Es en la juventud, donde la maduración de tu pensamiento, emociones y aspiraciones espirituales se consolida
Una realidad muy comprobada es que salir de la adolescencia para entrar en la juventud, no es siempre una situación de fácil resolución. De hecho, hay quienes habiendo dejado atrás hace años esa etapa, tienen comportamientos adolescentes, ya sea por tratarse de una regresión o por haberse quedado fijado en esa etapa de la vida.
Es durante la juventud que los sueños adolescentes, los proyectos anhelados, poco a poco se van cristalizando, a la vez que demandan mayor responsabilidad para el logro de elecciones acertadas. Seguramente esos proyectos giren en torno a interrogantes como: ¿Qué seguiré estudiando? ¿Dónde voy a trabajar? ¿Con quién iniciaré mi noviazgo, o formaré mi futuro hogar? etc.
En los años juveniles se transita por el sendero que apunta al logro de esos ideales. No es un camino fácil porque las decisiones se tornan personales, y asumirlas implica el riesgo de acertar o no. Pero es necesario que sepas, querida joven, que no estás sola frente a ellas, que el Señor, si invocas su compañía, estará a tu lado para acompañarte, orientarte y aun librarte de decisiones que puedan perjudicar tu vida. Es indudable que una de las elecciones más importantes para tu futuro es el encuentro de tu compañero, de esa persona con la que vas a formar tu propio hogar, a la que te vas a unir, por amor, para el resto de tu vida. El casamiento es un compromiso ante Dios y los hombres, y es tan importante que influye en cualquier otra área de tu vida. Al casarte te decides a compartir la vida con ese ser amado, viviendo juntos las circunstancias felices que ella otorga, así como también los momentos tristes y sufrimientos que se presentan en nuestro peregrinaje. Con el ser amado se sueña, se proyecta tener hijos y llegar a envejecer juntos.
Pero es necesario pensar que al matrimonio no se llega como una tabla rasa, en la que se comienzan a imprimir cosas a partir de la experiencia de estar juntos. En el momento en que se encuentran, cada uno tiene su historia propia y, lo que es más importante, cada uno ha sacado determinadas conclusiones de sus particulares experiencias. Por eso es que se hace imperioso trabajar con uno mismo, lograr la maduración propia que acompañe al crecimiento, antes de compartir con el otro lo que van a vivir entre ambos.
¿Qué significa madurar? Nos referimos a la maduración psicológica, esa que va más allá de la maduración física y que debe ser experimentada por los dos, varón y mujer, en una relación afectiva. Cuando en alguno de ellos no se evidencian los signos de madurez psíquica o hay indicadores de detención en la etapa adolescente, el equilibrio emocional que debe establecerse entre ambos experimenta un deterioro, no puede darse el enriquecimiento mutuo.
Puede que surja en tu mente un interrogante lógico: el pensar en y elegir a un joven cristiano ¿me asegura felicidad en el noviazgo y posteriormente en el matrimonio? Si eliges por novio un joven cristiano estas obedeciendo la voluntad de Dios expresada en Su Palabra: “no os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas? Pero no basta con profesar ser cristiano, es necesario vivir como tal. El que cree en Dios recibe la luz y debe vivir en la luz. Contar con Su luz para resolver los difíciles aspectos de nuestra existencia, es una bendición que Él mismo nos ofrece.
Tú y yo sabemos que vivimos en una época donde la sociedad enaltece como valores aquellos que están muy lejos de los que Dios considera beneficiosos para el ser humano, y que están expresados en Su Palabra. La lectura de la misma nos muestra el camino para obtener sabiduría y para aplicarla en los diferentes aspectos de nuestra vida.
El desarrollo de la sabiduría es un aspecto importante de la maduración, porque la misma es mucho más que el conocimiento adquirido o la inteligencia heredada. Se puede ser inteligente pero no sabio, no saber discernir entre lo bueno y lo perjudicial, entre lo que conviene y lo que es necesario rechazar. Las experiencias que estás acumulando con el paso del tiempo y las diferentes situaciones que debes resolver, te van dando una nueva compenetración, sensibilidad, comprensión y tolerancia. Tus emociones se tienen que ir estabilizando, dejando atrás la turbulencia adolescente. Hay un hecho fundamental en la adquisición de la maduración de tu persona: si bien estás adquiriendo nuevos hábitos, respuestas automáticas a las demandas mecánicas de la vida, esto no implica tener que atarse a los modos habituales de pensar sobre las cosas valiosas de nuestra existencia; ante estas, tienes que discernir y con frecuencia disentir, porque eres una joven cristiana que tiene asimilada otra escala de valores.
¿Cuáles son esos sentimientos frente a los que es necesario que tengas tu propia postura, tu propio análisis, antes de que lleguen a formar parte de tus hábitos de pensamiento, o de que los asumas como propios? Tomemos, por ejemplo, la posición de nuestra cultura acerca de tres de los sentimientos que se generan en nuestra naturaleza humana.
El amor al dinero
Todos sabemos que un pensamiento que caracteriza a nuestra sociedad es el materialismo, eso que hace que una persona tenga reconocimiento social sólo por el hecho de ganar mucho dinero. Es probable que tengas un trabajo con cuya remuneración estés administrando tus propios gastos. Pero ¿qué valor le estás asignando al dinero? No olvides que eres administradora de un bien que Dios te permite tener, y no dejes de tener en cuenta las palabras del Señor cuando expresó: “ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro o estimará a uno y menospreciará al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas». Fíjate en el término «servir»; sí, porque el dinero, cuando se entroniza en el corazón, se constituye en un amo cruel que requiere servicio. El joven Timoteo escuchó del apóstol Pablo: “porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo. Y en muchas codicias necias y dañinas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque la raíz de todos los males es el amor al dinero”. Fíjate que no dice que el mal está en el dinero, sino en el amor al dinero, que genera codicia. El dinero es un bien que debe administrarse bajo el temor de Dios. Con esta preparación personal frente a este tema, podrás llevar a tu futuro hogar esa posición, a fin de ubicar los recursos materiales en el sitio adecuado, y no ocupar con ellos el lugar que debe ser reservado para necesidades más profundas de tu vida.
El poder y la competencia
Vivimos en un mundo competitivo. El poder tiene consecuencias profundas tanto en el trato interpersonal y social como en la relación con Dios. El mal uso del poder genera orgullo. El sentimiento competitivo es con frecuencia malsano para las relaciones interpersonales. El poder crea orgullo y autosuficiencia; el poder envanece. Nabucodonosor, creyendo que la grandeza de Babilonia estaba basada en su propio poder, perdió la razón y fue humillado, debiendo exclamar: “ahora yo, Nabucodonosor, engrandezco y glorifico al Rey del cielo; Él puede humillar al que anda con soberbia”. El sentimiento de poder, puede manifestarse tanto en el hombre como en la mujer; la filosofía y las técnicas de autoayuda hoy imperantes, te dicen “Tú puedes”, pero qué hermoso, querida joven, y qué distinto es sentir como el apóstol Pablo que “Todo lo puedo (¿por mis habilidades? ¡No!) en Cristo que me fortalece”. Cuando en el corazón del joven, sea varón o mujer, se genera el sentimiento de su propio poder, nace la vanidad o crece la competencia malsana que deteriora todo vínculo afectivo. “Fíate del Señor con todo tu corazón -fue el consejo Salomónico- y no estribes en tu propia prudencia”.
El descontrol del sexo
Somos seres sexuados, nacemos hombres o mujeres con capacidad de amar y ser amados, es indudable que el Señor tuvo un alto concepto de la sexualidad cuando creó a nuestros primeros padres, y es evidente que el ser humano se apartó totalmente de su voluntad en cuanto a esto. Desde entonces la concepción de la sexualidad humana ha avanzado por diferentes períodos de apreciación, pero desde la década del 60, que se la reconoce históricamente como la del “destape sexual”, hasta nuestros días, ha cobrado una velocidad inusitada en esta carrera hacia el desenfreno. Los estudiosos de nuestro tiempo mencionan, entre las causas a que se atribuye este comportamiento, la «liberación de la mujer», el rol asumido por ella en la sociedad actual. Lamentable ¿verdad? que ella haya contribuido para el afianzamiento de esta sexualidad deshumanizada, en donde el otro se constituye sólo en objeto sexual para el propio placer y deja de ser visto como valiosa persona. Causa tristeza contemplar cómo tantas mujeres acceden a ocupar ese lugar que las degrada. Muy distinta es la posición que, como persona, el Señor le ha otorgado a ella, una de suma dignidad y respeto, ya sea dentro o fuera del matrimonio.
Querida joven, como cristiana, tu conducta sexual debe reflejar que eres hija del Altísimo, quien te creó para que, con toda tu persona, cuerpo, alma y espíritu, le glorifiques. Debes tener en cuenta que la búsqueda febril de placer a cualquier precio, que caracteriza al hombre y mujer de nuestros días, obedece al gran vacío interior que experimenta, a un vacío existencial que trata equivocadamente de llenar con lo inmediato y efímero que se ofrece, no teniendo en cuenta que esa necesidad sólo se satisface con las verdades eternas, porque la tal se genera en nuestro propio espíritu.
Es en esta etapa de tu vida, la juventud, donde la maduración de tu pensamiento, emociones y aspiraciones espirituales se consolida. Es fundamental que cuentes con la sabiduría de Dios en la resolución de las diferentes situaciones que se te plantean, y recuerda que: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Temor no es sinónimo de miedo. Temor significa reconocerlo, por amor, como Señor de nuestra vida, desearlo como Guía de nuestro sendero y servirlo con alegría.