El Señor Jesús no mejora nuestras vidas, ¡nos da una nueva!
Muchas de nosotras vivimos extrañando el pasado cuando éste fue exitoso, feliz. Aquellos días en que disfrutábamos de logros personales vinculados a nuestros estudios, profesiones, familias… Pero estos triunfos son efímeros. Alguien dijo una vez que “el diario sale todos los días, y las tapas son nuevas cada mañana”. Lo que hoy nos sorprende y es celebrado, mañana es olvidado por una nueva noticia. Sólo en nuestra cabeza esos recuerdos siguen significando algo respetable, importante. Pero sabes, querida amiga, pensar y vivir de esta manera impide que sigamos creciendo; no puedo seguir anclada en el ayer.
Nunca es bueno quedarse asido al pasado; los desafíos están siempre mirando al futuro. El parabrisas de un auto es enorme comparado al espejo retrovisor; es una imagen de que lo más importante no es lo que queda atrás, sino lo que tengo por delante. ¿Recuerdan al apóstol Pedro? Quiso eternizar el momento de la Transfiguración, en Mateo 17: “Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí…”. Pero el Maestro Divino lo desafió a dejar atrás la gloria y bajar al valle para servir a otros. Es tiempo de mirar hacia adelante y poner en práctica lo aprendido.
Pero también hay otro pasado, “el doloroso”, aquel que nos lastimó, que generó sentimientos de amargura, honda tristeza, que dejó “cicatrices profundas”, producidas por dardos lanzados por otros. Y ese pasado nos acecha cada tanto, y nos impide avanzar en la vida cristiana. Recordamos días tristes que dejaron marcas en nosotras, también por nuestros propios errores, fracasos, caídas que duelen y avergüenzan… y nos hacen tirar por la borda el trabajo de muchos años. Todas tenemos estos momentos guardados en nuestros corazones. Son episodios que querríamos arrancar de nuestra vida. Pero esas experiencias pasadas no se borran, como tampoco las cicatrices. El apóstol Pedro experimentó esto cuando le dijo al Señor Jesús que nunca lo negaría, que iría con su Maestro hasta la muerte… Pero no respaldó con actos sus palabras, falló. ¡Como fallamos todas! Pero después de este fracaso, Pedro lloró amargamente. Solo, triste, destruido, como vos y como yo, personas comunes y corrientes que muchas veces por nuestra soberbia, miedo… estropeamos nuestra vida. Pienso que Pedro querría volver el tiempo atrás par “remendar” su pasado. Para gritarle a todos que “sí” conocía a su Maestro. ¡Cuánta amargura tuvo! Pero lo maravilloso de esta historia escrita en las páginas doradas de las Escrituras, es el “reencuentro” entre el amado Salvador y Pedro. Jesús fue al encuentro de este Pedro “anclado” en el pasado, con una dulzura y bondad que solo tiene el amor del Señor. Lo restauró, no le señaló sus errores, lo amó con profundidad, porque así ama Dios. No importa con qué pasado estemos hoy viviendo: ¡¡no es tiempo de mirar atrás!! Hoy es tiempo de mirar “arriba” y encontrarnos con un Padre fiel y amoroso que nos ayuda a avanzar. En Filipenses 3:13 encontramos un texto sublime y de mucho ánimo: “Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…”. Las misericordias de Dios son nuevas cada mañana. Pongamos los ojos en Jesús, la meta de nuestras vidas. Esforcémonos para avanzar, no perdamos de vista el objetivo final. Es una decisión personal. El Señor Jesús no mejora nuestras vidas, ¡nos da una nueva! llena de bendiciones. Recuerda que cada mañana son nuevas sus misericordias. Dios tiene para ti y para mí “nuevas cosas” en el horizonte de nuestras vidas. Que Él te guíe siempre.