LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Emociones que afectan el matrimonio: El enojo

Print Friendly, PDF & Email

Cuatro formas de expresar nuestro enojo apropiadamente, para resolverlo y perdonarnos mutuamente

Cuando hablamos de emociones la lista puede parecernos interminable, pero hay ciertas emociones que afectan nuestras relaciones más que otras y trataremos de abarcarlas en nuestros artículos siguientes.

Dios nos creó con esta capacidad de sentir emociones; solemos atribuir éstas al corazón, y nos ayudan a sentir empatía, tristeza… a amar, a reaccionar en contra de la injusticia, a ser compasivas… También tenemos la mente que nos ayuda a pensar y controlar nuestras acciones; a usar nuestro razonamiento lógico en vez de dejar que nuestras reacciones emocionales arrasen de forma destructiva. Necesitamos de los dos, nuestra mente y nuestro corazón, para que nuestra conducta sea equilibrada. Y no hay mayor necesidad de este equilibrio que en la emoción del enojo.

El enojo en sí, como cualquier otra emoción que Dios ha puesto en nosotras, no es el problema. Es una reacción normal cuando percibimos que algo está mal. Dios es justo y recto, y en la Biblia encontramos muchas instancias en las que la ira de Dios es provocada por la maldad, la desobediencia y la injusticia en Su creación; pero también Él es todo amor y todo santo, por lo tanto, Su enojo no se ve contaminado por el pecado. En Efesios 4:26 se nos dice: “Enójense, pero no pequen (RVC)”. Todos recordamos la historia de Jesús cuando se enojó con aquellos mercaderes que estaban utilizando el patio del Templo para vender animales para el sacrificio y aun cambiar dinero y hacer transacciones deshonestas. Echándolos fuera les imputa: “Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Su enojo era justo y lógico, y la explicación que dio nuestro Señor era indicativa de que Sus razones eran por Su celo por la casa de adoración.

Hay ocasiones en que el enojo es proporcional a la falta, en que está motivado por algo malo o injusto que comete la otra persona. Sin embargo, a menudo explotamos con enojo por razones que son distorsionadas, por frustraciones, por malentendidos, por previas heridas, por algo reprimido… y lo hacemos ante un ser querido que puede ser totalmente inocente de tal explosión. Cuando dos personas de personalidades distintas, distintos gustos, distintas formas de lograr metas, etc. se casan y viven juntos, es lógico que haya irritaciones y conflicto; pero ira explosiva, enojo que intimida y un mal manejo del dominio propio que estalla ante cualquier pequeña chispa, es enojo distorsionado o pecaminoso. Este enojo distorsionado puede, a su vez, convertirse en un hábito, y es por eso por lo que debemos aprender a controlarlo, para que no escale a esa ira peligrosa que crea una atmósfera en que el otro se siente atacado, ya sea emocional o aun físicamente.

Esconder nuestro enojo reprimiéndolo dentro de nosotras porque pensamos que es mejor así, tampoco es productivo; lleva al resentimiento e incluso al enfriamiento en nuestra relación, por animosidad y amargura que dejamos acrecentar dentro de nosotras, por no encauzarlas adecuadamente. Ni los estallidos habituales ni la represión que nos aísla son respuestas adecuadas al enojo. El propósito de Dios es que el enojo sea usado para corregir errores y efectuar el bien; Su deseo es que el enojo sea una visita, no un residente; como termina el versículo de Efesios que mencionamos: no se ponga el sol sobre nuestro enojo. Es por eso por lo que es importante encontrar formas de expresar nuestro enojo apropiadamente, para resolverlo y perdonarnos mutuamente. Veamos algunas de ellas:

  • Aunque obvio, lo primero que debemos hacer es reconocer que estamos enojadas, o sea, no lo negamos o escondemos. No vamos a pretender que no lo estamos, ni vamos a esperar que nuestro cónyuge adivine a través de ironías o acciones confabuladas nuestras, que lo estamos.
  • Para no estallar o reaccionar en forma desproporcionada debemos evitar una respuesta apresurada. Como nos dice el apóstol Santiago: “…amados hermanos míos, todos ustedes deben estar dispuestos a oír, pero ser lentos para hablar y para enojarse” (1:19 RVC). El rey Salomón similarmente nos dice en Proverbios 29:11: “El necio da rienda suelta a su enojo, pero el sabio sabe cómo calmarlo”. Cuando éramos pequeñas nuestras madres, o abuelas, nos solían decir que antes de estallar temperamentalmente contemos despacio hasta 10, para darnos tiempo a calmarnos y organizar nuestra respuesta en forma más adecuada. Aunque suene simple, no es mal consejo; aun psicólogos reconocidos como Gary Chapman* (autor de “Los cinco lenguajes del amor”), admiten que contar hasta 100 (o 1000 si es necesario) es una forma de calmarnos o, sabiendo que no vamos a decir nada constructivo en ese momento, decirle al otro que necesitas un “receso” (time-out), y salir de esa habitación o ir de caminata a solas para evaluar el porqué de nuestro estado emocional.
  • Sabiendo que estamos enojadas, ya sea solo nosotras o el uno con el otro, es importante este intervalo para evaluar la causa de nuestro enojo. Primeramente, estimar si el enojo es proporcional a la acción del otro, o si estamos enojados por algo no relacionado con sus acciones, sino más bien por día que hemos pasado o si algo de la situación nos ha llevado emocionalmente a una experiencia pasada que nos hace reaccionar de esa forma. Si es algo que debe ser hablado y elaborado para mejorar nuestro entendimiento mutuo y que la situación pueda ser resuelta, después del intervalo, busquemos tiempo para elaborarlo juntos. Si nuestro enojo parece ser desproporcionado y un hábito que estamos utilizando para lograr callar al otro o conseguir lo que queremos, estamos decididamente pecando y necesitamos ponerlo en oración para que Dios nos guíe a ver la causa real de esta emoción, y con Su ayuda ir controlando y disipando esta reacción, ya que estamos hiriendo a nuestro cónyuge e impidiendo toda resolución a la situación tensa que hemos creado.
  • Las opciones que elegimos deben incluir convenios constructivos para llegar a la resolución y reconciliación. Quien sea que esté enojado y posiblemente ha comenzado la situación de tensión o confrontación, debe dar un paso atrás y calmarse; si no lo hace, el otro puede recordarle que una vez calmado podemos retomar la conversación, y que está dispuesto a escucharle. Si nuestro enojo es algo que hemos reprimido y necesitamos explicarlo, podemos pedirle que decida en qué momento podemos sentarnos y hablar extensa y calmadamente. Siempre busquemos explicaciones antes de llegar a conclusiones; la comunicación es esencial, y explosiones verbales o físicas no serán aceptadas… si las hay, necesitaremos un intermediario. Siempre convenir en que resolver implica una solución satisfactoria para ambos; reconciliar implica que los dos pediremos perdón y afirmaremos nuestro amor el uno por el otro, aun si sabemos que algunas resoluciones pueden tomar tiempo, especialmente si es un hábito que hay que romper.  Pero sabiendo que nos ayudaremos y escucharemos mutuamente, vamos a ir aprendiendo a no dejar escalar la situación de enojo hasta la ira que ataca y hiere.

Sabemos que enojarnos es algo que ocurre, es una emoción que es parte de cómo reaccionamos a distintas situaciones. Cómo encauzamos este enojo y actuamos en nuestra relación matrimonial cuando nos sentimos de esta manera, es lo que es importante. Si nos permitimos estallar y lastimar a nuestro cónyuge con palabras hirientes o acciones que atacan, estamos permitiendo que el pecado lo convierta en ira que daña nuestra relación. En vez, busquemos formas de mantener los canales de comunicación abiertos y, con amor, busquemos siempre resolver y reconciliar.

*Para indagar más a fondo en este tema del enojo, os recomiendo su libro “El enojo: Cómo manejar una emoción poderosa de una manera saludable”

G. Elisabeth Morris de Bryant