…para que cuando llegue ese momento no seamos sorprendidas enredadas en otras “cosas”
Había un grupo de mujeres a quienes fueron perdonados sus pecados, y sanadas algunas de ellas por Jesús, como María Magdalena de quien nos dice el evangelio que estaba poseída por siete demonios. Estas mujeres, expuestas a las enseñanzas de Jesús y viendo el despliegue de su amor y de su misericordia hacia los necesitados, reconocieron la excelencia y la grandeza de su persona, y aunque posiblemente no habían alcanzado un verdadero conocimiento de quien era Él realmente, sí entendieron cuál debía ser la prioridad máxima en sus vidas: servirle a lo largo de su ministerio, con sus bienes, sus cuidados y trabajo.
Y esto, seguramente sin saber todavía que Él había venido como servidor de la raza humana, pecadora y transgresora de su Ley; Alguien que a pesar de ser el Eterno Hijo del Padre y uno con Dios y el Espíritu Santo, servido y adorado por millones de ángeles, puso a un lado sus privilegios y vino a hacerse el siervo de sus criaturas, quienes en su mayoría le rechazaron, desde el jardín del Edén hasta hoy.
Llegado el Viernes de Pasión, algunas de estas mujeres le siguieron y estuvieron a su lado hasta ser dejado en la tumba por dos de sus discípulos secretos (Nicodemo y José de Arimatea). Mateo escribió más tarde en su evangelio: “Y muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle, estaban, allí, mirando de lejos; entre las cuales estaba María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt. 27:55-56).
Marcos, añade otro dato y dice: “…Las cuales cuando Jesús estaba en Galilea, le seguían y le servían; y había muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén” (Mr. 15:41).
El apóstol Juan destaca la presencia de María, la madre de Jesús, que también estaba junto a la cruz con otras tres mujeres, y el propio Juan, a quien Jesús le encomendó el cuidado de su madre. ¡Que amor tan misericordioso demostró hacia la mujer que se prestó gozosa a llevarle en su seno! A pesar de su intenso sufrimiento y su gran aflicción, no descuidó el amparo de su madre, una mujer traspasada por el dolor y la angustia, los cuales atenazaban su corazón al contemplar a su Hijo colgado en la cruz.
Y nosotras, hoy, mujeres del siglo 21, ¿hacia dónde, en quién, o en qué está enfocado nuestro corazón? ¿Cuál es nuestra principal prioridad en nuestro día a día? ¿El trabajo, los estudios, la familia…? Todo ello está en el propósito de Dios para nosotras; pero nuestra prioridad primera debe ser enfocar nuestro corazón en la Palabra de Dios, con el deseo de conocerle más y mejor cada día de nuestra vida en este mundo, por el que transitamos como de puntillas hacia nuestra patria celestial.
La venida del Señor está cerca, y Él nos advirtió de forma reiterada que velemos y oremos, para que cuando llegue ese momento no seamos sorprendidas enredadas en otras “cosas”.
Dice el pastor John MacArthur sobre la necesidad de velar y orar: Velar crea una mentalidad sana de peregrino, sirve para recordar al cristiano que es un ciudadano del cielo apenas de paso por la tierra. También debería recordarle que rendirá cuentas por su servicio a Dios y que será recompensado cuando pase la prueba ante el tribunal de Cristo, después de ser llevado al cielo.
Allí serán evaluadas nuestras obras y nuestras motivaciones, que nos empujaron a ejecutarlas; si fueron hechas en el poder del Espíritu Santo, o en el nuestro, si por amor a Cristo, y a nuestros semejantes, o para nuestra gloria, en lugar de darla a Dios, el único que la merece.
Tenemos la revelación completa de la voluntad de Dios para nosotras, sus hijas. El Señor nos ha dejado un manual completo con instrucciones para nuestro caminar diario con Él y, por tanto, haremos bien en leer y estudiar la Palabra cada día, en oración y dependencia del Espíritu Santo, no simplemente para tener nuestra mente informada, sino para caminar en obediencia a nuestro Pastor, quien nos compró a un precio muy alto, por lo cual ya no nos pertenecemos a nosotras mismas, sino a ÉL.
Dice la Escritura: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:20).
No nos conformemos con menos y seamos servidoras fieles y comprometidas con Aquel que siendo Dios, Creador y Señor del universo entero, se comprometió con el Padre en la eternidad para venir a este mundo, y llevar a cabo la obra de la redención. Lo cual no fue algo baladí; la sombra de la cruz estuvo siempre sobre Él, y a medida que se iba acercando la hora de su sacrificio, su angustia iba en aumento y atenazaba su corazón de tal manera, que, en cierto momento y anticipando la agonía de la cruz, exclamó: “Ahora mi alma se ha angustiado; y ¿qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora” (Jn.12:27).
Y la noche en que fue apresado, confesó esto a tres de sus discípulos: “Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. Y les dijo: Mi alma está muy afligida hasta el punto de la muerte” (Mr. 14:33-34).
La expresión afligida o angustiada, tiene una fuerte connotación que significa “horror, ansiedad y agitación”; aparte de todo el dolor físico y emocional que iba a sufrir, Cristo vislumbraba la ira de Dios que iba a caer sobre Él. Quien nunca había pecado, ahora debía pagar por los pecados y toda la ignominia de otros, mas por amor se sometió a la voluntad del Padre, como siempre, desde la eternidad, había hecho.
Tal amor requiere, por nuestra parte, un compromiso sincero y fiel para obedecer su Palabra y modelar con nuestra vida la verdad del Evangelio; en nuestro hogar, en el trabajo, con nuestro vecinos, amigos y familiares, para que Dios reciba la gloria no sólo por medio de cada una de nosotras, sino por medio del fruto de personas salvadas, a través del evangelio que sus hijas vivimos y modelamos a diario.
Aquellas mujeres que le sirvieron con amor, recibieron el gran privilegio de ser las primeras en recibir la extraordinaria noticia de su resurrección por boca de los ángeles; así mismo, fueron las encargadas de dar la noticia de tan excelente acontecimiento a sus discípulos.
Es digno de resaltar que Dios eligiera a las personas que la sociedad de entonces tenía en más baja estima: A los pastores en Belén les fue concedido ser los primeros en recibir la gran noticia del cumplimiento de la promesa del nacimiento del Salvador, Cristo el Señor. Y las mujeres que le amaron y le sirvieron hasta el fin de su ministerio, fueron las primeras en verle resucitado, y en dar tan excelente noticia.
Del mismo modo, las mujeres de hoy somos llamadas por el Señor a anunciar a nuestra generación la verdad del EVANGELIO, para salvación.
*La versión bíblica utilizada es la L. B. L. A.