Sólo apasionarnos por la persona de Jesús, cambiará nuestra vida para siempre…
Está siendo una época extraña de mi vida. Un tiempo difícil y raro, lleno de cambios y de momentos largamente temidos, tristes despedidas (o no tan tristes…) y adaptaciones a nuevas realidades. Y he podido experimentar que es en estos momentos cuando lo que se supone que ha sido el fundamento de tu vida, demuestra de verdad serlo o no serlo.
Es relativamente fácil decir a boca llena que tienes confianza, que tienes esperanza, que estás seguro en la Roca de los Siglos… y tantas cosas que decimos con la absoluta convicción de que son una realidad; pero, cuando estas certezas son puestas a prueba… cuando nos hacemos preguntas incómodas… cuando observamos perplejos la realidad que estamos viviendo… ¿qué lugar ocupan, entonces, nuestras convicciones? ¿Son solo frases bonitas o son realidades que funcionan como seguras anclas para nuestras almas que impiden que seamos arrastrados a la desolación y a la desesperanza? Soy testigo de que la segunda opción es una hermosa realidad en aquellos que mantienen una estrecha relación de amor, de pasión, con su Amoroso Padre, el Todopoderoso.
Es muy posible que, en una situación terrible, el corazón de cualquier persona sufra, como le pasó al ejemplar Job, cierto grado de incomprensión y perplejidad. Incluso, que preguntas “de lo más inconvenientes” nos torturen día y noche, que las dudas asomen sus orejas amenazando con trastornar nuestra paz interior; en mi opinión eso es lo más lógico, lo más humano, al fin y al cabo.
Sin embargo, cuando nuestra relación con Dios es real, personal, íntima, cercana, intensa, apasionada… cuando conocemos a Dios y, lo que es más importante, somos conocidos por Él, al final es posible que digamos como Job dijo: “Hasta ahora solo había oído de ti, pero ahora (…en medio de esta tormenta…) te he visto con mis propios ojos” (Job 42:5). Y esto es así porque la relación íntima de Dios con un ser humano, todo lo cambia.
Mi padre siempre ha sido un hombre especial, un apasionado de su Padre celestial, un asombrado ante el derroche de amor divino en la persona de Jesús. Le he visto llorar a lágrima viva solo al meditar en la magnitud de la pasión de Dios hacia los seres humanos, hacia él personalmente. Su intensa vida interior siempre le ha permitido pasar horas y horas en reflexión personal, en meditación y en estudio bíblico, y también compartiendo “a tiempo y fuera de tiempo” lo que para él siempre ha sido la noticia más importante que cualquiera necesita escuchar: “Dios te ama”. A lo largo de su vida ha dado evidencias suficientes de una profunda conexión con Dios.
Ahora está en un momento crucial de su vida en la tierra: diagnosticado de una enfermedad terminal, está viviendo sus últimos días aquí. Y a pesar de lo duro y cruel de su situación, está siendo ejemplo de que la absoluta confianza en su muy amado Padre Celestial le está sustentando y llevando día a día en este duro peregrinaje que le ha tocado vivir. Cuando supo del tremendo diagnóstico médico, hace tan solo unos meses, después de reflexionar un poco ante la perspectiva de partir de este mundo, dijo: “Mejor hoy que mañana”, y empezó a vivir esta etapa esperando, deseando incluso, el momento del viaje. Desde el principio le inundó la alegría, absolutamente sincera, de saber que el encuentro que más había deseado en su vida: ver cara a cara a su querido Jesús, estaba muy cerca. Y, cuando no se siente bien (porque la situación se va complicando), se goza de corazón al saber que pronto estará en los brazos del Padre. Hemos cantado canciones clásicas con él, y se le ilumina la cara con aquellas que hacen alusión a “las calles de oro que un día andará”, sabiendo que ese día está a la vuelta de la esquina… y no tiene miedo, nunca ha tenido miedo. Él quedó enamorado de Jesús en una convalecencia juvenil, con la sola lectura del evangelio que “casualmente” llegó a sus manos, y esa pasión no ha disminuido con el paso de las décadas; diría que, incluso, ha aumentado.
Y es ahí donde está la clave, en la relación, en la pasión. ¿Por qué me preocupo por las nimiedades del día a día? ¿Por qué me aterrorizo ante las grandes tormentas? ¿Por qué me afano por tenerlo todo bajo mi control? ¿Por qué me frustro cuando las cosas no ocurren como yo habría querido? ¿Por qué me hundo en la desesperación y en la tristeza cuando llega la tragedia? Demasiadas veces mi intimidad con Dios no pasa de una lectura diaria de la Biblia (si acaso…) y algunas de esas oraciones de emergencia. Nada de intimidad, nada de pasión, nada de asombro… nada de relación, en realidad. Superficialidad, superficialidad y superficialidad… ¡¡¡Basta ya!!!
Obviamente, mi padre no es perfecto, ni mucho menos, es solo un ser humano; pero puedo decir que en estos días, ante mí se ha desplegado el maravilloso milagro que el amor de Dios puede hacer en la vida de un hombre. El amor de Dios ha convertido a mi padre en un héroe de la fe. Sirva esto como sentido homenaje a quien ha dejado profunda huella, imborrable, en mi vida, y como recordatorio de que solo apasionarnos por la persona de Jesús cambiará nuestra vida para siempre. A Él sea toda la gloria.