¿Qué significa para ti un «sacrificio de alabanza»?
La sabiduría contenida en las páginas de la Biblia, sigue sorprendiéndome y haciéndome consciente de mi situación, cada día. Y cada día atisbo un poquito más de la compleja y preciosa naturaleza de mi Dios a través de sus páginas. Porque como Él, los conceptos y enseñanzas que Él nos deja a través de las páginas de sus Escrituras, son mucho más de lo que humanamente podemos entender o asimilar, pero, en la medida que nos es dado, a través de ellos podemos ir descubriendo las insondables riquezas del poder de Dios, de su amor, misericordia y paciencia.
En esta etapa de la historia, quizás como en otras anteriores, la superficialidad y confusión reinan. No se piensa demasiado en el futuro, y nuestra capacidad intelectual, nuestra alma, se entretiene con vanidades que nos estorban el tratar lo verdaderamente importante de la vida. Nos perdemos en un mar de actividades y necesidades creadas que no edifican nuestra identidad como seres únicos, creados a imagen y semejanza de Dios… y alimentamos nuestros instintos en vez de nuestros valores.
¡No es este el modo de actuar de Dios! Él nos habla claro, con profundidad, nos lleva siempre a lo que “a vida eterna permanece”, y nos insta constantemente a trabajar para desarrollar esa parte de nosotros que no morirá, porque no es materia corruptible. Es más, como sabe de nuestra escasa capacidad para mantenernos en sus enseñanzas, nos ayuda resumiéndolas, para que podamos tenerlas siempre presentes, para que podamos memorizarlas y grabarlas en nuestra mente y corazón: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).
Leyendo el salmo 50, se me ocurrió pensar que Asaf, su autor, director del coro en la época de David y al que una vez se refiere como “vidente” (2 Cr. 29,30), había hecho también, en este salmo, uno de estos resúmenes que nos ayudan a centrarnos y quizás a responder esas preguntas que muchos tienen acerca de Dios y su reino.
¿Quién es Dios?
El salmo comienza dejando claro que Jehová es el Dios de dioses, que es poderoso sin restricciones, y que, además, es el juez; es decir, quien decide lo que está bien o mal, y las consecuencias de ello.
¿Qué quiere Dios de nosotros?
Después de abundar en el poder y derecho absoluto de Dios, Asaf nos transmite de parte de Dios, lo que Él considera que es nuestra parte: “Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia…” Asimismo, nos dice a qué se compromete Dios en este caso: “Te libraré, y tú me honrarás” (vv. 14,15).
¿Cuál es nuestra respuesta?
Después de dejar claro que es pura hipocresía querer opinar acerca de Dios sin conocerle, hay una clara advertencia a aquellos que deciden olvidarse de Dios. De igual manera, nos señala el premio de los que decidan tenerlo en cuenta:
“Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios” (vv.22,23).
Como hija de Dios, me interesó mucho ese resumen final acerca de qué es lo que define a aquellos que se deciden por Dios. Debemos de ordenar nuestro camino y sacrificar alabanza a Él. Esta última afirmación me hizo pensar…
Ya en el versículo 14 se nos había instado a sacrificar a Dios alabanza, y al final del salmo nos lo repite, pero ¿qué significa realmente eso de “sacrificar alabanza a Dios”?
El término “alabanza” lo conocemos, y aunque muchas veces lo referimos a la música y el canto de las bondades y atributos de Dios, la alabanza es mucho más que eso. Literalmente, alabar es “Elogiar, celebrar con palabras”. Por tanto, una poesía, una meditación o una oración que reconozca las cualidades y méritos de nuestro Dios, es, igualmente, alabanza hacia Él.
Pero no se nos pide aquí que meramente alabemos… tenemos que sacrificar alabanza, y eso honrará a Dios.
Sacrificarnos no es algo que nos guste, porque implica un esfuerzo de nuestra parte. Y es esfuerzo porque implica renunciar a algo, aunque sea para conseguir otra cosa. El género humano no se caracteriza por sacrificarse en aras de algo mejor. A veces observamos estos comportamientos, y por ello los designamos como heroicos, porque no es lo habitual. ¿Por qué, entonces, alabar a Dios ha de ser un sacrificio? A muchas de nosotras nos encanta entonar canciones, himnos a nuestro Dios; más que un sacrificio, es un placer…
La alabanza a Dios, según mi meditación y entendimiento, ha de ser un sacrificio porque implica la renuncia a nuestro natural egocentrismo, a nuestro natural orgullo, a nuestra natural tendencia a pensar en mí en relación con todo lo demás.
Cuando alabamos, debemos de elogiar a nuestro Dios, pensar sólo en Él. Pero, ¿no es cierto que muchas veces “alabamos” centrándonos más bien en nuestros sentimientos y necesidades? En nuestros cánticos, hablamos de cómo nos sentimos ante nuestro Dios, de lo que necesitamos de Él (aunque sean cosas perfectamente lícitas y buenas), de cómo vamos a rendirle loor ¡nosotros! ¿No es eso el centrarnos en nosotros mismos que debemos evitar?
Alabar a Dios es sacrificado porque va contra nuestra natural tendencia de ponernos en el centro de nuestra experiencia. El “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” que a menudo repetimos recordando al apóstol Pablo, no se hace realidad si pensamos en Dios, y lo alabamos, sólo en tanto en cuanto se relaciona con nuestra experiencia. ¿No es esto evidencia de nuestro escaso conocimiento de Dios frente a un desmesurado deseo de conocernos a nosotros mismos?
Que el Señor nos ayude a sacrificar alabanza a Él; a pensar en Él, en su plan, en su vida, en sus atributos, en sus sentimientos, en sus sacrificios, en sus amorosos actos… y no en los nuestros.