LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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La edad de oro: Dios quiere tu corazón

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Como Pablo, nuestros líderes y obreros necesitan las oraciones de la Iglesia de Cristo, para llevar a cabo el ministerio que Dios les ha encomendado

Dice Dios a través del libro de Proverbios: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Pr. 23: 26).

El sentido de esta demanda de Dios aquí, es centrar la atención completamente en lo que Dios quiere de sus seguidores (miren tus ojos), aquellos que un día pusimos nuestros ojos en la cruz de Cristo, para pedir perdón por nuestros pecados, dispuestos a obedecerle y servirle según somos enseñados y guiados por el Espíritu en su Palabra, creciendo en santidad y conocimiento de Él.

Podríamos parafrasearlo como: centra hija mía tu corazón y tu mente en mí, tus ojos estén atentos a andar por mis caminos (según mi Palabra).

Este padre se dirige a su hijo, advirtiéndole del peligro de dejarse seducir por la mujer ramera, comparándola con un abismo profundo, y un pozo angosto; el peligro de ambas cosas es que es muy difícil salir de ahí, de sus redes engañosas, y cuando se logra, el daño recibido pasa una factura muy dolorosa en la vida de los que se dejan llevar por sus artimañas.

Puedes pensar que “este no es mi problema”; pero eso es lo que quiere que pensemos y creamos nuestro enemigo el diablo, a quien Jesús señaló como el padre de mentira. Él sabe disfrazar el pecado con palabras que suenan bien y no ofenden el oído; se le llama falta, desliz, equivocación y hasta, a veces, se disculpa en aras de la libertad y el derecho personal de cada uno.

Dios usa muchas veces las palabras adulterio, fornicación e infidelidad, en sentido figurado, para señalar el pecado de sus hijos cuando apartamos nuestros ojos de sus mandamientos para seguir las vanidades de este mundo. Él demanda de nosotros, nuestro corazón, obediencia a su Palabra, dedicación y entrega, desde el momento en que nacemos de nuevo hasta que nos llame a su presencia.

La infidelidad y la deslealtad espiritual a Dios, es “justificada” por la sociedad incrédula en medio de la cual vivimos, y para la cual debemos ser una luz clara que alumbre sus tinieblas espirituales.

Abramos nuestros ojos para ver la influencia nefasta y engañosa que, a través del falso evangelio, aguado y ajustado a lo que la sociedad incrédula quiere oír, va ganando posición en muchos pulpitos en las iglesias hoy.

Y ¿qué podemos hacer tú y yo ante este triste panorama? ¡Mucho! ¡Obedezcamos el mandato que encabeza este artículo! La suficiencia y el poder para ello vienen del Dios Todopoderoso, que nos capacita por el Espíritu Santo a través de su Palabra y la oración. En nosotras no existe ni la disposición, ni las ganas de salir de nuestra zona de confort; sólo sucederá cuando dispongamos nuestro corazón y voluntad a obedecer y consagrar nuestra vida, aquí y ahora, a la voluntad de Dios, rogándole que Él nos use para su gloria y para el bien de los que nos rodean.

Jesús nos llama a ser mujeres de oración con propósito, enfocadas en las necesidades de Su iglesia, que realmente dan fruto para la eternidad, y que traen gloria y honra a su Nombre. No importa tu edad, ni tu rango social, si eres más o menos inteligente, Dios es quien te capacita para desempeñar el ministerio al que te llama, y que tú debes cumplir en obediencia y por amor a Él en primer lugar; por extensión, este ministerio abarca y se extiende a cuántos nos rodean, bendiciendo aún más allá de lo que podemos ver.

Jesús mostró una profunda compasión por los perdidos, y mandó a sus discípulos que orasen por más obreros que se dediquen a llevar el Evangelio a los perdidos, diciendo: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:38).

El ministerio de oración es de suma importancia para el avance del Evangelio, y de este ministerio la iglesia en general está muy necesitada, y a él todas estamos llamadas a contribuir de manera fiel y continuada. La Palabra de Dios es nuestra guía y manual más seguro; ella nos proporciona los motivos más nobles y urgentes para orar, los cuales no debemos descuidar.

El campo a evangelizar es grande, nada menos que el mundo, pero los obreros son pocos, quizás porque somos pocos los que oramos, y oramos poco. El ministerio de oración es para todo creyente, pero especialmente apropiado si te sientes incapacitada por cualquier razón para llevar a cabo otras actividades de servicio, porque ¡siempre puedes ser parte de la obra de Dios orando por las muchas necesidades que hay en su desarrollo!   

El apóstol Pablo fue un creyente sumamente comprometido no sólo con la extensión del evangelio y la enseñanza de la Palabra, sino que también fue un hombre de oración, a favor de los creyentes y sus necesidades, y por las iglesias en general. Desde la prisión en Roma, él escribe a los colosenses diciendo: “siempre orando por vosotros (…) no cesamos de orar por vosotros” (1:3, 9b).

Su norma al comienzo de la mayoría de sus cartas, es dar gracias a Dios por los creyentes, y comunicarles que está orando por ellos. Pero, a su vez, también solicitaba oración por sí mismo, y por su ministerio de predicación y enseñanza de la Palabra. Leemos en la Epístola a los Efesios después de enseñar acerca de la necesidad de vestirnos con toda la armadura de Dios, la cual incluye la oración: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. Y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio”(Ef. 6:18-19).

Al igual que todos los predicadores, maestros y evangelistas, Pablo fue un hombre de carne y hueso, con sus debilidades, sus luchas y sus contradicciones, expuesto a difamaciones, persecuciones, cárceles y azotes, junto con vejaciones y muchos peligros a causa de su afán por llevar el evangelio a todas partes del mundo de entonces.

Hoy día, al menos en muchas partes de este mundo, gozamos de cierta libertad para el desarrollo del evangelio, pero no deja de haber ataques de oposición, ya sean espirituales o carnales; por las huestes del mal; o por los que se oponen porque ignoran a propósito las Escrituras; por envidias y personalismos; por arrogancia o deseos de vanagloria y poder.

Igual que Pablo necesitaba y pedía la ayuda en oración de otros cristianos, también hoy nuestros pastores, ancianos, evangelistas y predicadores, necesitan las oraciones de la Iglesia de Cristo, para llevar a cabo el ministerio que Dios les ha encomendado.

Tú puedes ser una luchadora en oración, para que el Señor envíe obreros a su mies y para sostenerlos en oración delante del trono de la gracia, para que puedan llevar a cabo sus ministerios, guiados por Dios y en sabiduría y poder del Espíritu Santo.

Pilar López de Corral