Este tejido nos recuerda la pureza moral de JESU-CRISTO hombre
Cerrar los ojos apenas y soñar con el cielo blanco celeste, extendido sobre la tierra. El lino, de planta alta y poco ramosa, con flores de apenas cinco pétalos, colocadas en los extremos de las ramillas, se mece liviano con la primera brisa matinal que peina los campos junto al Nilo.
Desde tiempos inmemoriales aprendió el hombre el arte de la filatura, empleando la fibra del lino para fabricar telas finas y muy durables. Metros y metros de vendas fueron descubiertas en exploraciones arqueológicas en perfectas condiciones, a pesar de haber transcurrido más de 4000 años. El milenario comercio fenicio, llevó estas telas a todos los puertos del Mediterráneo.
Más allá de la historia, busco informes sobre esta fibra, y sabía que junto a Meknes, un egiptólogo amigo en el museo del Cairo, hallaría todas las respuestas.
Los oficios y trabajos del pueblo eran ilustrados a manera de viñetas que mostraban el secreto de tanta vida. Las manos del humilde operario eran envueltas en lienzo. El trato con la delicada planta tenía que ser sutil, desde el primer golpe quitando la estopa y dejando sólo las fibras. Otra ilustración me marcaba el movimiento amoroso del fraccionamiento entre manos con extremada suavidad, hasta lograr mechas o cintas que en un ir y venir de palmas se retorcían hasta obtener el hilo deseado. Siempre mirando las estrellas, esperaban los cuatro meses de rocío celestial en que las hebras se mojarían para el último proceso del tejido perfecto.
Cuatrocientos años de cautiverio marcaron al pueblo hebreo, y nada de la cultura egipcia cayó en saco roto.
Meknes interrumpe su información y, con algo entre las manos, corre ágilmente, escaleras arriba a un entrepiso del museo, y llamándome me obliga a mirarle… y es entonces cuando arroja al vacío un trozo de lino tejido, atrapándome su singular caída. ¿Acaso un manojo de plumas? ¿Un par de alas de mariposa? ¿O quizás un puñado de pétalos que nada presurosos se niegan a llegar hasta mí? Etéreo y sutil, el arte del perfecto hilandero. No puedo creer lo que aprisionan mis manos; sólo atino a ponerlo sobre mis mejillas, en silencio y sin palabras.
Con una mirada espiritual para discernir las diversas fases del carácter de Cristo, envuelto en el misterio de estas cosas, leamos: “Harás el Tabernáculo de diez cortinas de lino torcido, azul, púrpura y carmesí…” (Éxodo 26:1).
El lino torcido representa la pureza perfecta de su vida y de su carácter. En una palabra, Cristo estaba en todas partes, Cristo en todo, y sólo Cristo. La pureza esencial de su humanidad respondía a nuestras necesidades. Él era el hombre verdadero, puro y sin mancha. Su Padre podía hallar en Él su delicia perfecta, y el hombre podía apoyarse en Él sin reserva alguna. Los cuarenta días en el desierto, siendo tentado, no respondió en su pura naturaleza al tentador. Cristo podía tocar al leproso sin ser contaminado. Podía pasar “sin pecado” por medio de la corrupción. Sólo Él ha podido decir: “no permitirás que tu Santo vea corrupción…” (Sal.16:10).
Finalmente, viene a nosotras un Esposo (Cristo) que, al contrario de la tradición donde la novia no muestra su traje nupcial hasta el momento del encuentro con su amado, es el esposo perfecto, especial, único, eligiendo primorosamente el vestido para su novia, la Iglesia, la esposa.
Preparémonos para ir a su encuentro vestidas con el atuendo diseñado, elaborado con tanta pureza, pues “a ella se le ha concedido que se vista de lino fino; limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8).