Transitar la vida es un desafío al que nos enfrentamos diariamente…
Recuerdo una oportunidad en que estábamos de viaje por primera vez visitando una ciudad de un país vecino. Fuimos junto con mi esposo y mi hija mayor, que en ese momento era bebé, y como no podía ser de otra manera… ¡Nos perdimos! ¿Te suena familiar? Sí, seguro que sí. En ese momento no existían los GPS, que ahora son de gran utilidad. Era ya tarde, de noche, muchas horas de viaje y no encontrábamos un lugar para quedarnos. Preguntábamos, pero no pasaba nada. La preocupación y el cansancio del viaje se empezó a apoderar de nosotros. De pronto, un lugareño se percató de nuestra situación y nos dijo: “Síganme, yo iré delante y los llevaré a un lugar donde podrán pasar la noche y mañana ustedes verán qué hacen”. ¡Qué seguridad y tranquilidad nos transmitió esa persona! Siempre recordamos ese episodio y la actitud amable que tuvo ese desconocido hacia nosotros.
Después que Jesús resucitó, un ángel les dijo a las mujeres que visitaron la tumba: “Él va delante de vosotros…” (S. Marcos 16:7); y les pidió que se lo transmitieran a los discípulos.
Esta frase «Él va delante de vosotros», es mucho más que una dirección geográfica hacia Galilea. Es una promesa alentadora y maravillosa, que podemos hacer nuestra. En el caminar de la vida cotidiana Él nos acompaña, nos guía y nos recuerda que nunca estamos solas. Jesús resucitado no se queda atrás en el pasado, en el dolor o en el fracaso. Él va por delante, abriendo camino, preparando el terreno, guiando nuestros pasos. Promete ir delante de nosotras, guiándonos y apoyándonos en cada paso.
En Deuteronomio 31:8 también dice: «El Señor mismo irá delante de ti, y estará contigo; no te dejará ni te desamparará; por lo tanto, no tengas miedo ni te acobardes». Esto significa que no estamos solas en nuestras jornadas, y que podemos confiar en Su presencia constante.
Transitar la vida es un desafío al que nos enfrentamos diariamente, donde muchas veces el miedo se apodera de nosotras, nos paraliza e inhibe de seguir adelante; pero es entonces cuando debemos recordar que el Señor está con nosotras. Él no fallará, Él es digno de nuestra confianza.
La presencia de Dios se puede experimentar de muchas maneras, disfrutando de la creación, la alegría profunda de momentos especiales, el consuelo en circunstancias difíciles, la guía en la toma de decisiones. Podemos sentirlo a través de la respuesta a la oración, del propósito y significado en la vida y, por supuesto, de la compañía diaria.
En la antigüedad, Dios le había prometido a Moisés que enviaría un ángel para guiar a los israelitas a la tierra prometida, pero que no iría con ellos en persona porque eran un «pueblo de dura cerviz». Moisés, al escuchar esto, le ruega a Dios que no los deje solos y que su presencia sea la que los distinga de las demás naciones.
Moisés entonces dice: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí». De esta manera expresa su dependencia de la presencia de Dios y su deseo de que Él vaya con ellos en su viaje.
Amiga, tú también, hoy, puedes realizar la misma petición que Moisés: “Señor, quiero que tú me acompañes en el camino cada día. Te abro mi corazón y sé tú mi guía desde ahora y para siempre”. Amén.