LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Fragancia a mi corazón

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¡Te invito a que tu corazón experimente a este Dios que nos habla en todo lugar!

Su presencia, una fragancia a mi corazón.

Como un huerto que se riega,

de una exquisita fragancia,

que mi vida así sea

al estar en tu presencia

(E. May Grimes)

Cuando leía esta frase, la cual cautivó mis pensamientos, me preguntaba ¿cómo poder cultivar un corazón de hermosa fragancia, en medio de la incertidumbre, el dolor, la angustia que la humanidad entera viene enfrentando? Sin lugar a dudas, basta con leer las noticias, encender el televisor, navegar en la web y escuchar, día tras día, las pésimas consecuencias que nos deja y que aún no llegamos a dimensionar, lo que vendrá tras las pandemias, guerras y crisis políticas.

Y ¿qué de esas luchas y desiertos personales que durante meses o años hemos vivido y/o enfrentado?

En estos tiempos y momentos, querida, es cuando más necesario se hace, que todo nuestro ser, y nuestro corazón, disfrute de la hermosa fragancia que sólo se encuentra en la presencia de Dios.

La Biblia está llena de relatos donde hombres y mujeres de Dios experimentaron el dolor, la pérdida, el sufrimiento… y, aun así, o precisamente por eso, encontraron en la presencia de Dios el descanso para sus almas.

¿Has encontrado en nuestro buen Dios ese descanso? ¿Estás disfrutando de su presencia?

El rey David llegó a tenerlo todo: fama, popularidad, riquezas, poder… Pero, tras enfrentar victorias y derrotas, soledad, pérdidas y ganancias, solo una cosa deseaba, como lo expresa el salmo 27:4: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. Esa única cosa que buscaba el rey David, era morar y caminar con Dios en una íntima unión y comunión.

Al igual que nosotras, David, como muchos hombres y mujeres de fe, tuvo tropiezos y fracasos, pero a pesar de todo ello, Dios insistió en tener una relación de amor perfecto con él… y también con nosotras.

Por eso, y como amorosa respuesta a su amor y misericordia, debo preparar mi vida para que sea ese jardín cuya fragancia disfrutemos ambos. En el libro del Cantar de los Cantares, el autor nos presenta a una joven esposa. El rey había escogido a una joven del pueblo, sencilla, con manos esforzadas para el trabajo, y la vuelve su esposa (Cantares 1:4). La convierte en su mujer teniendo cuidados amorosos hacia ella, mostrando un amor puro. Ella recibe las caricias de su amado, las palabras tiernas y de aliento que le profesa… y ella se transforma en hermosa, encantadora, desarrollando metas y cumpliendo objetivos; ahora tiene gozo y su rostro resplandece.

Esa historia de amor nos sirve para entender algunos de los aspectos de la relación de nuestro amado Padre y nosotros; de Cristo y la Iglesia. Así es su intenso amor por nosotros, simples y desdichados pecadores.

“Bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar. Me llevó a la casa del banquete y su bandera sobre mí fue amor” (Cnt 2:3-4).

Puede que tu corazón esté cargado de angustias y desilusión; quizás la relación con nuestro Dios se ha tornado algo rutinario y sin sentido… Pero Él nos espera, para saciarnos, para llenarnos de amor. Permítete ser restaurada y confortada con su amor. Él nos ha elegido y redimido, y desea que nuestra comunión sea una dulce fragancia.

Pero no es suficiente desearlo, ¡debo trabajar en ello! Del mismo modo que el cuidador del jardín labra la tierra, quita la maleza, y toda mala hierba, para que crezcan las plantas y produzcan buen fruto. Este tipo de relación requiere cuidados y atención constante. Y por encima de todas las cosas, debemos desear complacer al Amado.

“En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti…”. Llénate de su palabra a diario, deléitate en ella, y esto dará su fruto. El Espíritu Santo está dispuesto, y a medida que vayamos deseando más y más estar con el Amado, no buscaremos ni querremos otra cosa.

Piensa, con sinceridad, cuándo fue la última vez que disfrutaste, en tu privacidad, alabando y estando en íntima comunión con el Padre. ¡Puedes hacerlo ahora! Orar en este instante, y pedir a Dios que te conceda el deseo y la gracia de elegir estar en su presencia, a sus pies. No hay mejor lugar que ese.

Hay un hermoso himno que dice así: “En la crujiente hierba lo escucho pasar, ÉL me habla en todo lugar”. Querida lectora, te invito a que tu corazón experimente a este Dios que nos habla en todo lugar, que llena nuestro corazón con una fragancia única.

Cada mañana yo necesito y disfruto de ese encuentro; preciso venir a Él y deleitarme en sus maravillas. Él me espera, me restaura, alienta mi alma, la conforta, sin mirar la torpeza de mis labios, la dureza de mis acciones o lo desordenado de mis pensamientos; su gracia me sostiene y me envuelve.

Tú misma, siempre de forma sincera, puedes decirle al Señor: Amado Padre, nada deseo más que a ti en mi vida. Llena mi corazón con una exquisita fragancia, no permitas que quite mis ojos de Ti, y enséñame a disfrutar a diario de tu presencia. Gracias por regalarme cada día un banquete de tu gracia y misericordia, y por mostrarme tu amor.

 ¡Qué nuestro buen Dios sea una dulce fragancia para tu corazón! Amén.

Verónica Santos Rívas