientos, extendió su mano hacia quien las había maltratado. ¡Se hizo el milagro! El amor de Dios corrió de su corazón hasta la punta de los dedos que estrecharon la mano del antiguo verdugo.
Con ochenta años, Corrie seguía activa en esta labor de dar a conocer a Cristo y cuanto de Él habían aprendido y puesto en práctica en Ravensbruck. Además, escribió libros y devocionales verdaderamente inspiradores.
Corrie pasea ahora por los preciosos prados del cielo, regocijándose en la contemplación de su amado Salvador.