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Mujeres que dejaron huella: Edith Cavell

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La determinación y el valor de una mujer libró de las líneas enemigas a 200 soldados   

Sucedió durante la Primera Guerra Mundial.

Edith Cavell, hija del reverendo Francis Frederick y Louisa Cavell, nació en Inglaterra, en el año 1865.  Los modestos ingresos del padre escasamente suplían lo esencial para Edith y tres hijos más. El padre insistía en que los domingos, los niños dieran preferencia a los cultos y a la lectura de libros religiosos, y les enseñaba a ayudar a los desamparados, haciéndoles recados y llevándoles comida caliente.

De jovencita oró y prometió hacer un día algo útil a favor de la gente, viendo desamparada, herida y muy desgraciada a la mayoría; su oración determinó su futuro.

Aceptada como auxiliar en un conocido hospital de Londres, al cabo de cuatro años llegó a formar parte del cuerpo de enfermeras.

Más tarde, Edith trabajó de firme en dos instituciones benéficas, pasando de supervisora nocturna a auxiliar de matrona. Su entrega la llevó a orar junto al lecho de los enfermos graves, a visitar a los pacientes dados de alta, y la inspiró a fundar hogares donde los pacientes pobres convalecieran, para lo cual ella misma hizo frecuentes donaciones.

Su oración pidiendo dirección para el futuro, llevó a Edith a algo completamente nuevo: Proveyó más de 100 enfermeras para tres hospitales, 24 escuelas y l5 parvularios en Bruselas, en 1912. Declarada la guerra, en 1914, dio conferencias semanales a médicos y enfermeras. Pero, tras la caída de Bruselas, fueron alemanas las que ocuparon esos lugares, si bien a Edith y su equipo se les permitió quedarse.

Así, pudieron atender a supervivientes heridos de la batalla de Mons, siendo los primeros fugitivos que refugiaron y cuidaron durante el año siguiente, el coronel Dudley Boger y el sargento Frank Meachin, que habían seguido una ruta de escape a través de Bruselas, puesto que Antwerp había caído.  Por no poder ignorar a quien estuviera en apuros, Edith les prestó atención médica y los escondió durante dos semanas.

Mas el número de soldados refugiados en los hospitales crecía a pesar de las cada vez más frecuentes inspecciones de los alemanes.  En mayo de 1915, se admitieron 35 hombres a la vez, y fue muy difícil mantener en secreto su cuidado. A todo esto, las autoridades alemanas amenazaron con la pena de muerte a quienes ayudaran a los refugiados. Aun sabiéndolo, Edith siguió socorriendo a los aliados.

El 5 de agosto arrestaron a Edith, sacándola en un camión fuertemente protegido. En la prisión la interrogaron durante dos meses, acusándola de “atender a soldados enemigos”, y fue juzgada por un tribunal militar. El único documento en contra fue la postal de un soldado inglés agradeciendo su ayuda. Antes de su detención pudo esconder su diario en el interior de un cojín.

Por más que hicieron sus amigos y las embajadas americana y española, no le anularon la pena capital, y Edith fue ejecutada en la madrugada del 12 de octubre de 1915. Frente al pelotón, dijo: “Recuérdenme sólo como una enfermera que intentó cumplir con su deber”.  Aún vestía su uniforme.

Norfolk, su ciudad natal, atrae a cientos de visitantes que recuerdan a la valerosa enfermera creyente que sacrificó su vida por otros hace ya más de 100 años.

Gloria Rodríguez Valdivieso