Ella entendió que no merecemos nada, y solo podemos depender del amor y la gracia de Dios para Sus respuestas
Las madres, cuando oramos por nuestros hijos, lo hacemos con todo el corazón. Pero, muchas veces, nos preguntamos cuándo llegará la respuesta de parte de Dios.
En el evangelio de San Marcos, capítulo 7, encontramos la historia de una madre; y también en el capítulo 15 del evangelio de Mateo, en el que podemos leer el relato paralelo. En estos textos hallamos la historia profundamente inspiradora y desafiante de una mujer cuyo encuentro con Jesús nos enseña cómo perseverar en la oración.
Esta mujer es conocida como la mujer sirofenicia y, la pobre, estaba absolutamente desesperada por la condición de su hija que, según el texto bíblico, estaba poseída por un espíritu maligno.
No era una mujer judía pero, de alguna manera, reconoció que Jesús era el único que podía ayudarla y decidió ir a Él sin importarle demasiado los obstáculos que iba a encontrar por el camino.
El Señor, en su misericordia, que siempre le caracterizaba, saliendo del territorio de Israel, se fue precisamente a la ciudad de esa mujer. O sea, podríamos pensar que, realmente, el Señor fue a su encuentro, lo que le permitiría hacer la oración mencionada.
Vemos que al acercarse a la figura de Jesús, lo hizo de manera tremendamente humilde, con palabras como las siguientes: Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí. Mi hija está terriblemente enferma, atormentada por un espíritu maligno”. Yo creo que esta madre, sin entender del todo quién era el hombre que tenía delante, rogó, y su ruego estaba lleno de admiración y de reverencia, porque parece que, en aquel momento, esta mujer reconoció lo que muchos judíos eran incapaces de ver: que Jesús era el Señor.
Por eso, cuando elevamos nuestras oraciones por nuestras desesperantes necesidades, debemos recordar que lo importante no es sólo pedir, sino tener presente, sobre todo, que el poder no está en la oración, sino en la Persona que escucha la oración.
El relato bíblico nos da a entender que al principio Jesús no respondió. Este silencio, sin duda, podía haberla desanimado y echado para atrás en cuanto a su convencimiento de lo mencionado en los párrafos anteriores. Pero ella no se dio por vencida. Persistió en su demanda, lo cual ya es una prueba de su fe.
Cuando nos parece que el cielo es de bronce (Deuteronomio 28:23) y parece que nuestras peticiones no llegan al trono de la gracia, debemos saber que Dios está obrando a nuestro favor en formas que aún no podemos ni imaginar.
Además, Jesús, finalmente, responde de forma dura e incluso inexplicable, según nuestro entender, para venir de Sus labios: Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos (Marcos 7:27). ¡Qué frase tan inesperada de parte de Jesús!
Pero esta respuesta tenía, en ese momento, una lógica que reflejaba la prioridad de Su ministerio entre el pueblo judío.
Aun así, la mujer no se retiró, aunque seguramente se desanimó, pero contestó de una forma genial, mostrando su fe en Aquel que la escuchaba: Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos” (Marcos 7:28). ¡Espectacular respuesta que parece surgir de forma casi inmediata!
¡Cuánto tenemos que aprender de la humildad y la fe de esta mujer! Es obvio que no exigía privilegios; sólo acudía a Él por su misericordia. Fue consciente de que, igual que nosotros, no merecemos nada y sólo podemos depender del amor y la gracia de Dios para Sus respuestas.
Jesús contestó rápidamente: “Mujer, ¡grande es tu fe! ¡Hágase como tú quieres! (Mt.15:28). En Marcos simplemente registra: “Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija” (7:29). Y la mujer regresó a su casa y encontró lo que el Señor le había dicho: Su hija era libre del espíritu inmundo.
Me gustaría extraer de esta historia, la importancia de cuatro cosas para nuestras vidas diarias:
1. La importancia de la persistencia en oración.
Nunca debemos rendirnos ante el silencio de Dios, ni ante las respuestas difíciles. Muchas veces los silencios de Dios o las respuestas que no esperamos, nos desconciertan. Nunca debemos perder la fe en que Dios, nuestro Dios, está atento a nuestras oraciones, y en que Él va a responder a nuestras peticiones según su voluntad para nuestras vidas que, recordemos, siempre va a ser lo mejor para nosotros; porque Romanos 8:28 sigue vigente: “A los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien”; es decir, a ser más como Jesús.
2. Necesidad, por parte nuestra, de ser humildes en nuestras peticiones.
Siempre debemos acercarnos al trono de la gracia con una actitud de no merecer nada, con una predisposición de humildad y fe. Debemos reconocer que, en cualquier circunstancia, su grandeza y nuestras necesidades, en este mundo caído, hacen que cada día nos tengamos que levantar, sabiendo que, en palabras de Jesús: “En el mundo tendremos aflicción” (Jn. 16:33). Pero siempre debemos confiar, también, en que “mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4).
3. Ir cultivando una fe inquebrantable.
Debemos creer, como la mujer sirofenicia, que Jesús tiene todo poder. Esto nos desafiará para mantener nuestra creencia absoluta de que Él puede hacer cualquier cosa que le pidamos según su voluntad, incluso cuando las circunstancias que nos rodean sean imposibles y parezcan insalvables.
4. Creer que Jesús siempre nos responderá con amor.
Aunque las respuestas de Dios, a veces, parezcan tardar, sabemos que Él nos escucha y nos ama. Podemos confiar en que, al igual que en el caso de la mujer de nuestra historia, siempre nos llegará, a su tiempo y según su voluntad, la respuesta divina. Jesús actuará con amor, incluso cuando no entendamos la respuesta ni Sus métodos.
¿Qué te parece?