LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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La edad de oro: Consuelo en la aflicción

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El consuelo viene del conocimiento que tienes de Dios y sus atributos a través de su Palabra

Hay un dicho popular que afirma que nacemos para morir, lo cual es muy cierto; pero entre un punto y otro vivimos un sinfín de experiencias a través de las cuales nos vamos formando y madurando según el entorno que nos rodea. También es cierto que nacemos para experimentar a lo largo de nuestra vida diferentes estados de emociones y etapas de felicidad o de sufrimiento, que a nivel humano cada cual vive como sabe y como puede. Sin embargo, Dios no está ajeno a todo lo que acontece en su universo y, muy concretamente, no lo está a quienes Él ha salvado mediante el sacrificio de su ÚNICO HIJO en la cruz del calvario. 

El libro de los Salmos nos muestra de manera muy vívida cómo es el transcurrir de la vida por este mundo afectado por el pecado; sus nefastas consecuencias han trastornado la vida a nivel cósmico, pero a la vez podemos ver que para todas nuestras aflicciones hay consuelo y esperanza en Dios, quien en su gracia nos ha dejado su Palabra en la cual encontramos no solo dirección y descanso, sino que a la vez también somos animadas por el ejemplo de los que nos han precedido en el camino del sufrimiento.

Dice el salmista: “Este es mi consuelo en la aflicción, que tu palabra me ha vivificado” (119:50).

El escritor de este salmo ha sufrido injustamente, a lo largo de su vida enfrentó oposición, falsas acusaciones, el acoso de los impíos para destruirle, fue oprimido, difamado y despreciado, por ser fiel e íntegro en su caminar con Dios. En ocasiones clamó angustiado diciendo: Postrada está mi alma en el polvo… de tristeza llora mi alma; y en otras ocasiones confesó: la aflicción embargó mi alma.

Pero lo que más le dolía a este hombre piadoso, era que todas las ofensas que vertían sobre él en realidad eran la muestra de un profundo desprecio y rechazo de Dios y su Palabra por parte de sus detractores: “Profunda indignación se ha apoderado de mí por causa de los impíos que abandonan tu ley” (v. 53).      

Él tenía un alto concepto del Dios de la Palabra, la cual amaba y meditaba para obedecerla. Acerca de lo cual rogaba intensamente: “Enséñame, oh Señor, el camino de tus estatutos… dame entendimiento para que guarde tu ley y la cumpla de todo corazón” (vv. 33,34). Vive apegado a ella, la atesora porque la considera su mayor bien: “Esto se ha hecho parte de mí, guardar tus preceptos, el Señor es mi porción” (vv. 56, 57ª).    

Este es el patrón que encontramos a lo largo de la historia bíblica, que los impíos odian y desprecian a los que se identifican por su fe y conducta en obediencia a Dios y su Palabra. Pablo le escribió a Timoteo: “… todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución” (2 Tm.3:12).

Jesús, a las puertas de la cruz, advirtió a sus seguidores: “…si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros…” (Jn. 15: 20).

Si no has sufrido oposición en cualquiera de sus formas por causa de proclamar y vivir según el evangelio de Cristo, ¡espérala! Que llegará.

Mas no podemos olvidarnos de en quien hemos creído, a quien servimos y por causa de quien también padecemos, y lo hacemos en alabanza de su gloria, para la cual hemos sido salvados por su gracia, a costa de los sufrimientos y de la muerte del Dios Hijo en una ignominiosa cruz, donde fue expuesto como cualquier vil pecador, soportando las burlas grotescas, los insultos insolentes de los de su nación, sus enemigos acérrimos, después de haber sido ultrajado e injuriado por la burda tropa romana. La certeza de saber que Él nos precedió en tales sufrimientos en su perfecta humanidad, debe traer ánimo, esperanza y fuerza a nuestra vida, y descanso en sus promesas, en cualquier situación.

Él conoce todo acerca de cada una de nosotras en particular, y permite sólo aquello que es bueno para ti, y para mí. En cada desierto que atravesamos en nuestro caminar al hogar celestial, nuestro buen Pastor va delante de nosotras (sus ovejas) guiándonos, confortándonos y defendiéndonos de los ataques de los “depredadores”, lo cual no significa que no suframos, sino que Él está en control de todo sufrimiento, y no va a permitir más de lo que podamos soportar… y cuando hayamos llegado a pastos verdes y fuentes de agua fresca, reconoceremos que ha sido bueno para nosotras el haber sido afligidas, porque nuestra fe y confianza en nuestro Dios Padre han sido fortalecidas y robustecidas.

Ahora bien, consideremos atentamente cuál es la fuente de consuelo del salmista: “Este es mi consuelo en la aflicción; que tu palabra me ha vivificado”.

El consuelo que recibió el escritor de este salmo viene del conocimiento que tiene de Dios y sus atributos a través de su Palabra, este es el secreto de una vida piadosa y consagrada, conocer al Dios de la Palabra; si no conocemos al Dios que se revela en la Palabra, nuestro conocimiento de la misma es vano, académico y carece del poder que le otorga el Espíritu Santo; es sólo letra.

El apóstol Pablo, escribiendo a los colosenses, les dice que él ora por ellos para que sean llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría y comprensión espiritual (por el Espíritu) (1:9).

Notemos que nos llama a ser llenos, esto es, como llenar un recipiente hasta el borde, hasta que no cabe más; recordad cuando Jesús en las bodas de Caná mandó llenar las tinajas de agua hasta el borde, de forma que no cabía una gota más… así debemos llenarnos del conocimiento de Dios a través de leer, estudiar y meditar en oración su Palabra. Naturalmente, este conocimiento no se adquiere de la noche a la mañana, sino que es paulatino, pero sin pausa, continuo; a ello también nos ayudan las pruebas y los sufrimientos que Dios en su bondad y sabiduría trae a nuestra vida.

El mandamiento del apóstol para los colosenses entonces, y para nosotras hoy, es: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros…” (Col. 3: 16ª).

Vaciémonos de todas las filosofías humanistas que nos venden maneras y medios de alcanzar la felicidad, el bienestar y la satisfacción con nosotras mismas, lo cual es vano en comparación con todo lo que tenemos en Cristo, lo cual sí es verdadero y eterno.

Llenémonos de la Palabra y de su enseñanza, porque ella nos trae la verdad, la luz que alumbra nuestro camino, el pan que alimenta nuestra alma… ella es la herramienta que usa el Espíritu Santo para fortalecernos y consolarnos en todas nuestras angustias y pesares.    

Textos de la (B.D.L.A.)

Pilar López de Corral