El escritor se refiere a prácticamente todos los discursos que como seres humanos podemos sostener…
Estoy reflexionando en el libro de Proverbios con la ayuda de un interesante libro titulado “Proverbios, sabiduría para toda la vida”, de Antony Billington (ed. Andamio), y quisiera compartir contigo algunas ideas prácticas e interesantes que, espero, te puedan ser de ayuda. El libro propone seis temas diferentes en los que meditar; yo quiero compartir contigo lo relacionado con nuestra lengua, con nuestro hablar, porque creo que nunca enfatizaremos lo suficiente aquello que con toda claridad expone el libro sagrado: “Muerte y vida están en el poder de la lengua…” (Pr.18:21)
Seguro que puedes pensar en algunas palabras que han conseguido sacar lo mejor de ti, pero también recuerdas, estoy segura, aquellas que te han sacado de tus casillas, que te han hundido en la miseria, que te han herido profundamente… Incluso, ¿podría ser que recuerdes más las segundas que las primeras…? A mí me pasa a veces… Eso no es bueno. Sea como fuere, esto demuestra que las palabras tienen un poder que quizá no alcancemos a entender de verdad, y el libro de Proverbios nos habla con claridad sobre el uso sabio de nuestra lengua en el mundo que Dios ha creado, en el que tenemos que desenvolvernos cada día, en cada una de nuestras relaciones: de familia, de trabajo, de amigos, de iglesia, de vecinos… Recordemos: “Muerte y vida están en el poder de la lengua…” (Pr.18:21).
Si lees este libro de sabiduría con detenimiento, con lápiz y papel a mano (cosa que te animo a hacer), verás cómo el sabio escritor se refiere a prácticamente todos los discursos que como seres humanos podemos sostener: la conversación privada, la charla pública, la conversación correctiva, la trasmisión de un mensaje o una noticia, las palabras de los líderes, las de los jueces, las bromas entre conocidos, la conversación entre amigos… Sí, porque los seres humanos nos comunicamos en gran medida con palabras, y estas pueden hacer mucho bien y mucho mal.
Mira qué imágenes tan ilustrativas encontramos acerca de las palabras: pueden ser como plata escogida (10:20); pueden apacentar a muchos (10:21); pueden ser como manzanas de oro con engastes de plata, como pendiente de oro y adorno de oro fino (25:12); como frescura de nieve en tiempo de siega (25:13)… Pero también, el escritor sagrado nos retrata las otras palabras, de manera igualmente clara: pueden ser como tomar a un perro por las orejas (26:17); como un enloquecido que lanza teas encendidas, flechas y muerte (26:18); como la leña que enciende el fuego destructor (26:20); como vasija de barro revestida de escoria de plata (26:23); pueden causar la ruina (26:28) … Podríamos seguir, son muchos los versículos de Proverbios que hablan del tema. Te animo a que hagas tu propia incursión en el libro y descubras por ti mismo la riqueza de sabiduría de Dios que se halla entre sus páginas. Lo que el libro deja claro es que las palabras sabias y adecuadas son valiosas, son beneficiosas, construyen, edifican…, mientras que las palabras necias, faltas de sabiduría, son muy peligrosas, poco fiables, destructivas, incendiarias… Terrible, ¿verdad?
En la epístola del apóstol Santiago encontramos un texto, potente donde los haya, sobre este tema: “…Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida… ningún hombre puede domar la lengua, es un mal turbulento y lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma boca proceden bendición y maldición…” (Stg.3:5–12). Casi da miedo abrir la boca, ¿verdad?
Pero, ¿cómo podemos hacer que las nuestras sean esas palabras sabias y valiosas? ¿Hay algo que yo pueda hacer para que mi lengua deje de ser un peligro público? Una vez más, en Jesús y en Sus palabras encontramos la respuesta: “…de la abundancia del corazón habla la boca…” (Mt.12:34). Y dice más aún: “El hombre bueno de su buen tesoro saca buenas cosas; y el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas” (Mt.12:35). No será de otra manera; lo que hay en mi corazón va a determinar lo que sale de mi boca. No puedo esperar alimentarme de basura, de esa que abunda en televisión, en redes sociales, en internet, en amistades poco recomendables…, y encontrar después pensamientos y palabras de bendición en mi interior para los que me rodean. Por mucho que trate de disimular, por mucho esfuerzo que haga para ocultarlo, lo que hay en mi corazón se cuela en mi conversación.
Es hora de que nos pongamos manos a la obra, de que observemos nuestras realidades y detectemos las situaciones, los lugares, las personas incluso, que sacan lo peor de nuestra boca… y estemos en guardia. Es hora de que llenemos nuestro corazón y nuestra mente de “… todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, aquello en que hay virtud alguna, en que hay algo que merezca elogio…” (Fil 4:8), para que de nuestra boca salga la palabra adecuada para la edificación de todos los que nos rodean, en todo lugar. ¡Dejemos de incendiar y comencemos a apagar fuegos! ¿Te apuntas?