Pretendemos que los niños “salgan bien” por generación espontánea, y eso es imposible…
Creo que uno de los peores sufrimientos para cualquier mamá es ver sufrir a sus hijos. Incluso, cuando están enfermos, preferiríamos padecer en nuestra carne su enfermedad ¿verdad? Lo mismo ocurre cuando alguien les hace daño físico o se mete con ellos insultándolos.
La violencia entre iguales no es algo nuevo, está ahí desde Génesis 3. El primer acto de violencia espantoso, fue entre hermanos. Lo cometió Caín contra su hermano Abel. Desde entonces, todo tipo de agresividad y ataques violentos llenan nuestro mundo caído.
Desgraciadamente, nuestros hijos y nietos viven sumergidos en un mundo de alto riesgo. Por más que se lucha contra la violencia, no conseguimos erradicarla. Años atrás el problema del acoso escolar (bullying) era muy patente a partir de cierta edad. Al llegar a 5º o 6º de Primaria, se podían empeorar las relaciones interpersonales y era más fácil encontrarnos con los problemas de violencia. Hoy, desde muy pequeños, se dan casos flagrantes de bullying. Debemos saber muy bien de lo que se trata, y sus consecuencias, cuando nuestros hijos nos dicen que están padeciendo bullying.
Hablamos de acoso escolar como cualquier acción u omisión (porque a veces el peor desprecio es no hacer aprecio) mal intencionada que se puede producir en el aula, en el patio, en los alrededores de la escuela o a distancia (no podemos olvidar que hoy el acoso en las redes sociales puede ser también altamente peligroso).
Estas acciones u omisiones hacen daño o son potencialmente dañinas, llegando, en algunas ocasiones, a convertirse en una auténtica tortura, porque casi siempre son hechos reiterados e intimidatorios que se dan aprovechando el desequilibrio entre agresor/es y víctima.
A las madres debe preocuparnos tanto si la agresión es física como si es psicológica, porque ambas formas conllevan peligros y secuelas que se pueden mantener a lo largo de la vida. Será más obvio cualquier ataque físico, y hemos de estar muy atentas a señales en su cuerpo como morados, arañazos, mordiscos… pero nunca debemos olvidar que el daño causado al alma deja señales en la parte emocional de la vida que, a veces, se transforman en heridas profundas.
Ya en el año 2000 se hizo en España un estudio muy importante sobre este tema, y se llegó a la conclusión preocupante de que el 80% de los niños y jóvenes que padecen acoso sufren de estrés y ansiedad.
No podemos pasar por alto la importancia del párrafo anterior, ya que sufrir estrés y ansiedad de forma crónica, es decir, casi todos los días (porque recordemos que esos niños van con miedo a la escuela cada mañana), produce una bioquímica corporal que les corroe por dentro, acelerándoles en exceso y bajando sus defensas. Esto puede implicar que se abra la puerta a enfermedades más graves o a que el niño/a tarde mucho en salir de infecciones que, sin estrés, se curarían de forma más rápida.
A veces, sobre todo los más pequeños, recurrirán a somatizaciones como dolores de barriga, vómitos, dolores de cabeza… para evitar, de esa manera, ir a la escuela. Las mamás (y también los papás) hemos de estar muy pendientes de esas llamadas de atención e investigar, un poco más, en las causas que a veces quedan solapadas por el miedo a decir lo que de verdad está sucediendo en la escuela.
Aunque, por supuesto, ponemos el mayor foco de atención en los hijos cuando son víctimas, es muy importante que como madres estemos muy pendientes, también, por si alguno de nuestros hijos presenta un perfil de agresor. Estos niños y jóvenes violentos también necesitan mucha ayuda. Quizás presenten conductas agresivas porque ellos mismos las han padecido primero, y aparecen bajo una coraza de dureza cuando, en realidad, esa apariencia de “duros” esconde una gran inseguridad y sentimientos graves de posible vulnerabilidad.
La causa mencionada en el párrafo anterior, no siempre es la causa primera del comportamiento del acosador; hay muchas otras que pueden dar explicación a conductas violentas por parte de chicos sin empatía, impulsivos y con poco o ningún sentimiento de culpa por sus acciones violentas.
Lo más importante y lo que pretendo dejar a las madres de ambos colectivos (víctimas y acosados), es que tengan presentes las recomendaciones siguientes que, sin ser exhaustivas, son imprescindibles:
1. Dedicar tiempo a los hijos. Recordar que no podemos transmitir nada, ningún valor, sin tiempo para hacerlo. Hoy día pretendemos que los niños “salgan bien” por generación espontánea, y eso es imposible. Tampoco podemos delegar su educación a otras instituciones (escuela, iglesia…); es nuestra responsabilidad intransferible y requerirá de muchas horas de perseverancia.
2. No minimizar el problema ni mirar para otro lado, tanto en el caso del acosado como en el del violento; ambos requieren atención y acciones concretas para que se produzcan cambios drásticos en sus vidas.
3. Abordar el tema conjuntamente con el padre (al que no debemos esconder nada) y también con profesores, directores de los centros escolares…
4. Buscar ayuda profesional si se cree necesario (pediatras, consejeros, psicólogos).
5. Mantener el tema abierto hasta que se llegue a parar el acoso.
6. No culpabilizar aún más a la víctima diciéndole que sus actos o palabras provocan a los demás. Nunca hay excusas para maltratar a un ser humano, y el acoso escolar es, sin lugar a dudas, un maltrato. Debemos aceptarnos unos a otros como Cristo lo hizo con nosotros.
7. Estar muy atentas a lo que ven y escuchan nuestros hijos/as. Hoy las redes sociales, las películas, los juegos electrónicos y aun los dibujos animados están saturados de actos violentos que invaden sus mentes y les hacen “normalizar” sus actuaciones y agresiones hacia otros
8. Madre y padre deben ser modelos de la no violencia. Si los padres viven gritándose e insultándose o, incluso, pegándose, ¿qué esperamos que hagan los hijos? Si ellos son agresivos con los que les rodean o de sus bocas salen continuamente insultos, gritos y amenazas, ¿qué estamos transmitiendo?
Recuerda siempre que los niños no hacen lo que les decimos, ¡hacen y nos imitan en lo que hacemos!
¿Qué te parece?