El amor de Dios nos da la paz y la tranquilidad que necesitamos para enfrentar el miedo y el temor
Si tuviera que utilizar un adjetivo para calificar el mundo actual, sin duda creo que sería “inseguro”. La inseguridad, que es justamente la falta de seguridad, se manifiesta en diversos planos, desde la inseguridad personal que afecta a individuos, hasta la inseguridad social que afecta a comunidades. Estos planos incluyen la inseguridad corporal, profesional, sexual, externa y relacional, así como la inseguridad que se manifiesta en la falta de confianza en uno mismo y en la percepción de amenazas externas.
A raíz de esta problemática de la inseguridad, por ejemplo, es muy común hoy que las plataformas de movilidad se vean obligadas amaximizar sus protocolos de seguridad para proteger a sus empleados y clientes, y garantizar que los viajes sean seguros. Uno de los métodos de las aplicaciones es incorporar en la caja de herramientas de ambos, pasajeros y conductores, un botón de emergencia, para usar en casos extremos. También se recomienda, como medida precautoria, verificar los datos del conductor y el vehículo antes de subir, el rastreo GPS, etc.
Algo similar sucede cuando nuestros hijos salen a la escuela, el club, la iglesia… les pedimos que nos avisen cuando ya están en el lugar, les hacemos un breve llamado telefónico o WhatsApp, cualquier medida sirve para aminorar nuestro temor.
Frente a este panorama incierto, inseguro, hostil, la Biblia nos habla del amor de Dios. Él es la base de nuestra seguridad y fortaleza. El amor de Dios nos da la paz y la tranquilidad que necesitamos para enfrentar el miedo y el temor. Viene a mi mente un antiguo himno que solía cantar en mi niñez y adolescencia:
Cristo está conmigo, ¡qué consolación!
Su presencia quita todo mi temor;
Tengo la promesa de mi Salvador:
“No te dejaré nunca,
siempre contigo estoy”.
Coro:
/No tengo temor, no tengo temor.
Jesús me ha prometido:
“Siempre contigo estoy” /
Fuertes enemigos siempre cerca están,
Cristo está más cerca, guárdame del mal.
“Ten valor”, me dice, “soy tu ayudador”,
“No te dejaré nunca,
siempre contigo estoy”.
El que guarda mi alma, nunca dormirá.
Si mi pie resbala, Él me sostendrá.
En mi vida diaria es mi guardador,
¡Oh, qué fiel su palabra!:
“Siempre contigo estoy”.
El miedo y la sensación de inseguridad nos acompañan desde el momento mismo de nuestro nacimiento; con solo observar el movimiento tembloroso de un bebe recién nacido, podemos darnos cuenta de lo vulnerables que somos, de la necesidad de protección que tenemos los seres humanos. Y es allí entonces, querida amiga, donde el Señor interviene con su presencia que todo lo abarca, que todo lo cubre, que todo lo contiene. «Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y baluarte es su verdad» (Salmos 91:4)
Continúa diciendo el salmista: “No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día; Ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra: Mas a ti no llegará (…) Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación. No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues que a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmos 91:5-11).
Quiero terminar este artículo, querida amiga, diciéndote que por más complicadas que sean las situaciones que enfrentemos a diario, el Dios Todopoderoso estará a tu lado, ayudándonos y protegiéndonos si se lo pedimos. ¡Sólo Él es nuestra seguridad!