LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Encuentra tu lugar en la iglesia

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A cada mujer que el Señor ha salvado, le corresponde una responsabilidad en Su obra

Dios sigue obrando en el mundo de muchas maneras, pero principalmente lo hace por medio de la Iglesia. Cualquier mujer cristiana, como hija de Dios que pertenece a la Iglesia de Cristo, tiene el privilegio de ocupar un lugar y servir.

La Biblia emplea figuras como el cuerpo humano, o un edificio, para ayudarnos a entender el funcionamiento de la Iglesia como un todo, y de cada miembro que la integra. Jesucristo se nos presenta como la Roca fundamental de la Iglesia, y quienes se convierten al evangelio se integran en ella como piedras vivas (1P. 2:4,5). Pedro habla de piedras vivas, no muertas. Esta característica nos transmite la idea de participar en la construcción de todo el edificio, y lo mismo ocurre con la figura del cuerpo. Sus miembros no están para adornarlo de manera estática, sino que son partes vivas y dinámicas.

Todas aquellas almas que han sido añadidas a la Iglesia, tienen una procedencia distinta en lo social, familiar, cultural, etc., y, sin embargo, Dios acepta a todos por igual, sin excepción. Todo lo contrario de lo que ocurre en nuestro mundo con los criterios humanos de discriminación, pues Cristo une, y no divide.

Para que una iglesia local se convierta en un cuerpo de creyentes maduros que reflejen las virtudes de Cristo, ésta tiene que profundizar en la Vida (que es y viene de Cristo), involucrándose en todas aquellas tareas que forman parte de la actividad del cuerpo, es decir, en la edificación mutua y el testimonio evangelístico. En la comunidad cristiana, como en el cuerpo humano, muchos son los miembros que lo componen, hombres y mujeres diferentes, pero todos contribuyen para el desarrollo del mismo. Esto significa que cada miembro es importante (Ef. 4:16). Todos tienen su lugar, y las diferencias existentes, de fuerza o debilidad, de mayor o menor inteligencia… no deben ser motivo de disensión o condenación. Al contrario, esas diferencias son ocasión para el servicio mutuo.

El lugar que cada mujer ocupa en la iglesia, no es el que una escoge para promocionarse, buscando el éxito, sino el lugar donde se puede servir mejor a los demás, y la unidad cristiana depende de que cada una llegue a ser un eslabón de la misma cadena. Por ello es conveniente tener claro el papel que Dios nos da, a fin de que nadie pueda sentirse inútil, o esté en un lugar que no le corresponde. Todas comenzamos siendo débiles en la vida espiritual, y el crecer para alcanzar la madurez es tarea en la que todas intervenimos. El espíritu de servicio es lo que debe prevalecer en aquellas que han experimentado la misericordia de Dios en su vida, y no desean más que servir. Pero, al mismo tiempo, la mujer que desea trabajar para el Señor debe aprender, ante todo, a tener en poco su propia gloria (Ro. 12:3). Quien busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo. En cualquier esfera de la iglesia en que estemos colaborando, es mejor un espíritu paciente que un espíritu altivo (Ec. 7:8) y, a menudo, pasamos por alto actitudes importantes y necesarias como: saber escuchar a los demás en lugar de hablar siempre; ayudar en las necesidades básicas de nuestros semejantes; tener un buen compañerismo en el trabajo y los estudios; unas buenas relaciones con nuestras vecinas… En todo ello es imprescindible una actitud del corazón sincera.

En la Biblia hay frecuentes ejemplos de mujeres colaborando en la obra del Señor, en la iglesia, y no se oculta los obstáculos que se presentan tratando de impedir el avance. El abundar siempre en las tareas, por muy humildes que parezcan, es beneficioso para la salud espiritual y para la física. El más importante servicio es saber llevar a cabo aquello que aparenta ser insignificante en la vida diaria, pero que demanda constancia y que viene dado por una genuina motivación. Aunque, en no pocas ocasiones, hay que luchar con las propias emociones e, incluso, sentimientos de inferioridad, en algunos casos. Dios también se hace fuerte en medio de la timidez y el desánimo. Por medio de la oración individual y colectiva se recibe mucho poder de Dios para superar obstáculos e impedimentos. Él promete mucha bendición para quienes hagan su voluntad, y el campo de trabajo es muy amplio; y estemos alertas ante la influencia negativa de nuestra sociedad, que tan sutilmente se infiltra en nuestras vidas, convenciéndonos de que vivir acomodadas es la meta.

Cada cual debe decidir si desea servir con la mayor eficacia y, cuando no se encuentran los cauces adecuados para el ministerio, es de responsabilidad personal buscar la ayuda y el consejo de los responsables de la iglesia local. Al mismo tiempo, corresponde al liderazgo de la iglesia, en cualquiera de los ministerios, preparar, formar y promocionar, abriendo cauces de servicio en la iglesia a las mujeres y los hombres que la forman.

La dicha de ser mujeres cristianas no acaba cuando hemos sido salvadas, perdonadas y reconciliadas con el Padre, sabiendo que nos espera una herencia en los cielos. Se prolonga, además, con la gracia de Dios que nos permite ser agentes participantes de lo que Él hace en el mundo.

El modelo que presenta Pablo de la edificación del Cuerpo de Cristo no refleja meramente un perfeccionamiento personal, sino conjunto, de colaboración en esa edificación, tanto de la congregación de la cual se forma parte, como de todo lo que signifique en el mundo el Cuerpo de Cristo. A cada mujer que el Señor ha salvado le corresponde una responsabilidad en Su obra. Por lo tanto, la capacidad para hacerlo proviene de Dios mismo, capacidad que no se emplea para el beneficio personal o para tener algún dominio sobre los demás, sino que muchas son las necesidades donde poder llevar a cabo las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que anduviésemos en ellas.El Señor reparte dones, sin excepción ni discriminación, para que no encerremos nuestras vivencias cristianas en nosotras mismas, sino para que contribuyamos, siendo útiles a los demás, al Cuerpo de Cristo, que es Su Iglesia.

Esto nos lleva a considerar lo que es la presencia y acción del Espíritu Santo en la vida de la congregación. Algunas descubren sus dones muy pronto, y a otras les cuesta más, pero en todas, y para todas, se derramó el Espíritu Santo, que hace posible que cada mujer de Dios pueda llenar sus manos con servicio, y encontrar un lugar donde llevarlo a cabo.

Chelo Villar Castro