LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Los primeros cristianos

Jesús tuvo una hermosa relación con las mujeres y una poderosa colaboración con los hombres; y a ambos los emplea en la transmisión del Evangelio

Como mujeres, nos halaga saber que las primeras en creer en Cristo resucitado ¡eran mujeres! Su devoción a Jesús había sido constante, también durante todo el tiempo de su pasión. Estas mujeres le habían seguido desde Galilea, atendiéndole como siempre: “Jesús iba por todas la ciudades y aldeas, predicando y anunciando el Evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lucas 8:1-3). Le siguieron hasta Jerusalén, vieron su buena recepción al entrar en la cuidad, su rechazo subsecuente, su paseo por las calles con la cruz a cuestas, su muerte atroz, y su sepultura. Son ellas las que fueron a envolver su cuerpo con especias aromáticas y, en lugar de encontrar su cadáver, dieron con dos ángeles quienes les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado” (24:5, 6). Los ángeles les recordaron que Jesús había dicho cuando aún estaban en Galilea, estando ellas presentes, que era “necesario que el Hijo del Hombre fuese entregado en manos de hombres pecadores, y que fuese crucificado, y resucitase al tercer día” (24:7). “Entonces ellas se acordaron de sus palabras”, ¡y creyeron! Porque no presentaron ninguna objeción. No pusieron ninguna condición para creer. Simplemente creyeron, y fueron a promulgar las buenas nuevas a los once y a todos los demás, ¡pero ellos no creyeron! 

Su reacción no fue tan automática, ni tan inmediata. Ellos dudaron: “Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían” (v.11). Es interesante ver las diferencias entre hombres y mujeres. Pareciera que a las mujeres nos cuesta menos creer; Ven a un ángel delante de ellas diciendo que Jesús ha resucitado, y ¡creen! Los hombres ven a Jesús mismo ¡y piensan que es un espíritu!: “Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu” (24:36, 37). Jesús le dice a María Magdalena: “¡María!”, y ella cree, pero Tomás no; Jesús aparece delante de diez de los discípulos y Tomás se niega a creer diciendo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).

La primera persona que Jesús comisionó para llevar las buenas nuevas era una mujer: “… vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Madalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor” (Juan 20:17,18). Pero no indica que la creyeran, porque continúa diciendo que ellos creyeron aquella noche cuando Jesús se puso en medio de ellos (Juan 20:20). Las mujeres no desertaron de Jesús como los discípulos en el huerto de Getsemaní, sino que estuvieron con Él todo el rato. El hombre, en general, necesita evidencia fehaciente para creer. Suele usar más su razonamiento que su corazón o instinto, pero una vez que ha sido convencido, no hay quien le pare. Estos discípulos pusieron el mundo patas arriba. Llevaron el evangelio a los cuatro confines de la tierra, y todos menos Juan terminaron siendo mártires por amor al Señor Jesús. Jesús tuvo una hermosa relación con las mujeres y una poderosa colaboración con los hombres; y a ambos los emplea en la transmisión del Evangelio.

Volviendo al día de la resurrección, Jesús había resucitado, pero, a pesar del testimonio de las mujeres (Lc. 24:9-12), los hombres aún no lo creían. Dos del grupo salieron de Jerusalén y fueron caminando tristes y desconsolados hacia la aldea de Emaús. Irían lentamente, hablando de los acontecimientos de los días anteriores, sin entender nada. Mientras iban, Jesús se acercó a ellos y les abrió las Escrituras para que entendiesen que “era necesario que el Cristo padeciera estas cosas” (24:26). Les hizo un repaso de todas las Escrituras para que entendiesen que el rechazo y la crucifixión del Mesías, y también su resurrección, habían sido profetizados: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (24:27). Ellos escucharon fascinados y querían que siguiese hablando. Al llegar a su destino le invitaron a quedarse a cenar con ellos, puesto que se hacía tarde y el día ya había declinado. Fue entonces, en la mesa cuando Él partió el pan, que sus ojos fueron abiertos ¡y le reconocieron!, “mas él desapareció de su vista”.

Claro, era necesario poder escuchar tranquilamente la base bíblica de la muerte y resurrección del Cristo antes de reconocerle, porque si se hubiese dado a conocer antes, la emoción habría hecho imposible su concentración en la enseñanza que les hacía falta oír, pero una vez vista y entendida, ¿qué iban a hacer? ¿Guardarla para sí mismos? Imposible. Si ya has visto al Señor, no es posible callarlo; lo tenían que compartir. Su gozo era imposible de contener. Ellos formaban parte de un grupo muy compenetrado, y sentían una necesidad imperiosa de compartir su descubrimiento maravilloso con sus amigos que aún no sabían que Jesús estaba vivo. Necesitaban estar con los otros creyentes para decirles lo que les había pasado, que habían visto al Señor, y compartir con ellos el entendimiento que habían recibido en la clase maestra que Jesús les había dado en el camino a Emaús. Necesitaban a sus hermanos.

Así que se dieron media vuelta y volvieron a Jerusalén. No se sabe con seguridad dónde estaba Emaús. Puede ser que fuera un viaje de unas horas. Ya anochecía cuando llegaron a Emaús. Tuvieron que preparar la cena. Ya habría sido de noche cuando se sentaron en la mesa. Si terminaron de cenar, o si salieron inmediatamente, no lo sabemos. El caso es que reemprendieron el viaje, y habría sido muy tarde cuando llegaron a Jerusalén. No tenemos suficiente información para calcular a qué hora llegaron, pero lo que sí sabemos es que había un amor y unos lazos tan fuertes con los otros creyentes que tuvieron que volver para estar con ellos. Cuando llegaron encontraron reunidos a los once discípulos y a los que estaban con ellos, o sea, a otros creyentes también. Ya estaban todos juntos otra vez y, “mientras aún hablaban de estas cosas, ¡Jesús se puso en medio de ellos!”.  Ya su gozo fue completo, ¡pero Él tuvo que convencerles de que era Él! Esta ya es otra historia. Lo que queremos enfatizar ahora es cómo los creyentes se necesitan los unos a los otros, cómo se aman, lo dispuestos que están a viajar o lo que haga falta para estar juntos, y cómo el Señor hace acto de presencia cuando están todos reunidos en su nombre.

Margarita Burt

Caminemos Juntas
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.