¿Por qué sigues a Jesús?
El idioma inglés es, sin duda, el más usado fuera de los países en los que es lengua oficial. Es el idioma de los negocios y de la tecnología, y el que más se utiliza para comunicaciones internacionales. En mi exposición a esta lengua he ido aprendiendo diferentes palabras y expresiones, y no hace tanto me sorprendió un vocablo que me pareció interesante tanto por su grafía como por su sonoridad y procedencia: “clique”.
Se trata de una palabra de origen francés y cuyo uso en lengua inglesa está ya documentado en 1711. Define a los grupos que se forman en comunidades de distinto tipo: clubes, empresas, instituciones de enseñanza, iglesias… En cada una de estas agrupaciones se forman otros subgrupos, cuyos miembros son afines de alguna manera, y a estos es a los que los angloparlantes llaman “cliques”.
El ejemplo que viene a mi mente es el de los distintos grupos que se ven, por ejemplo, en un centro de enseñanza secundaria: los populares, los empollones (estudiosos), los frikis (especiales), los anti sistema… Cada uno de estos grupos sería un clique, cuya definición es: “Un pequeño grupo de personas que pasan su tiempo juntos y que no dan la bienvenida a otros que no sean como ellos”.
Hablar de cliques en la iglesia es un contrasentido, si recordamos lo que dice nuestro Señor: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20,21). Sin embargo, no podemos afirmar que no existan; es más, existieron casi desde el principio, como el apóstol Pablo nos deja ver: “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1ª Corintios 1:12,13).
Evidentemente, la unidad en la Iglesia, la local y la universal, es lo que nuestro Señor desea; y es nuestra responsabilidad hacer todo lo posible para que esto ocurra, comenzando por lo más esencial: no romper esa unidad, ya provista por el Espíritu Santo, con nuestro egoísmo y preferencias personales.
Los cliques, por lo tanto, no pertenecen al ámbito de los verdaderos hijos de Dios. Sin embargo, entre los que nos llamamos cristianos hay otra clase de grupos en los que nos dividimos y en los que comencé a pensar tras releer el capítulo tres del Evangelio según San Marcos.
Nos hallamos aquí ante uno de los momentos de más “popularidad” de nuestro Señor; su presencia en las sinagogas y fuera de ellas, era seguida por multitudes ávidas de escucharle y ver sus milagros. Pero, ¿quiénes conformaban estas multitudes? Según vamos leyendo, aparecen esos distintos grupos a los que antes aludíamos:
Los duros de corazón, personificados por los fariseos y herodianos que, a pesar de ver los milagros de Jesús, perdían de vista lo más importante, que era hacer el bien, y daban prioridad al punto de vista humano, a lo establecido por los hombres. Por eso, nosotras debemos tener muy claro qué es El Bien, con mayúsculas, para no desviarnos. Pero eso será el tema de un próximo artículo.
Los que buscan beneficiarse, personificados por la multitud que le seguía por cuán grandes cosas hacía. Puede ser que algunos fueran para oírle, pero lo que aquí se dice es que le seguían por los milagros que hacía, por las enfermedades que sanaba. ¿Qué buscamos nosotros al acercarnos a Jesús, al asistir a Su iglesia? ¿Queremos oír al Señor y aprender en qué podemos cambiar para agradarle y parecernos más a Él, o queremos que nos oigan a nosotros y nuestras necesidades para que, quizás, nos las solucionen?
Los llamados al servicio, personificados por los que subieron al monte con Jesús. Nuestro Señor llama a los que Él quiere, y nuestra responsabilidad es responder a ese llamado; y no creo que Él llame a quien Él sabe que no está dispuesto a servir… Este es, pues, otro grupo, el de aquellos que han respondido positivamente a lo que Dios pide, y le sirven. A estos Dios los respalda con su poder y los conoce por nombre.
“Los suyos”, personificados por sus hermanos y su madre. Un grupo al que no se define claramente, pero, aunque no puedo asegurarlo, tengo la certeza de que esta expresión se refiere a la familia biológica de Jesús. El Señor había vuelto a casa con los apóstoles, pero era tal el número de personas que los seguían y demandaban cosas de Él, que ni siquiera tenían tiempo para comer. Viendo el revuelo que se estaba formando, no es extraño que “los suyos”, su familia, quisieran prenderle, llevárselo de allí, para que (según ellos) no siguiera alborotando y poniéndose en peligro frente a las autoridades; recordad que los escribas también estaban allí. Por supuesto, el Señor no accedió a ir, porque Él estaba en los negocios de Su Padre celestial y tenía mucho que decir y enseñar. Un poco más tarde, sus hermanos, con su madre, vienen personalmente, y quieren verle (quizás para reiterar su deseo de que se vaya de allí y no siga alborotando y ofendiendo a las autoridades religiosas), pero el Señor contesta: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”; Respuesta que puede parecer dura y falta de cariño, pero que se entiende bien si pensamos que ellos estaban queriendo estorbar la obra de salvación que nuestro Señor había venido a hacer, según la voluntad del Padre.
Las palabras de Jesús que siguen a esta difícil pregunta, son para nosotros, los que pertenecemos a la familia de Dios, el faro y guía de nuestra vida. Porque el Señor afirma que somos parte de su familia, es decir, hijos del mismo Padre, de nuestro Dios, si cumplimos Su voluntad: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:35).
¿En qué grupo estás tú? ¿Sigues al Señor por contienda, por ganancia personal, porque has nacido dentro de la iglesia… o lo haces porque deseas servirle a Él y hacer la voluntad de Dios?