El pasado duerme en Dios, y en Él todo tiene sentido
Algunas se estarán preguntando qué tiene que ver la salvación con una mente sana, a lo cual respondemos que la sanidad mental es una parte vital de la salvación. La salvación que Dios ha obrado a nuestro favor es la salvación de todo lo que somos; es una salvación completa que afecta la manera en que pensamos y la manera en que vivimos. ¡Dios no salva el alma para que un día vaya al cielo dejando el resto de lo que somos estropeado, hecho una ruina para siempre! En su amor, pretende transformar todo nuestro ser y pide nuestra colaboración para que seamos una nueva persona en Cristo, tanto en nuestra manera de relacionarnos con Él, como en nuestra relación con los demás y nuestra relación con nosotros mismos, en lo más profundo de nuestro ser. Su salvación llega a nuestros deseos, metas en la vida, motivaciones al hacer lo que hacemos, apetitos, sexualidad, emociones, actitudes, hábitos, ambiciones, y, por supuesto, a nuestra forma de pensar, puesto que la mente controla toda esta larga lista que acabamos de mencionar. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios” (2 Corintios 5:17, 18).
Todo esto proviene de Dios, pero no es instantáneo, ni es una obra que Dios hace sin nuestra colaboración. No nos anula para hacernos nuevas, esto sería la destrucción de nuestro ser, porque anularía nuestra voluntad. Nuestra colaboración es vital para que continuemos siendo nosotras mismas, pero más maduras. Enseguida pensamos en muchos versículos que enseñan que hemos de colaborar en estos cambios. Por ejemplo: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Ga. 5:16); o: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos e… idolatría” (Colosenses 3:5). En cuanto a la mente, que es nuestro tema, tenemos: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable… en esto pensad” (Filipenses 4:8); “y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5). Ya vemos que la responsabilidad de controlar nuestros pensamientos recae sobre nosotras.
Una mente sana es parte del plan de Dios para nosotras. Dios nos da dos cosas maravillosas para ayudarnos a conseguir una mente sana: su Palabra y su Espíritu, que trabajan en conjunto para transformar nuestra forma de pensar. Nuestra parte es la voluntad, y la disciplina mental. Uno de los frutos del Espíritu es el control propio. ¡Pero este fruto no nace maduro; lo tenemos que cultivar!
Todas hemos venido a Cristo con muchas taras y, algunas, con heridas profundas. Al convertirnos, algunas sufríamos una condición que se considera enfermedad mental. Una de las heridas más profundas que una mujer puede tener es el de haber sufrido abuso sexual. Esto deja a la persona pensando que está sucia, que es culpable, indigna, menos que humana, vulnerable y sin valor. Se siente como una piltrafa. ¿Cómo puede esta mujer pasar de este estado mental a tener la sana valoración de sí misma que la Biblia enseña que debemos tener? Romanos 12:2, 3 habla de la transformación de nuestra mente para tener una correcta autoestima. La hermana que lleva heridas profundas en su autoestima, encontrará las herramientas necesarias en las Escrituras para cambiar su manera de pensar. Puede ser que necesite la ayuda de una hermana formada en esta asignatura, para saber los pasos a seguir en su curación.
Si nuestro pasado cuenta con abusos, malos tratos y heridas profundas, como, por ejemplo, el abandono, la curación empieza por perdonar al ofensor (Mateo 6:12-15). Con la gracia de Dios, esto es posible. Perdonar no significar declarar a la otra persona inocente; significa dejar su juicio en manos de Dios, porque Dios ha dicho: “Mía es la venganza, yo pagaré” (Romanos 12:19). Dios hará justicia. No tenemos que castigarle en nuestra mente, o vengarnos de esta persona hablando mal de ella. El segundo paso es más sutil. Consiste en comprender cómo este agravio ha provocado el pecado en nosotras. ¿Cómo hemos reaccionado? ¿Hemos abrigado odio profundo, deseos de matarle, rechazo a nosotras mismas; hemos culpado a Dios? ¿Nos hemos metido en una vida de perdición para castigarnos a nosotras mismas? ¿Hemos proyectado nuestro odio sobre otra persona, o sobre todos los hombres? El Espíritu Santo nos revelará cuál ha sido nuestra reacción, y ésta es la que hemos de confesar (1 Juan 1:9).
Después, necesitamos descubrir cómo este agravio ha afectado nuestra manera de pensar. ¿Qué actitudes tengo como resultado de lo que me pasó? ¿Cómo me ha engañado el enemigo? ¿Qué mentiras he creído? Este es un trabajo que requiere tiempo y revelación por parte del Espíritu Santo. Todas estas mentiras se han instalado en nuestra mente y las hemos de rechazar delante de Dios en oración y reemplazarlas con las verdades bíblicas correspondientes. Esto es mucho trabajo, pero es vital si vamos a tener una mente sana. Una mente sana piensa según la verdad, y la Palabra de Dios es verdad. Todo pensamiento equivocado no tiene lugar en la mente de una hija de Dios. Habiendo librado nuestra mente del engaño del enemigo, estamos libres para recibir la Palabra sanadora de consuelo, ánimo, valoración, aprobación y cariño que necesitamos de parte de Dios. El Espíritu proveerá aquellos versículos que traerán sanidad a la mente ya limpiada. Al final de este proceso, que puede tomar mucho tiempo, tenemos la sensación de estar cobijadas en el amor de Dios. Pensamos en nosotras mismas como la persona a la que Jesús ama.
La mujer sanada ya no está obsesionada con lo que le pasó años ha, no siente la necesidad de siempre hablar de ello, no encuentra su mente siempre repasando el pasado, ni recuerda el pasado con dolor, sino con paz. El pasado duerme en Dios, y en Él todo tiene sentido. Cuando un recuerdo doloroso se le va acercando, lo reconoce al vuelo, lo manda fuera antes de que llegue, y pone sus pensamientos en otra cosa. Ya está libre. Es una nueva mujer en Cristo, en su manera de pensar en el pasado y en sí misma, y en su capacidad de vivir en el amor de Dios para ella. Se siente amada (1 Juan 4:10).