A veces se trata de en quién me estoy convirtiendo mientras todo parece ir mal
¿Alguna vez has sentido que tu vida ha dado un giro tan absurdo que te parece imposible reconciliar que lo que te está pasando pueda estar siendo permitido por Dios? Como si estuvieras en una historia que no escribiste, viviendo capítulos que no elegiste vivir. Momentos en los que te planteas si Dios es realmente bueno y justo, o si de verdad existe, o si te ha abandonado. A veces, la vida se siente así: silenciosa, injusta o fuera de control.
Es ahí donde la fe deja de ser un concepto fácil y comienza a ser una decisión, una lucha, una esperanza terca que se niega a morir. Es justo ahí, cuando parece que nada tiene sentido, donde la vida de un hombre ha iluminado la mía con promesas vivas que son mucho mayores, mucho más reales, que un simple “todo va a ir bien”. Porque quizás, no se trata de eso…
Así que, querida lectora, estés donde estés, espero que esta historia te hable en medio de la injusticia que a veces puede amenazar con ahogarnos.
Y cuando hablo de injusticia, no me refiero a las consecuencias de nuestras propias decisiones. Me refiero a esos tsunamis que arrasan cuando estabas haciendo las cosas bien. Cuando oraste, esperaste, trabajaste, y aun así te viene un desastre. Cuando el camino recto se convierte en un lodazal o cuando no te metiste en ninguna pelea, pero te ha venido un golpe, sin saber de dónde, que te ha noqueado. Eso, es a lo que me refiero.
Hubo un hombre excelente en todo lo que hizo. Creció con integridad, buscó agradar a Dios, y aun así… fue traicionado por quienes más debían quererle. Sus propios hermanos lo vendieron como esclavo. Pasó de ser el hijo amado a ser tratado como un objeto en una tierra donde su vida —y su fe— no tenían ningún valor.
Él pudo haberse rendido. Dejar de creer. Había hecho todo bien y aun así, se encontraba allí, ¿para qué seguir?
Pero no lo hizo. No se rindió. En vez de aferrarse a lo que esperó de su vida pero ya no era, eligió caminar el único camino que tenía bajo sus pies. Un camino oscuro, sí, pero decidió recorrerlo con excelencia. Tuvo la actitud de coger lo que tenía, aprovecharlo e intentar que algo bueno saliera de la peor adversidad. No trabajó para quien le había adquirido, sino para Dios. Fue fiel en lo que tenía, aunque no pareciera ser lo que merecía.
Y justo cuando parecía que esa fidelidad empezaba a dar fruto, cuando por fin parecía verse una salida, fue acusado falsamente y arrojado a la cárcel. Otra vez, todo al revés. Años en el olvido. ¿Injusto? A más no poder. Probablemente José se preguntó si Dios seguía con él y por qué si había sido fiel en la dificultad, por qué volvía a estar de nuevo todo del revés, aún peor que antes.
Estoy segura de que dudó acerca de si el Señor estaba con él, estoy segura de que lloró. Pero mientras no podía entender, mientras no veía la mano de Dios obrando a su favor, lo que sabemos con certeza es esto: “El Señor estaba con José.”
A este hombre no se le conoce por morir en una cárcel fría, húmeda y oscura con el espíritu roto. Si soy sincera, así es como creo que hubiera podido terminar mi historia si yo hubiera sido la protagonista. A él se le conoce por terminar gobernando Egipto entero, por interpretar sueños que nadie podía interpretar, por perdonar a sus hermanos sin volver la mirada atrás y por salvar, no una, sino dos naciones de un destino mortal.
Esta historia me infunde ánimo y me llena de una esperanza arrasadora y arraigada en la verdad.
José no esperó la plataforma perfecta; cultivó su carácter en la oscuridad. Y tú también estás siendo moldeada ahí, aunque no lo parezca. La tormenta puede llegar sin que la elijas, y sacudirte, pero tu actitud frente a ella, esa sí puedes elegirla. Cómo la navegas, depende ti. José decidió seguir confiando, confiando de verdad.
Y es que, no todo tiene que ir bien. A veces se trata de en quién me estoy convirtiendo mientras todo parece ir mal. A veces se trata de que aprender a ser fiel en lo oculto, prepara mi corazón para lo visible. A veces se trata de entender tu dependencia de Él y experimentarle verdaderamente como tu sustento. A veces va de recordar que, haber confiado y haber sido fiel en medio del dolor, es la historia que merece la pena contar en el futuro. Y que en vez de tirar la toalla y rendirme, pueda decir que elegí creer con todo mi corazón que el Dios del Universo caminaba conmigo, y yo con Él, aun en medio de lo que parecía roto.
Tal vez hoy te sientes atrapada en algo que no buscaste, y quiero recordarme y recordarte a ti: Dios no ha terminado. Tu historia aún se escribe, como la de José se estaba escribiendo. Y aunque hoy no veas el final, puedes confiar en el Autor de las grandes obras maestras.