Tenemos que mentalizarnos, vez tras vez, hasta formar los nuevos hábitos que acompañan a una vida de justicia y santidad
¿Cuáles son las normas que gobiernan las relaciones entre hermanos en la fe? Aquí están deletreadas para nosotros: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32). No nos relacionamos los unos con los otros como los del mundo. En Cristo hay toda una nueva manera de relacionarnos. El apóstol marca las pautas de la relación: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente” (4:17). Aquí nos dice cómo no tenemos que comportarnos, y allí cómo sí lo hemos de hacer. Tenemos una nueva mentalidad que conduce a una nueva manera de vivir: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (4:23, 24). Somos una nueva creación de Dios para vivir en justicia y santidad.
Dios ha hecho su parte. Ahora nosotros tenemos que mentalizarnos, vez tras vez, hasta formar los nuevos hábitos que acompañan a una vida de justicia y santidad. Esto empieza por no mentir: “Hablad verdad cada uno con su prójimo” (4:25). Cuando nos enfadamos, cosa inevitable, hemos de solucionarlo en el mismo día sin dejar que el diablo se meta y complique aún más el problema. Hemos de ser generosos con nuestros hermanos si tienen dificultades económicas. No debemos decirles ninguna cosa fea, solo lo que sirva para su edificación. Una relación mala con ellos entristece al Espíritu Santo. No debe haber en nuestra relación nada de “amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias, o mala conducta” (4:31).
Habiendo tocado lo que no debe hallarse entre hermanos, ahora viene la parte que hemos estado esperando, la parte positiva de la relación: “Sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo” (4:32, NTV). Lo que Dios quiere es que estemos felices los unos con los otros. Que podamos disfrutar de la compañía de nuestros hermanos, con una relación constructiva que procede de un corazón tierno. Quiere que solucionemos rápidamente las ofensas, porque siempre las habrá, empleando la misma clase de perdón que hemos recibido de Dios, que es un perdón inmerecido. O sea, mantenemos la relación por medio de una conducta amable de nuestra parte, un corazón tierno y compasivo, y la capacidad de perdonar. El amor y el perdón son factores clave para que podamos sostener relaciones que alegren el corazón de Dios, quien nos ha dado a nuestros hermanos para el provecho mutuo.
El amor que tiene que gobernar nuestras relaciones es el amor “ágape” que está descrito en 1 Corintios 13. Si sustituimos nuestro nombre por la palabra “amor” en el texto, se lee así: “Mari Pili es paciente, Mari Pili es simpática, Mari Pili no tiene envidia, Mari Pili no se jacta, Mari Pili no es orgullosa. Mari Pili no deshonra a otros, Mari Pili no busca lo suyo, Mari Pili no se enfada fácilmente, Mari Pili no guarda una lista de agravios cometidos en contra de ella”. Cada una puede hacer el mismo ejercicio insertando su nombre en el texto y luego leyendo en voz alta. ¡Es quebrantador!
En las instrucciones de Pablo vemos los tres componentes de la relación con el hermano: “Sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo” (Efesios 4:32, NTV). Vamos a mirarlos más de cerca:
- Hemos de ser amables:
Amable se define como: “afable, complaciente, afectuoso: persona agradable y cariñosa”. La persona amable hace favores para la otra persona, la ayuda, mira a ver cómo puede atender a sus necesidades. Se hace solidaria y es simpática con ella. Es cortés. Crea un ambiente placentero dondequiera que esté presente. Es agradable tener a una persona amable a tu lado.
- Hemos de ser de buen corazón:
Esto es: sin malas intenciones, sin doblez, sin engañar o encubrir la verdad, sin tramar mal contra la otra persona, sin causarle problemas o disgustos, sin faltarle el respeto; siempre mirando por su bien, su provecho, su beneficio, su comodidad, su edificación espiritual. Es dedicarte a su bien. Otra traducción pone “compasivo” en lugar de “buen corazón”. Y la versión de Reina-Valera pone “misericordioso”. Compasivo y misericordioso apuntan hacia los fallos que puede tener el hermano. En lugar de criticarlo, sentimos compasión, porque también tenemos nuestros fallos. Hemos de esforzarnos por hacer todo el bien que esté a nuestro alcance para que prospere nuestro hermano en su vida espiritual y cotidiana.
- Hemos de perdonar:
El no perdonar procede del orgullo. El orgullo es un cáncer espiritual. Corroe la misma posibilidad de amar, o de estar contento, e, incluso, al sentido común. El perdón procede de un buen corazón lleno de misericordia y compasión. Perdonamos porque hemos sido perdonados, porque no somos mejores que el otro, porque no queremos ser rencorosos, amargados, resentidos o vengativos. No perdonar hace mucho daño a la persona que no perdona, y también hace daño a la persona no perdonada. Le acarrea problemas a su vida y su relación con el Señor. Se siente rechazada, repudiada, indigna, condenada, o miserable. El perdón es una forma de manifestar amor y aceptación. Procede de un corazón contrito y humillado.
Ya hemos vuelto a lo básico: al amor y el perdón. Esta es la base para todas las relaciones en Cristo, y es cómo Él se relaciona con nosotros. Nos ama con el amor inmerecido que procede del mismo corazón del Padre, fue expresado en la Cruz del Calvario y es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Dios nos perdona porque Jesús ya pagó nuestra deuda, y pide que perdonemos al hermano porque hemos sido perdonados, y que le amemos porque somos amados con un amor entrañable que no conoce límites, ni depende de nada salvo del inagotable río de amor que fluye del trono de Dios.
Y en este punto viene a nuestra mente una estrofa del himno:
¡Oh profundo amor de Cristo, vasto inmerecido don!
Cual océano infinito ya me inunda el corazón.
Me rodea, me sostiene la corriente de su amor;
Llévame continuamente hacia el gozo del Señor.