LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Música y letra: Eleva el pensamiento

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Las frecuentes discusiones con los censores y su propia espiritualidad, la llevaron a no publicar en vida…

Eleva el pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe.
A Jesucristo sigue, ven, no desmayes;
Y venga lo que venga, nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo? Es sombra vana.
Nada tiene de estable, todo se pasa.
Aspira a lo celeste que siempre dura;
Fiel y rico en promesas, Dios nunca muda.

Confianza y fe viva mantenga tu alma;
El creyente que espera todo lo alcanza.
Del infierno acosado, aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene

El que de Dios el reino busca con ansia,
todo lo demás tiene, nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo, id, dichas vanas:
Aunque todo lo pierda, mi Dios me basta.


Poema: Teresa de Jesús
Música: Felipe Baldamara


Al revisar los himnarios para escoger un himno sobre el que escribir, en el más antiguo de ellos me encontré un papelito doblado, como si fuera un mensaje en una botella. Lo abrí y reconocí inmediatamente la letra inglesa inconfundible de mi madre, fallecida hace ya más de treinta años, con la anotación: “En Jesús mi esperanza, 160, y Eleva el pensamiento, 158”. Busqué ambos himnos y los leí. Y fui consciente, una vez más, de que los himnos que se cantaban en las iglesias evangélicas hace 40, 50, 60 años eran totalmente distintos a la mayoría de los que hoy se cantan. Sus letras valen en sí mismas, independientes de la música. Son poemas producto de momentos intensos, íntimos, que elevan el alma hacia el Altísimo y abren el corazón para recibir luz y consuelo del Amado Redentor. Otras veces son de gratitud o de asombro y adoración ante el gran amor de Dios y su incomparable sacrificio por nosotros.

Solamente alguien que haya experimentado cada situación que se manifiesta en este poema, puede escribirlo como está. Y solo será entendido por el resto de manera seguramente parcial.

La primera estrofa del himno alude a que cuando elevamos el pensamiento a Dios, a Cristo, y en el proceso de seguirle, de imitarle, podemos encontrar paz, aunque las circunstancias nos asusten o angustien. ¿Cómo puedes encontrar paz en medio de tu agitada y terrible vida, la que sea? Sigue a Cristo. Él nos da, en medio de las pruebas, una paz que no se puede comprender.

Luego la autora, porque es una mujer, nos lleva a considerar la vanagloria que significa el mundo. Como en el libro de Eclesiastés, se nos recuerda que todo en esta vida es vanidad y acabará desvaneciéndose. Solo lo sobrenatural perdura, porque así lo ha prometido Dios y Él es fiel para cumplir sus promesas. ¿Qué hay realmente en la vida que merezca la pena? Lo eterno, lo espiritual, que es lo que perdura. El resto desaparecerá.

La tercera estrofa nos habla de que mantener la fe y la confianza viva en su alma, permite al creyente alcanzar lo que espera, lo que anhela. La fe y la confianza en Dios es lo que nos permite ser librados de los ataques del enemigo de nuestras almas.¿Cómo puedo alcanzar el propósito que Dios tiene para mí y no caer en las artimañas del diablo? Confía en Cristo. Aumenta tu fe.

Finalmente, la autora del poema afirma que aquellos que aman a Dios y buscan el Reino con verdadera ansia, son los que realmente ya lo tienen todo, y nada, nada les falta, porque -concluye-, ¡solo Dios les basta! ¿Qué me hace estar lleno? Solamente Dios.

El himno “Eleva el pensamiento” se basa en un famoso poema de Sor Teresa de Jesús. La primera estrofa del poema, que luego no se recoge en el himno que estamos tratando, es lo que debemos recordar en nuestro caminar vital: “Nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda, todo se pasa, quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta”. Y, esta estrofa es un buen resumen de lo que el poema expone.

La música es de Felipe Baldamara, compositor del siglo XIX del que no he encontrado reseñas, al menos en los medios que tengo a mi alcance.

La autora del poema fue Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, nuestra Teresa de Jesús, también llamada Santa Teresa de Ávila. Ella fue una mujer aguerrida, luchadora, pionera, rompedora, con visión del cielo para hacer su trabajo en la tierra y revolucionar la iglesia de entonces. Vivió en una época que aún se debatía entre los estertores de la Edad Media, con sus muchas supersticiones y miedos, y el mundo moderno, que aún no se abría en muchas áreas; sobre todo en la de la libertad de pensamiento. Esto hizo que su labor fuera aún más difícil.

Ella nació en Ávila (España) en 1515, en una familia de judíos conversos, lo que acarreó algún disgusto a su abuelo y después a ella misma, ya que su obra se analizaba con lupa por venir de una familia judía y, especialmente, por ser mujer. Falleció en Alba de Tormes en 1885.

Aunque no tuvo estudios formales, el hecho de saber leer y escribir la convirtió en una privilegiada. Desde niña amaba la lectura y en su casa contaba con una notable biblioteca, sorprendente para la época.

Cuando tenía 20 años, como no deseaba casarse, quizás al ver las condiciones de dependencia total que tenían las mujeres casadas en aquella época, decidió ser monja. A pesar de la oposición de su padre, entró en el convento de las carmelitas, pero pronto sufrió una enfermedad que la tuvo dos años al borde de la muerte. Finalmente se repuso, pero la enfermedad siempre la acompañaría.

Durante este proceso entró en relación con el misticismo franciscano, y su deseo espiritual era de orar y estar en recogimiento el mayor tiempo posible.

Su conversión auténtica, su “nuevo nacimiento”, se produjo cuando tenía unos 39 años ante un Cristo “muy llagado”. Ahí ella entendió el amor de Cristo y desde entonces no la persiguió el miedo al castigo eterno, sino el amor que Dios manifestaba por ella y por la humanidad.

Esta conversión fue transformadora. Su fuerte carácter, su inteligencia, su fuerza interior revitalizada con las experiencias místicas que empezó a tener, la llevaron a producir numerosa obra literaria, y abundante e interesante correspondencia con lo más granado de la época, especialmente en el ambiente eclesial. Incluso hay cartas dirigidas al poderoso rey Felipe II.

Curiosamente, de todos sus libros ninguno fue publicado estando ella en vida. La fuerte censura inquisitorial, las frecuentes discusiones con los censores y su propia espiritualidad, que no era entendida, la llevaron a adoptar esta decisión. Era una mujer con una formación teológica muy buena, debido a su interés por leer, a su inteligencia al debatir con los teólogos de la época y a su deseo de aprender y, especialmente, a su propia experiencia espiritual.

Entre sus lecturas estaban los escritos de los “alumbrados” españoles, ese grupo cercano a los protestantes (aunque surgieron antes que el movimiento luterano). Ellos propugnaban una fuerte vida espiritual interior, una lectura e interpretación personal de la Biblia, unas oraciones no vocalizadas, el rechazo a los dogmas de la iglesia y una vida en contacto con Dios mediante la cercanía del Espíritu Santo. Esta cercanía les proporcionaba experiencias místicas que no eran entendidas. La propia Santa Teresa fue acusada de ser una “alumbrada o iluminada”.

Tal era su amor por esta corriente, llamada herética, que cuando se publicó en 1559 el índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica, le produjo una gran pena, pues era parte de su sustento espiritual. Sin embargo, ella narró en uno de sus libros que Dios mismo la consoló, diciéndole: «No tengas pena, que Yo te daré libro vivo». Jesucristo se convertiría en su maestro interior.

Su actividad en la fundación de conventos de Carmelitas Descalzas fue imparable. En unos 20 años fundó 17 monasterios en distintas partes de España. Solo posteriormente se fundó la rama masculina de los carmelitas.

Hoy, Teresa de Jesús es la única mujer que ha sido reconocida como “Doctora de la Iglesia”. Leyendo sus libros no podemos por menos que pensar que fue una mujer excepcional, adelantada a su tiempo, y que tuvo un contacto con Dios y una profunda espiritualidad que pocos mortales han experimentado.

Mª Luisa Villegas Cuadros