LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¡Acude a ese encuentro capacitante con Jesús!

Según el diccionario, el sentimiento de culpa está relacionado con una “acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”. Todos en alguna ocasión nos habremos sentido culpables de algo, a veces con razón y a veces sin razón alguna. Sentirnos culpables no es malo en sí mismo, si hay una razón para ello, lo malo es lo que hacemos con ese sentimiento cuando lo detectamos.

Cuando nos sentimos culpables con razón, podemos arrastrar ese sentimiento sin solucionarlo, cayendo al final, incluso, en el victimismo; o bien podemos poner de nuestra parte para liberarnos de esa atadura, reparar los errores cometidos y evitar la angustia y el resentimiento que se pueden alojar en nuestra vida y que no son saludables en absoluto.

El otro día, estaba leyendo el capítulo 21 del evangelio de Juan y ante mí apareció un ejemplo claro de sentimiento de culpa (con razón) no resuelto. Despertó en mí mucha compasión que, estando Pedro con sus amigos, con Tomás, con Natanael, con Juan, con Santiago y con otros dos de los que no se nos dice el nombre, de repente dijera: “Me voy a pescar”. Me pareció al leerlo que Pedro buscaba abandonar pensamientos repetidos que no le hacían bien, que quería despejar su mente, quizá estar solo (cosa que no consiguió porque todos le siguieron). Me pregunto si la cercanía de aquellos hombres, seguramente conocedores de su “famosa” cobardía, le hacía sentirse aún peor. No lo sé… puede que sí…

Después de la tercera vez que Pedro negó conocer al Maestro, recibió una penetrante mirada cargada de significado y de amor. Cuando cantó el gallo “el Señor se volvió y miró a Pedro”, nos dice Lucas. Y una catarata de recuerdos, arrepentimiento y culpa se desencadenó en él “y saliendo fuera lloró amargamente”. No era para menos, no… ¿Puedes imaginar el monstruoso sentimiento de culpa que debía estar tomando forma en la cabeza y en el corazón de Pedro? Su Maestro querido ha muerto solo, abandonado por todos, abandonado por él… ¿Cómo se puede solucionar algo así? Sin la resurrección de Jesús, quizá Pedro no habría resistido sus propios remordimientos.

¡Cómo necesitaba Pedro restaurar su relación con Jesús! ¡Cómo necesitaba Pedro saber con seguridad absoluta que su querido Jesús, el que le miró con amor y paciencia aquella terrorífica noche, no estaba demasiado decepcionado con él! Quizá esa es una de las razones por las que, ante la primera noticia de la resurrección de Jesús, sale corriendo y, aunque no es el primero en llegar, sí que es el primero en entrar en la tumba. Luego le vio con los demás discípulos, pero tengo la impresión de que lo que Pedro necesitaba era un encuentro a solas, solo eso podría ayudarle en la gestión de su sentimiento de culpa.

Pedro necesitaba una charla privada con Jesús, y la tendría aquel día que se fue a pescar. Hay ciertos detalles en el relato que me llevaron a ver la necesidad tan perentoria que Pedro tenía de agradar a aquel a quien había decepcionado tanto. Cuando, estando en la barca, Juan dice: “¡Es el Señor!”, Pedro no lo piensa y se lanza al mar (el resto llegó a la orilla en la barca arrastrando la red llena de peces). Cuando Jesús pide que le acerquen algunos peces, Pedro “subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes, ciento cincuenta y tres…” ¡Él solo! Ciertamente, Pedro necesitaba agradar a Jesús, pero agradar no es solucionar. Más bien, la necesidad enfermiza de agradar, puede ser indicativo de una culpa mal gestionada. Pedro necesitaba agradar al Maestro, pero sobre todo necesitaba una buena charla con Él. Y Él se la ofreció. ¡Y vaya charla! Pedro jamás fue el mismo.

Después de esa conocida conversación íntima con el Maestro, Pedro ya SABE que él no es nada, que no merece nada, que no se puede fiar de sí mismo, que es un ser humano decepcionante… pero, TAMBIÉN SABE que ninguna de estas verdades podrá jamás hacer que Jesús deje de amarle con pasión; ahora sí que está preparado para ser un siervo competente de Jesús. Esta no fue una culpa incapacitante, sino totalmente capacitadora.

¿Te sientes culpable? Mira dentro de ti. Si no logras deshacerte de un sentimiento de culpa que ya es enfermizo, quizá te convendría buscar ayuda. Pero, si tu sentimiento es razonable, es decir, si sabes perfectamente por qué te sientes culpable, como le pasaba a Pedro, deja ya de intentar agradar, de moverte de un lado a otro para no dar lugar a pensar… Jesús también te ofrece una conversación privada. Acude a ese encuentro capacitante, ábrele tu corazón, reconoce que no eres nada, que no mereces nada, que no te puedes fiar de ti mismo, que eres un ser humano decepcionante, como todos, y recibe Su perdón, sabiendo que ninguna de estas verdades podrá jamás hacer que Jesús deje de amarte con pasión… Y entonces, estarás preparado para ser un siervo competente de Jesús. Y esta no será una culpa incapacitante, sino gloriosa.

Trini Bernal