LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Print Friendly, PDF & Email

Adonde la mente no llega… adoremos

Queridas hermanas, compañeras de viaje, quiero compartir con vosotras un tema que me causa asombro y me maravilla. Se trata de cómo seremos cuando estemos con el Señor. Es un tema de consuelo y ánimo, que nos purifica ahora y nos ilusiona para el futuro: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). La esperanza es ser como Cristo: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él (1 Juan 3:2).Esto lo escribió el apóstol Juan, y el apóstol Pablo dice lo mismo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Ro. 8:29). ¡Esto es muy grande! Retrocedamos un poco y consideremos nuestros orígenes, para entender nuestro futuro.

Fuimos creados a imagen de Dios, como corona de su creación. La inteligencia, las facultades, las capacidades físicas e intelectuales del primer hombre las desconocemos, pero sabemos que su salud era perfecta y que podría haber vivido para siempre si no hubiese pecado. Con la caída en el pecado, el hombre perdió mucho, pero cuánto, no lo sabemos. Refiriéndose al hombre original, el salmista dice: “Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmos 8:5). Así éramos en el principio, pero con la caída empezó la degeneración del ser humano. Sin embargo, Dios intervino mandando a su Hijo al mundo para empezar una nueva Creación en Cristo. Él es el primer hombre de una nueva especie. Y seremos como Él cuando le veamos. 

Ahora, en esta vida, los que somos del Señor hemos subido de categoría. ¡Y cuánto hemos subido! Dios nos llama hijos: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” (1 Juan 3:1, NVI). El Señor Jesús nos llama amigos y hermanos: “Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mr. 3:34,35).

El proceso de restauración ya empezó. Fuimos comprados a precio muy alto, porque Dios tenía planes muy altos para nosotros: “Fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:19). Su sangre ha sido la dote con la cual Cristo ha comprado a la que será su Esposa. 

Como Iglesia, somos el cuerpo del cual Cristo es la Cabeza. Si Cristo es la Cabeza y la Iglesia es el cuerpo, ¡el cuerpo tiene que encajar con la Cabeza! Pero, a la vez, somos la novia de Cristo. Y no se puede casar a dos cosas que son dispares, como un gato y un león. ¡Habrá un cambio enorme en nosotros cuando veamos al Señor; para que el cuerpo encaje con la Cabeza! El apóstol no entra en detalle; se limita a decir que “seremos semejantes a él”.

Hablando de su esposa, “Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn. 2:23). Si el matrimonio humano es una imagen de la relación entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5:32), ¡lo que dijo Adán se cumple en nosotros! Somos carne y hueso con el Señor. Como dijo el apóstol Pablo: “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (…) Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (Ef. 5:29-32). Y esta es nuestra identidad. Así es como Dios nos ve ahora: nos ve como las personas que Él creó para que fuésemos la Esposa de su Hijo, unidos con Él para formar un solo cuerpo.Todo esto es maravilloso, pero aún no hemos visto a dónde vamos a llegar: “todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser” (1 Juan 3:2). Los planes de Dios para el hombre son maravillosos.

Nos duele la cabeza al pensar en todas estas cosas, porque no caben en nuestra mente. En términos humanos vemos tres etapas: En el principio estuvo Dios solo, luego Él hizo la Creación, y después habrá una nueva Creación (2 P. 3:13; Is. 65:17). En la creación presente ocupamos un rango un poco menor que los ángeles. Pero en la nueva creación vamos a ocupar un lugar más alto que ellos, según entendemos, porque vamos a juzgar a los ángeles (1 Co. 6:3); vamos a ser la Novia de Cristo (Ap. 19:7, 8); vamos a reinar con Él (2 Tm. 2:12) y vamos a compartir su herencia (Ro. 8:17). Todo esto está a años luz de nuestra comprensión. Dios siempre había tenido esto en mente para el ser humano. Fuimos comprados con la sangre de Cristo (1 Pedro 1:19), porque Dios nos ha concedido un valor tan alto que no lo podemos comprender, y nos va a poner en un lugar muy alto que tampoco podemos comprender. Todo lo que leemos en Efesios 5 acerca del matrimonio, es un reflejo de Cristo y la Iglesia; los dos forman y formarán un solo cuerpo. ¿Cristo y la Iglesia en semejante unión? Inimaginable. ¿Reinar con Cristo? Impensable. Que fuimos predestinados para ocupar un lugar tan alto en la escala de Dios, como hemos leído, va más allá de nuestra comprensión.

Nuestra salvación es mucho más grande de lo que podemos imaginar: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Jn. 3: 2). Para esto fuimos creados. Hasta aquí llegamos. Cómo seremos, ni lo podemos empezar a imaginar. Adonde la mente no llega, adoremos.

Estamos hablando de “la gloria que habrá de revelarse en nosotros” (Ro. 8:18). Es la increíble gloria que Dios ha preparado para aquellos que le aman, por pura gracia, procedente del amor eterno de nuestro Dios. ¡¡Bendito sea su Nombre!!

Margarita Burt