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La mamá y el niño: La adolescencia (segunda parte)

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Los padres tienen que saber que esta etapa es vital, y no deben tirar la toalla pensando que es demasiado tarde para disciplinar

En el artículo anterior estuvimos escribiendo acerca del desarrollo físico del adolescente y del cuidado que deben tener las madres en cuanto a sus propias reacciones ante el cuerpo de sus hijos/as.

Esta vez, como prometimos, queremos abordar sucintamente el desarrollo socio-familiar y las implicaciones del deseo de independencia progresiva del adolescente, y la necesidad imperiosa de seguir educándole.

Sabemos que, hasta que llega la pubertad, el niño/a está sumergido/a en la familia de forma incondicional, siendo más fáciles y obedientes en su trato. Y aunque la educación, a la edad que sea, requiere siempre esfuerzo y creatividad, será ahora, en estos años difíciles, cuando tendremos que agudizar el ingenio para vivir con los adolescentes y seguir educándoles sin morir en el intento; porque en la mayoría de los casos cambian su relación con la familia de forma muy sorprendente, y pueden aparecer conductas muy disruptivas como las que siguen:

Cambios del estado de ánimo, pudiendo pasar de estar contentos a enfurruñarse sin saber muy bien el porqué, enrareciendo el ambiente con sus actitudes y acciones.

Se pueden volver más agresivos con sus hermanos y también con los padres, pudiendo incluso llegar a ser insolentes y parecer que sus sentimientos de afecto hacia la familia se han esfumado.

Se vuelven irrespetuosos y no quieren obedecer las normas que rigen la buena convivencia en la casa, saltándose las normas establecidas sin importarles demasiado.

Parecen muy irresponsables ante sus tareas, hacen lo mínimo y a regañadientes.

No presentan gran motivación por casi nada, especialmente a nivel de estudios.

Ya no están dispuestos a salir ni estar con la familia, prefieren estar siempre con sus amigos.

Pueden llegar a engañar a los padres con el fin de hacer lo que desean…

La lista que acabamos de hacer no es exhaustiva; podríamos seguir pero creo que ya nos da una idea del sufrimiento de los progenitores durante esos años y, especialmente, de la madre ya que muchas veces se queda «en medio» de la batalla entre el padre y los chicos /as de estas edades.

Esto es así porque las mamás siempre queremos proteger al máximo a los hijos y, aunque sepamos que no están actuando correctamente, los defendemos e intentamos esconder algunas de las conductas a fin de que no se lleven un buen rapapolvo por parte del padre, haciendo que el ambiente en la casa se enrarezca de forma insostenible.

Pero, queridas mamás, los adolescentes necesitan límites, y tenemos que saber que el problema viene porque chocan dos necesidades: la del adolescente en la búsqueda de su identidad -que en este momento se trata de encontrar por oposición a los padres- y la necesidad de éstos de seguir controlando a sus hijos con todo rigor.

Ambas necesidades se tendrán que reconciliar. Los adolescentes deberán entender que deben respetar unos límites y los padres tendrán que aceptar que, más tarde o más temprano, deben confiar y dejar de ejercer un control excesivo sobre los hijos que se hacen mayores.

Pero los límites, en esta edad, se tendrán que poner con «mano de hierro pero con guante de seda».

Definimos los límites como las líneas que los padres deciden que no se deben traspasar. Por lo tanto, en esta edad, se ha de establecer lo que podemos llamar una “ley marco”, que serán aquellas cosas que los progenitores dictaminan que se han de cumplir, y ante las que habrá tolerancia cero; pero dentro de ese marco, se tendrán que pactar otras cosas que los chicos/cas deseen hacer y en las que los padres querrán demostrar una cierta flexibilidad.

Los límites sanos también les darán a nuestros hijos sentido de pertenencia, y les harán falta para saber quiénes son de verdad; y tendrán que reconocer, de alguna manera, que por ellos mismos son incapaces de establecerlos.

A partir de la pubertad, el adolescente «sale» de la familia en el sentido de que sus iguales (amigos o no) empiezan a tomar una relevancia muy grande, en detrimento de la importancia que antes le daba a sus padres. Pero esto no debe hacernos olvidar que sigue dependiendo de su padre y de su madre para establecer límites y disciplina, porque los adolescentes no pueden establecer su propia estructura de contención.

Es muy importante entender que, aunque los hijos se hagan mayores, los padres tienen que saber que esta etapa es vital, y no deben tirar la toalla pensando que es demasiado tarde para disciplinar.

En educación no debemos nunca darnos por vencidos, aunque la tarea se haga difícil. Por eso volvemos a la necesidad del «guante de seda». Los padres necesitarán poner los límites demostrando siempre amor incondicional, aunque los hijos se estén portando mal o realizando conductas inadecuadas. Se hará necesario hacerles entender que sus actos tienen unas consecuencias, pero será muy importante hacerlo desde el amor demostrado en palabras y acciones.

Los adolescentes necesitan un hogar donde reine el amor y la amabilidad, aunque ellos, en estos momentos, no hagan la vida muy fácil a la familia; e incluso, algunos, parezca que vivan en una pensión. Pero necesitan, más que nunca, un hogar en el que no haya gritos ni malos modos. Donde se diga lo que está bien y lo que está mal sin agredir, ni menospreciar, ni insultar. En el caso de que sea el padre el que actúe de forma excesivamente agresiva, va a generar un ambiente enrarecido en el que la madre se va a sentir mal, y llevará el péndulo del trato con su hijo/a hacia el encubrimiento de las conductas erróneas, para que el padre no se enfade. No es justo ni bueno, a nivel de modelos, que se llegue a esa forma de actuar. Los dos progenitores deberán presentar un frente común: la madre no le quitará la autoridad al padre, y el padre actuará con la determinación que le confiere el lugar de cabeza en la familia, pero intentando que su forma de actuar no aleje al hijo de sus cuidados y disciplina, manteniendo abiertas siempre las vías de comunicación.

¿Qué te parece?

Ester Martínez Vera