LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Etapas en el matrimonio: Los primeros años  

Print Friendly, PDF & Email

Es importante destacar la diferencia entre completar y complementar… 

A los primeros años de casados se les suele llamar la etapa de luna de miel, y en ella vemos a través de esos lentes color de rosa, con el optimismo de nuestras ideas románticas o expectativas ilusorias. Pero, los conflictos comienzan a surgir, grietas comienzan a aparecer en esa superficie perfectamente llana de nuestra relación; irritaciones, falta de adaptación y nuestro egoísmo personal van a ir erosionando de a poco la intensidad de ese enamoramiento inicial.

Si no estamos dispuestas a ver nuestra relación como un trabajo en progreso, si pensamos que nuestro casamiento es la cumbre de nuestra felicidad y no el principio de un emprendimiento que nos llevará a un amor más profundo, más duradero y digno de nuestro constante cuidado, pronto “tiraremos la toalla”. Las nuevas estadísticas indican que no es ya el séptimo año el más peligroso para divorcios; ahora es en el tercer año de casados en el que la desilusión y esa falta de compromiso con relaciones duraderas causan mayor número de divorcios.

Muchos son los consejos que se nos han dado, y posiblemente hemos recordado o implementado algunos. En este artículo no pretendo poder abarcar todo aquello que nos ayudará en este proceso de adaptación y cimentación de nuestra relación matrimonial durante estos primeros años, pero quisiera elaborar sobre algunos puntos que creo son de mayor importancia.

  • Expectativas. En la etapa de recién casados las expectativas se centran en la relación de convivencia y el afecto, y la expectativa de protección, fidelidad y seguridad. De por sí, estas expectativas son valederas mientras sean razonables, pero son poco realistas cuando agregamos a estos aspectos sueños propios de nociones románticas leídas en novelas o vistas en películas, como también comparaciones con lo selectivamente positivo o teatral que comparten otras parejas en medios sociales, o comparaciones con matrimonios que hemos puesto sobre un pedestal pero de los que no conocemos su vida diaria o la dedicación que invirtieron en su relación de pareja para llegar a esa madurez. Evaluemos nuestras expectativas, si son razonables y realistas, compartámoslas con nuestro esposo, nadie es adivino. Seamos flexibles al compartir nuestra necesidad y preferencias, alentando a nuestro cónyuge a compartir las suyas. Busquemos formas de complementarnos mejor, expresando nuestras necesidades honestamente, buscando crecer cada vez más cerca el uno del otro.
  • ¿Unión o compañerismo? En los 34 años de vida de esta revista, la cultura y su actitud hacia el matrimonio y la familia ha ido cambiando considerablemente. La gran incidencia de divorcios ha llevado a que la convivencia como pareja sea alentada y el casamiento sea menospreciado o postergado para cuando uno planee comenzar una familia. Aun entre quienes siguen principios bíblicos, o como solemos referirnos en nuestros artículos “creyentes”, la postergación del casamiento a edades mayores por estudios y querer comenzar y estar bien establecidos en sus carreras, es cada vez más común. El esperar implica que han estado trabajando, han aprendido a ser independientes manejado sus propias finanzas y aun, a veces, han vivido solos o con un compañero/a de su propio sexo. Al casarse es fácil caer en ese compañerismo independiente con la intimidad sexual como beneficio agregado, en vez de emprender esta nueva etapa de casados como la unidad que Dios espera que seamos (Gn.2:24). En una verdadera unidad no debe haber dos expensas personales, distintas elecciones de cómo pasamos nuestro tiempo o responsabilidades electivas. En una unidad debería haber una sola cuenta bancaria y la consecución de acuerdos sobre expensas, gastos y ahorros; elegimos servir el uno al otro en vez de optar por nuestra vieja manera de actuar y usar nuestro tiempo “libre” como individualmente nos plazca (Gá.5:13); y, además, tomamos nuestras responsabilidades caseras y hacia el otro con seriedad, por amor hacia el otro y dependiendo de Dios para ayudarnos a cumplirlas.
  • Estableciendo barreras y rompiendo hábitos egoístas. Continuando el punto anterior, de solteras/os teníamos mucho tiempo para pasar con nuestro grupo de amistades. Aunque es bueno tener amistades de nuestro propio sexo después de casados, no es recomendable mantener amistades del sexo opuesto; aun en el noviazgo, es bueno ir estableciendo barreras y separándonos de ellos para que en ningún momento haya problemas de malentendidos o coqueteos que traigan celos. Evaluemos nuestras amistades, mantengamos aquellas que nos van a ayudar espiritualmente, que nos respaldarán como matrimonio. Aun así, el tiempo disponible para pasar con nuestras amistades deberá ser limitado, o si son casados sólo tener alguna actividad en pareja. El tiempo que pasábamos en los medios sociales, videojuegos o mirando ciertos programas de televisión, también debe ser reevaluado y limitado, porque quita tiempo que debemos pasar juntos; además, puede llevar a tentaciones destructivas como la pornografía y conexiones con quienes pueden tentarnos a la infidelidad. Invirtamos tiempo en estar juntos para crecer y conocernos mejor durante estos años, antes de que vengan los niños, para cimentar aquella unión y no dejar que otros u otras actividades interfieran con ello.
  • Comunicación con comprensión. Comprender implica afirmar lo que se nos está diciendo, ir elaborándolo en nuestra mente y ratificándolo con aquello que ya conocemos de nuestro cónyuge -sus gustos, sus opiniones, sus ideas- y aquello que ya sabemos lo frustra o aquellos puntos provocativos que suelen hacerle reaccionar. Escuchar con entendimiento, buscando comprender lo que él nos está comunicando, es importante para poder resolver conflictos exitosamente. El estar siempre dispuestas a escuchar, resolver conflictos y comunicarnos de manera respetuosa para ir conociéndonos más cada día, nos ayudará a aceptar nuestras imperfecciones y reforzará nuestro amor el uno por el otro.
  •  Aprendiendo a perdonar es esencial para un matrimonio perdurable. Perdonar es más que palabras; para perdonar en forma sincera debemos hacerlo sin mantener rencor, sin recordárselo cuando haya una nueva ofensa, y sin usarlo como herramienta para manipular y lograr otro objetivo egoísta. Hay veces que tenemos que perdonar más de una vez por la misma ofensa y ello puede llevar al enojo o a sentirnos heridas, pero, de la misma manera que Dios nos perdona una y otra vez por nuestros pecados, podemos ofrecer ese perdón nuestro nuevamente, sin rencor.  En algunos casos, hay ofensas que tienen consecuencias, y posiblemente se necesiten ciertos pasos necesarios para volver a establecer la confianza que teníamos el uno en el otro.
  • ¿Completas en él o en Él?  Una expectativa irreal pero muy en boga, es que hay un “alma gemela” (soul mate) para cada una, alguien que nos va a completar como persona. Sí, Dios en su soberanía sabe con quién nos casaremos y está dentro de su voluntad si hemos seguido las enseñanzas bíblicas y orado por ello, pero no por ello nos completa. Es por eso que es importante destacar la diferencia entre completar y complementar.  Complementar es una acción constante, somos una nueva unión que trabajaremos como equipo para glorificar a Dios en todo lo que hacemos.  Nuestro esposo no nos completa, solo Dios nos completa. Completar implica que algo falta y dependemos de otro para completarnos, y si esperamos que nuestro esposo nos complete físicamente, emocionalmente y/o espiritualmente, nunca seremos felices como pareja, porque son metas inalcanzables. Además, esa dependencia implica inmadurez; si buscamos que nuestro esposo nos complete, entonces esperamos recibir en vez de dar, esperamos ser servidas en vez de servir, esperamos ser amadas y alabadas constantemente, en vez de amar, respetar y animar. O sea, implica un amor y un «sentirse feliz» con condiciones, en vez del amor incondicional que Dios nos ofrece y espera que ofrezcamos en ese «ser uno», esa unidad, del matrimonio instituido por Él mismo.

Él nos eligió el uno para el otro para atravesar la vida en un mundo caído y alejado de Dios, en donde habrá «altos y bajos», pero con Su fuerza y el compromiso que tomamos de amar, perdonar y permanecer juntos, podemos seguir adelante. Aceptando que Sus expectativas son más importantes que las nuestras y que cada obstáculo o conflicto que atravesamos trabajando en unidad, como pareja, es parte del modelado que Dios está ejerciendo en cada uno, no solo en estos primeros años de casados, sino también durante el resto de nuestra vida (Isaías 64:8).

G. Elisabeth Morris de Bryant