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Mujeres de la Bíblia: Mujeres que oran …

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Confió en que su Dios, al que podía clamar, iba a escucharla… y descansó plenamente en Él

Durante las últimas semanas he estado pensando en cuanto a la importancia de la oración y la relevancia que tiene en la vida espiritual de las mujeres creyentes y, también, en el lugar tan importante que se le da a esto en la palabra de Dios.

Las cortas líneas que seguirán en este artículo, tienen el propósito de recordarnos que las mujeres de la Biblia, a través de sus oraciones, fueron fortalecidas, guiadas y bendecidas.

Y hoy, nosotras, hemos de valorar y tener muy en cuenta el legado tan precioso que hemos recibido, para que al leer las historias bíblicas de aquellas mujeres, con vidas muy complicadas pero tan ejemplares, podamos tomarlas como modelos inspiradores, en generaciones como la nuestra, en la que muchas veces hemos olvidado la importancia de pasar tiempo en oración, con peticiones y alabanzas, para poder llegarnos al trono de la gracia, a fin de recibir, desde allí, el oportuno socorro; y esto quizás sea debido a las vidas que llevamos, tan estresadas y con tantas cosas que reclaman nuestra atención.

Me gustaría, por lo tanto, repasar muy brevemente los relatos de algunas mujeres que oraron en los tiempos bíblicos, y que pueden ser un ejemplo claro para nosotras cuando nos encontremos en distintas circunstancias de crisis o necesidad.

Mujeres tan fuertes como Débora. Esta mujer lideró al pueblo de Dios en tiempos muy difíciles. Fue profetisa y jueza en Israel. Era lo que hoy podríamos llamar una “profesional de las Fuerzas Armadas”. Buscó a Dios para que la guiara y le diera dirección en cuanto a sus decisiones que, se desprende del texto bíblico, tenían gran relevancia para la paz o la guerra, en su contexto histórico. Y después de una gran victoria militar, la vemos cantar y orar para alabar a Dios.

Su cántico en el libro de Jueces, capítulo 5, es, en el fondo, un desgarro de su alma. Todo estaba desolado y el pueblo de Dios “se apartaba por senderos torcidos…”, y ella dijo: “Hasta que yo Débora me levanté, me levanté como madre en Israel”, liderando al pueblo y los ejércitos hasta la victoria.

Y esta valiente mujer termina su fantástico cántico diciendo: “…los que aman a Dios serán como el sol cuando sale en su fuerza”.

Hoy, también existen en nuestras iglesias muchas “madres en Israel”. Valientes mujeres que luchan para que sus familias y los creyentes de sus congregaciones no se aparten de la verdad absoluta que encontramos en la Biblia.

En este relato se nos recuerda, de forma especial, que tras la victoria sobre los enemigos, la oración de las mujeres debe expresar también gratitud y reconocimiento al Dios vivo, por sus obras.

Otra valiente mujer fue Ester, la joven judía, que llegó a ser reina en un importante imperio. Vemos, en su historia, una lección clara de la relevancia de la oración comunitaria y el ayuno en tiempos de crisis grave.

La historia bíblica nos explica, en el capítulo 4 de su libro, que ella arriesgó su vida por su pueblo, mostrando la fuerza que puede haber en la oración y la intercesión; ya que ella pudo comprobar, en primera persona, que Dios escucha y responde a las oraciones sinceras, especialmente en momentos de gran necesidad, en los que se manifiesta la gran dependencia que tiene el ser humano de la ayuda de Dios.

Recordemos que la parte troncal de esta historia es el claro deseo de exterminar al pueblo de Dios por parte del malvado Aman, y vemos cómo la reina Ester se dispuso a presentarse delante del rey, aunque eso estaba prohibido. Nadie podía aparecer delante del rey si éste no hacía la petición de recibirle. Por lo tanto, para llevar ese acto de “osadía” a cabo, Ester habló con su tío Mardoqueo diciéndole: “Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo, también, con mis doncellas, ayunaré igualmente, y entonces entraré en la presencia del rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca”.

Conocemos, por el final de la historia, que todo terminó muy bien, pero al principio de la narrativa Ester no sabía cómo iba a resultar lo que se proponía hacer; sin embargo, confió en que su Dios, al que podía clamar, iba a escucharla… y descansó plenamente en Él.

Tenemos otra historia de una mujer cananea. No era una mujer judía; era una madre gentil que acudió a Jesús pidiendo sanidad para su hija. Mostró una perseverancia inquebrantable. Clamaba: “¡Señor, Hijo de David ten misericordia de mí!”. Los discípulos, cansados de escucharla, le rogaron a Jesús, diciendo: “Despídela, pues da voces tras nosotros”. Pero, afortunadamente, ella no paró, y el Maestro, dirigiéndose a ella, le dijo: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora” (Mt. 15:21-28).

¡Cuán importante es la perseverancia en la oración! Esta historia nos alienta a orar sin cesar y a no desmayar en cuanto a la oración; más bien, nos insta a mantenernos perseverantes, confiando en la compasión de Dios, aunque no la merezcamos.

Quiero terminar estos cortos relatos con otra mujer: Una anciana, viuda desde hacía ochenta y cuatro años y, por lo tanto, nos dice la Biblia que era de edad muy avanzada. Esta mujer dedicaba su vida a la oración en el templo, esperando que Dios hiciera algo con el pueblo de Israel. Se llamaba Ana, profetisa, y la encontramos en el evangelio de Lucas 2:36-38.

Es increíble que ella no se apartaba ni de noche y de día, sirviendo en el templo. ¡Qué reto para las mujeres mayores! No hace falta jubilarnos de ese servicio.

El Señor la premió, por su constancia en la oración y por su fidelidad en el servicio, con el privilegio de ver al Mesías, cuando José y María trajeron al Niño Jesús al templo para presentarlo al Señor, y Simeón lo tomó en sus brazos; este hombre piadoso, sobre el que estaba el Espíritu Santo, los bendijo… Y nos dice la Escritura que estaba también allí, en ese momento, Ana, la anciana profetisa.

Me gustaría pediros que tengamos en cuenta estas cortas historias e imitemos sus vidas de oración. Porque el mundo parece sucumbir a nuestro alrededor. Hay mucho dolor y angustia por todas partes, pero debemos seguir mirando al trono de la gracia donde hallaremos consuelo y, como hemos escrito al principio, el oportuno socorro para cada circunstancia de nuestra vida.

¿Qué te parece? 

Ester Martínez Vera