LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

El maná del cielo

Print Friendly, PDF & Email

Levanta tus ojos al cielo y confía…

Y diariamente le fue dada su comida de parte del rey, de continuo, todos los días de su vida (2 Reyes 25:30)

El rey Joaquín había sido hecho cautivo por el Rey Nabucodonosor de Babilonia cuando saquearon Judá. Nos dice la Escritura que Joaquín estuvo cautivo desde el año 597 a.C. hasta el 561 a.C., hasta la muerte de Nabucodonosor (27-30). Fue a principios del reinado de Evil- Merodac, hijo de Nabucodonosor, en el primer año de su reinado, que este lo sacó de la cárcel. Y no solo le puso en libertad y le habló con benevolencia, sino que además le otorgó un depósito de alimentos que no solo le durase un tiempo, sino que le fue dada una provisión diaria durante todos los días de su vida. El Señor no abandonó al linaje de David ni siquiera mientras estuvo en el exilio.

La historia de Joaquín nos habla de un rey que hizo lo malo ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho su padre. Joaquín nos habla de la posición del pueblo de Dios en un sentido, y la porción diaria que el hombre necesita. No necesitamos estar preocupadas por provisiones para el futuro; esas necesidades aún no han llegado, aún no existen, y debemos estar satisfechas con la porción cotidiana. Cuando nuestro Padre no nos da más, tenemos que sentirnos satisfechas con la porción de cada día. El caso de Joaquín, de alguna manera es el nuestro; tenemos segura nuestra porción, nos es dada de parte del Rey de pura gracia, y es una provisión perpetua. Esto es un motivo continuo para nuestra gratitud. También querríamos un depósito de fuerzas que no tenemos. Día tras día conseguimos fuerzas de lo alto, recibimos renovadas fuerzas por la lectura de la Palabra, por la meditación en ella, a través de la oración… cuando descansamos en Dios y depositamos nuestra confianza en Él. En Jesús tenemos todo lo que necesitamos. Por ello, tenemos que disfrutar de su continua misericordia. Toda nuestra fortaleza viene únicamente del cielo, Él nos fortalece, nos sostiene con Su mano. Nada puedo hacer para mi propio beneficio fuera de lo que Dios obra primero en mí. Cualquier cosa que tengamos, pertenece al Señor; y si algo bueno podemos hacer, ese algo viene de Dios, entera y completamente.

Si soportamos la tentación es porque Dios fortalece nuestro ser, es el Espíritu de Dios quien nos santifica, quien nos aparta del mundo. Si crecemos en su conocimiento es porque el Maestro nos enseña. ÉL es mi roca y mi salvación. Él es el maná del cielo del que necesitamos alimentarnos. Mi fortaleza viene siempre del cielo, de donde consigo el poder; sin Jesús, nada podemos hacer. Como un pámpano no puede llevar fruto si no permanece en la vid, nosotras no podemos hacerlo si no permanecemos en Él.  

Nada podemos hacer sin el poder de Dios. Toda fortaleza verdadera viene del “Fuerte de Jacob”. La profecía de Jacob acerca de sus hijos en el capítulo 49 de Génesis dice: Mas su arco se mantuvo poderoso, y los brazos de sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob (v.24). La fortaleza que Dios da a sus hijos es real, no es jactanciosa, de la que pueden los hombres hablar pero que acaba en humo. Es verdadera y divina. Si tuviéramos que verlo representado, veríamos a Dios como poniendo sus manos sobre las manos de José y colocando sus brazos sobre los brazos de este. Como un padre, el Dios todopoderoso, eterno, se inclina desde su trono y pone su mano sobre su hijo, para que sea fuerte y no desmaye.

Todo el poder, toda la gracia, las bendiciones, las misericordias, todo consuelo, todo cuanto tenemos, toda provisión, proceden para nosotras del Trono de la Gracia, del gran manantial, y por medio del pacto. Aunque los dardos del maligno y sus arcos lancen sus saetas para herirnos, nuestro arco permanece en fortaleza; ¡qué maravillosa esperanza! cuánto cuidado y amor.  Levanta tus ojos al cielo y confía en la promesa que es para todo creyente: “No te desampararé ni te dejaré”.

En su misericordia soberana, Dios hace descender la lluvia en su tiempo; no hay nada en este tiempo o en el venidero, nada que sus promesas digan que no vaya a cumplirse. Dios nunca nos falla, y podemos decir que nuestra esperanza es en Él. Podemos decir como el salmista: Él es mi fuerte habitación en la que puedo descansar continuamente, porque nos ha sido refugio de generación en generación.

Al meditar en todas estas bendiciones, ¿no reaviva esto tu amor por Jesús? ¿No inflama tu corazón y te impulsa a deleitarte en el Señor tu Dios? Porque aquel que te amó y perdonó, no cesará de amar. Por lo tanto, ten presente que cuando pases por el valle de la sombra de la muerte, no tienes que temer mal alguno, porque Él está contigo; cuando pases por las aguas, no temas; y cuando entres en los misterios de la eternidad, tienes la promesa de “que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor”.

¡Bendita provisión! ¡Dale a Dios toda la gloria!

Chelo Villar Castro