Es el poder de Dios el que da la victoria cuando Su pueblo trabaja en obediencia y armonía…
¿Has visto un grupo de engranajes funcionar en conjunto? Cuando cada pieza ocupa su lugar y cumple con su cometido, la máquina puede lograr aquello para lo que fue primero creada. ¿Qué pasa cuando alguna parte no hace lo que debe? ¡Avería! ¿Qué pasa cuando alguna pieza hace lo que no es su cometido? ¡Avería! Por más simple que sea la maquinaria, es vital que todo cumpla su función.
Así es, es vital que todo cumpla su función, es vital que todos cumplan su función para conseguir el resultado deseado. Esto me vino a la mente al leer Éxodo 17:8 en adelante. En este pasaje leemos de la primera guerra que tuvo que enfrentar el pueblo de Israel como grupo autónomo. Y fueron los amalecitas aquellos que se enfrentaron al pueblo de Dios.
Se trata de un pasaje de la historia de Israel muy conocido, porque solemos contar a los niños de las Escuelas Dominicales de cómo Moisés oraba por la victoria y dos personas tuvieron que sujetar sus brazos para que no se cansaran. Sin embargo, hay más en esta historia que una lección sobre el poder de la intercesión (que no es poco).
Si observamos atentamente el pasaje vemos un “engranaje”, que funciona a la perfección porque cada parte hace su función:
- Un Josué estratega que selecciona a los soldados y va a la batalla: “Y Moisés dijo a Josué: Escógenos hombres, y sal a pelear contra Amalec” (17:9a).
- Un grupo de hombres luchadores que siguió las órdenes del líder, Josué, y luchó la batalla: “Y Josué hizo como Moisés le dijo, y peleó contra Amalec” (17:10a); “Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (17:13).
- Un Moisés intercesor que lucha la batalla, de la oración, en la cumbre del monte: “Mañana yo estaré sobre la cumbre del collado con la vara de Dios en mi mano” (17:9b); “Y sucedió que mientras Moisés tenía en alto su mano, Israel prevalecía; y cuando dejaba caer la mano, prevalecía Amalec” (17:11).
- Unos Aarón y Hur sustentadores de Moisés que le ayudaron a seguir intercediendo ante Dios, con manos firmes, por la batalla que libraba el pueblo: “Pero las manos de Moisés se le cansaban. Entonces tomaron una piedra y la pusieron debajo de él, y se sentó en ella; y Aarón y Hur le sostenían las manos, uno de un lado y otro del otro. Así estuvieron sus manos firmes hasta que se puso el sol” (17:12).
- Un Moisés registrador que recoge la historia de la batalla y de la victoria para que el pueblo no olvide lo que Dios es capaz de hacer: “Entonces dijo el Señor a Moisés: Escribe esto en un libro para que sirva de memorial, y haz saber a Josué que yo borraré por completo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (17:14).
Cada uno de los personajes que aparecen en este relato es imprescindible para el buen desarrollo de la historia. Todos son importantes, siempre y cuando cumplan con su función. Puede que alguno de ellos hubiera preferido estar en el lugar de otro, hacer la función de otro, pero la historia no hubiera sido la misma. Era necesario un Josué estratega y guerrero valiente, eran necesarios los soldados obedientes y valerosos, era necesario el Moisés intercesor, eran necesarios Aarón y Hur, los sustentadores de Moisés (¿has pensado alguna vez que los “grandes héroes” necesitan ser sostenidos para “seguir siendo héroes” …?), era necesario registrar este acontecimiento para que el pueblo (y nosotros) jamás olvidara que es el poder de Dios el que da la victoria cuando Su pueblo trabaja en obediencia y armonía.
Algo muy similar encontramos en el Nuevo Testamento: “Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Y si el oído dijera: Porque no soy ojo, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo fuera oído, ¿qué sería del olfato? Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó. Y si todos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Sin embargo, hay muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No os necesito” (1 Corintios 12:14-21). Para que el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, funcione como ese engranaje perfecto que Dios ha diseñado, todos tenemos que ocupar nuestro sitio y hacer nuestra función.
Dios quiere usarnos a todos, sin excepción. El que planifica y hace físicamente el trabajo, es necesario. Los que siguen las instrucciones de los líderes con alegría y valor, son necesarios. Los que interceden de manera incansable, son necesarios. Los que sustentan a los demás, son necesarios. Los que recuerdan al resto las obras de poder de Dios, son necesarios. Todos son necesarios en la obra de Dios. Como en aquella ocasión, a todos quiere Dios involucrarlos en la obra para conceder la victoria. ¿Podía Dios haberse librado de los amalecitas con sólo pensarlo? Estoy convencida de que sí, pero decidió no hacerlo. ¿Puede Dios hacer Su obra y cumplir Su propósito sin mi intervención? Estoy segura de que sí, pero ha decidido que yo tengo que formar parte “del ejército”, ha decidido que cada hijo Suyo cumpla una función en el Maravilloso Engranaje que es Su Iglesia.
¡Qué inmenso privilegio formar parte de este equipo! ¡Basta ya de pensar que preferiría hacer esto o aquello! Ocúpate en disfrutar de ser parte del equipo y da gracias al Maestro por querer usarte para Su propósito. Para mí, no hay mejor lugar para estar en esta tierra que exactamente ese en el que Dios quiere que esté. Vamos, sigamos poniendo el mecanismo en marcha. ¿Ocuparás tu sitio?