LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Volviendo de Emaús

Print Friendly, PDF & Email

La esperanza no es un deseo otorgado o un favor que no llega… Es la dependencia total de Dios, quien nos sorprende

Los dos discípulos que caminaban a Emaús arrastraban sus sandalias en el polvo. Como si hubiese estado allí, imagino tristeza dibujada en sus rostros y una pregunta flotando en medio de ellos: ¿Qué clase de Dios es este que nos ha dejado acá solos, sin esperanza? Tan absortos estaban en sus pensamientos, que no se dieron cuenta de Aquel que caminaba cerca de ellos…

Pero hoy no les puedo culpar, porque a más de dos mil años de distancia, yo misma también he caminado rumbo a Emaús con mis pies arrastrándose en el polvo de la vida y la mirada perdida en el vacío, y en mi triste estado no me he percatado de la presencia del Señor a mi lado. Son los momentos en que la fe se esconde y el sufrimiento borra la visión.

Los discípulos de Emaús esperaban un reino terrenal, y perdieron de vista el reino espiritual. Tú y yo no somos distintos a estos viajeros; también nos sumimos en la tristeza estando aun en la sombra misma de la cruz. Tanta desesperanza nos impide fijar los ojos en el lugar correcto. Existen secretos escondidos en cada detalle de nuestra vida con Dios. La esperanza no es un deseo otorgado o un favor que no llega. Es mucho más que eso. Es la dependencia total de Dios, quien nos sorprende fuera de nuestros zapatos para probar nuestra reacción.

Volviendo al relato de Emaús. El Señor habló con ellos pacientemente hasta llegar a la casa, y no se les reveló sino hasta que estuvo sentado frente a ellos en la mesa. Fue allí que tomó pan, y cuando lo partió los ojos de ellos se abrieron. ¿No es verdad que muchas veces el Señor se nos revela cuando llegamos a destino?
Emaús era un sitio de pocas esperanzas y cero visión. A pesar de que el dicho popular afirma que «la esperanza es lo último que se pierde», he podido notar que, contrariamente, es lo primero que se pierde. ¿No es verdad? Hablar de esperanza es hablar de futuro, de sueños, expectativas, ilusiones y todo lo que nos gustaría se vea realizado en nuestra vida. Cuando miro a mi alrededor, siento que todas necesitaríamos que se nos inyecte una dosis extra de esperanza, porque sin ella la vida se torna cuesta arriba y se nos puede ir cuesta abajo. Hay un Emaús escondido en la vida de cada una que nos trae dudas y desesperanza, es el camino opuesto a la luz y el gozo. Emaús es orientar los ojos al lugar equivocado: las circunstancias, el pasado, nuestro interior…

Anular la capacidad de producir desesperanza no es fácil. Depende mucho de nuestra actitud, y esta de cómo alimentemos nuestro espíritu y nuestra mente. El tener una actitud positiva trae expectativas, y esto reflota la esperanza perdida.
Podremos escoger con qué actitud vivir: con queja o con acción de gracias. Hemos de colaborar unas con otras hablando palabras de esperanza, «Desfallece mi alma por tu salvación, mas espero en tu Palabra» (Sal. 119:81), y decidir actuar en fe. Tú ya lo sabes, la vida es un viaje donde cada día aprendemos algo nuevo, aunque tengamos bastante vivido; y al aprender crecemos, si sacamos fuerzas de debilidad para disfrutar el camino, aunque se presente sinuoso.

Recordemos los días de la cruz. Jesús y su maravilloso ejemplo, instruyéndonos y al mismo tiempo mostrándonos en forma práctica cómo hacer cuando enfrentamos nuestros días de Emaús; esos que son nuestros días de cruz. Allí Él sufrió los horrores de un viernes porque iba camino a la realidad llena de esperanza y gozo de un domingo memorable. Ese viernes fue el sendero que transitó hacia la resurrección, aun cuando todo lo que podemos ver en aquella jornada es una aparente agonía y derrota deprimente, que parece concluir cuando su cuerpo es colocado en un frío hueco desesperanzado.

Una sucesión de conceptos constituye el camino que Él nos abrió como pionero, autor, iniciador y perfeccionador de nuestra fe. Escuchar Su voz desde la cruz aquel viernes intercediendo por los que lo injuriaban, es aprender a caminar hacia la esperanza. ¡Jesús vivió ese día fijando sus ojos en lo que venía! Un glorioso domingo de resurrección.

Allí está el secreto… la dirección en que pongamos nosotros la mirada. ¿Qué están mirando nuestros ojos? ¿Hacía dónde dirigimos las miradas? ¿Hacia nuestras heridas, nuestros dolores y fracasos… o hacia las oportunidades redentoras que Dios ofrece y que están disponibles por medio de su hijo Jesucristo? Pensad en esto último; así sí anularemos la capacidad de producir desesperanza.

Pocas veces nos detenemos a pensar en lo privilegiados que somos al tener en Jesucristo el mejor marco de referencia para procesar esos días. Días que se repiten sin creerlos merecer, y que se prolongan más tiempo de lo que pensamos poder soportar.
Un pensamiento alentador: en el corazón de Dios está el propósito de brindarnos esperanza. Su voz se oyó a través de los profetas, en tiempos difíciles para el pueblo de Israel. En cierta ocasión fue el profeta Jeremías el enviado de Dios para darle esperanza a su pueblo. La ciudad de Jerusalén había sido saqueada y un grupo de exiliados eran trasladados por sus captores. Mientras los pelotones derrotados, avergonzados y tambaleantes eran sacados de Jerusalén y guiados por sus enemigos a punta de espada hacia Babilonia, se oyó la voz de Dios: «Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová; pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis… Y os haré volver al lugar de donde os hice llevar» (Jr. 29:11-14). Preciosas palabras que devolvieron la esperanza al pueblo, y en medio de la desolación fueron el bálsamo que los inundaba, animándolos a no desfallecer.
El registro de la historia prueba que Dios cumplió su promesa tal como les había asegurado en aquel día. Y ese registro no está allí sólo para memorizarlo como un suceso histórico, sino que se nos da para contemporizarlo, es decir, ¡para aplicarlo a la situación que estamos viviendo, como una promesa profética personal!

Somos invitados a acudir a la esperanza con la misma certeza que a la cruz, porque el Salvador que habla desde allí nos está enseñando a vivir mientras muere para darnos vida. Es la paradójica historia de nuestra salvación.
Jesús todavía sigue hablando. Su cruz es una victoria del presente y las palabras que pronunció desde allí están a nuestra disposición para aplicarlas a fin de que triunfemos también.
Al volver de Emaús los ojos se nos abren al recordar a aquel forastero, sentado a nuestra mesa. Él es el Señor de la esperanza en medio de un mundo de desesperanza.
Que esta certeza germine fuertemente en nuestros corazones, y podamos ver el sol por encima de tanta nube negra.
Si te has ido a Emaús por algún tiempo, desalentada y triste, hoy puede ser el día de tu vuelta. ¡Que así sea!

«Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza, por el poder del Espíritu Santo»

(Ro. 15:13)

Viviana de Cano