¿Quién nos ha convencido de la supremacía de nuestros derechos individuales frente a los de TODOS?
“Porque yo lo valgo”, “me lo merezco”, “ahora me toca a mí, es mi momento” … Estas frases, y otras similares, bien podrían resumir el sentir de la mayoría de las sociedades consumistas e individualistas en las que muchos de nosotros vivimos. Es curioso, pero estas frases pueden convivir en la experiencia vital de una persona que, a la vez, es capaz de un llamativo acto de altruismo o de generosidad. Tengo la impresión de que, en muchas ocasiones, esas acciones puntuales sirven para justificar un modo de vida gobernado por la preeminencia del yo, del derecho a mi tiempo, a mi momento… caiga quien caiga.
Cierto es que el momento vital que cada uno está atravesando, dicta mucho de aquello que puede abarcar y aquello que debe dejar pasar; pero ¿y si acabamos justificando lo injustificable? No es lo mismo, por poner un ejemplo, estrenarse en el rol de padres y, por ello, aparcar los ensayos semanales y exigentes del grupo de alabanza de la comunidad en la que uno se congrega, hasta tomarle el pulso a la nueva realidad, que darse “buenas razones” (todas, quizá, muy correctas) año tras año para no retomar ese compromiso hasta que el hijo está a punto de ir a la universidad. Y si aparecen dudas al respecto, calmarlas con aquello de “yo también tengo derecho a tomarme mi tiempo…”.
Sin dejar de reconocer que la frase puede encerrar parte de verdad, estoy convencida de que puede convertirse en una trampa que consigue apartar de la brecha a valiosos elementos que el Señor podría usar para la extensión de Su Reino y para la Gloria Suya. Es una de las más exitosas tácticas de Satanás para frenar el avance del Reino de los Cielos: Que cada uno de nosotros defienda su absoluta autonomía; convencernos de la supremacía de nuestros derechos individuales frente a los de TODOS. Obviamente no es algo que nadie lleva por bandera, pero de manera sutil (y a veces no tan sutil) esta ideología individualista se ha colado en nuestras vidas y determina casi todo lo que hago, digo, pienso…
¡Cuán diferente del ejemplo que observamos en las páginas del Nuevo Testamento! Para poder crecer personalmente y colaborar en el crecimiento del Reino de Dios, hay que dejar de pensar en uno mismo, en nuestros derechos, en nuestras necesidades, si me apuras… Ya lo dijo el mismo Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16:24); “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37). Es hora de que pongamos nuestro orden de prioridades en el orden correcto y por las razones correctas.
Si se observa el relato de Hechos, por ejemplo, puede verse cómo en el orden de prioridades que allí se relata, el individualismo, en general, brilla por su ausencia. Y digo “en general”, porque también están ahí historias como la de Ananías y Safira, quienes llevaron a cabo una acción individualista donde las haya, a través de la cual pretendieron ser los primeros beneficiados. Quisieron aparentar una generosidad que no estaban dispuestos a ejercer. Sin embargo, en este mismo libro podemos ver múltiples ejemplos de cristianos para quienes Dios (con todo lo que eso implica) era lo primero. Es una buena iniciativa leer de corrido este libro para observar la dedicación, la implicación, el trabajo incansable… de un buen grupo de hijos de Dios, para que el Evangelio creciera y llegara a lugares recónditos donde muchos de nosotros vivimos hoy.
¿Te imaginas que hubiera pasado si Pablo hubiera dicho: “voy a dedicarme a mi negocio, tengo derecho a amasar mi propia fortuna”? ¿Y si Lucas hubiera pensado: “ya está bien, voy a ejercer exclusivamente mi carrera profesional, para eso he estudiado”? ¿Y si Priscila y Aquila hubieran decidido: “se acabó dedicar tiempo a otros, nosotros también tenemos derecho a nuestro tiempo”? Y si, y si, y si… Pero no lo hicieron. Siguieron dando y dándose, para crecer, para ayudar a crecer a otros, para colaborar en el crecimiento del Reino, para que nosotros estemos aquí hoy…
El crecimiento cuesta, la misión cuesta, pero… ¿hay algo que merezca la pena de verdad y no cueste nada? Es cuestión de amores, ¿qué es lo que de verdad quieres? Aquello que sea tu máximo deseo contará con todo tu apoyo. Nunca está de más preguntarnos qué impulsa nuestras decisiones, nuestros compromisos, nuestro servicio… o nuestra negativa, nuestra retirada… Si de verdad amas a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, todo lo demás se colocará en su lugar apropiado. Solo el correcto amor a Dios podrá desterrar de mi corazón el amor a mí misma. Y nadie puede amar de esa manera a quien no conoce profundamente, por lo tanto, una vez más, la solución al problema comienza por la intimidad con Dios.
Pidamos, pues, a Dios que abra nuestros ojos para que podamos verle, pero verle de verdad, y caer como Juan en Apocalipsis, como muertos a Sus pies. Y ya nada volverá a ser igual. ¿Estás dispuesto a vivir la experiencia?