LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Lo que se ve… y lo que no

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Jesús dio a esos escribas una oportunidad de creer en Él, ayudando a la fe que no se ve, con un milagro que era visible

La estética de la Feria de Sevilla siempre me ha cautivado. Hace unas semanas, se celebró este evento en mi ciudad, y una vez más pude disfrutar de la combinación de colores, formas y actitudes. Del cuidado con que se atavían los jinetes y amazonas, los caballos, los carruajes… El tiempo y esmero que ponen en vestirse los asistentes… Es un espectáculo digno de ser visto.

Sin duda, conseguir ese nivel de presentación externa, ese porte hermoso y pulcro, conlleva un esfuerzo en muchas áreas. Y meditaba yo en cuál sería el resultado si pusiéramos el mismo interés y esfuerzo en arreglarnos por dentro, nuestra mente, alma y corazón, lo que no se ve…

Todo esto me llevó a considerar el pasaje bíblico donde un paralítico es traído por sus amigos a Jesús, en Capernaum. Y aunque este episodio está narrado en los tres evangelios sinópticos, voy a centrarme en el relato que de él hace Marcos en el capítulo dos de su evangelio.

A mi parecer, lo primero que destaca de este milagro de nuestro Señor es su alcance. El paralítico, en su camilla, sale de allí curado, física y, lo que es más importante, espiritualmente. Pero esto que decimos con tanta ligereza, merece nuestra consideración seria. Porque es fácil curar, arreglar, trabajar con nuestro exterior, pero ¿qué de lo interior, de lo que no se ve? Sólo Dios puede proporcionar las herramientas para hacerlo…

Aparte de este alcance total de la gracia divina, el relato nos muestra algo más. Si nos fijamos, la atención del Señor se centra no sólo en el paralítico (que evidentemente fue el más beneficiado por el milagro), sino también en los amigos que lo trajeron ante Él: “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados” (v.5). ¡Qué magnífico ejemplo, qué gran acicate para nuestra fe! Porque que nuestra fe pueda acercar a otros a Cristo es algo maravilloso. Pero no se trata de una fe cualquiera, la que podemos ejercer en la parada del autobús. Se trata de una fe que confía y es capaz de escalar montañas, o tejados, porque sabe que el poder de Dios, su misericordia y su gracia son efectivos y están ahí para quien se atreva a pedirlos. ¿Tenemos nosotros esa fe que se esfuerza y hace lo indecible para que otros puedan estar a los pies de nuestro Señor? Una fe creativa y llena de amor…

Pero el contrapunto al alcance total de la gracia divina y la fe esforzada de los amigos, lo ponen las cavilaciones mal intencionadas de los escribas. Ellos no miraron la necesidad del paralítico, un compatriota, un ser humano, un compañero en esta peregrinación que es la vida. Simplemente fueron a por Jesús, fueron a “pillarle” en algo de lo que dijera, porque ellos se habían erigido en guardianes de su propia fe. Y no tuvieron que emitir palabra, porque el Señor sabe lo que hay en nuestros corazones, en nuestra mente, y supo lo que ellos pensaban… Pensaban en lo que se ve. Pensaban en que los amigos habían traído al paralítico no para que le perdonasen los pecados, ¡sino para que le sanasen las piernas! Y que el Señor Jesús había salido del paso SIMPLEMENTE perdonándole los pecados, lo que no se ve ni se puede comprobar, algo que, además, era una blasfemia. ¡Cuánta necedad!

Para empezar, Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, Dios encarnado, y como tal, por supuesto que podía perdonar pecados. Pero ellos ni siquiera se plantearon la posibilidad; ya habían decidido quién era Jesús sin siquiera considerar las opciones. Pero, a pesar de todo, el amor de Dios, nuestro Señor, vuelve a derramarse entre nosotros y, a pesar de nuestra incredulidad y malos pensamientos, nos da otra oportunidad proveyendo lo que en cada caso necesitamos: pruebas físicas VISIBLES, en esta oportunidad.

Al igual que los escribas allí presentes, en muchas ocasiones cuestionamos las palabras de nuestro Señor Jesús… Sí, quizás no abiertamente (como no lo hicieron abiertamente ellos), pero “cavilamos” en nuestros corazones, en nuestra mente, si quizás lo que Jesús hace en la vida de otros o exige de la nuestra, no estará condicionado por su sociedad, su época o la versión de la Biblia que se utilice. Hacemos de nuestras circunstancias una excusa… excusas que, como los escribas, queremos considerar para justificar nuestra propia decisión o posición: Ellos no querían aceptar a Jesús, y nosotros, a veces, no queremos aceptar sus demandas sobre nuestra vida.

Jesús sabe lo que hay en el corazón del hombre, y lo que necesita el corazón del hombre. Y por eso nos da el milagro físico de la sanidad del paralítico, algo mucho más prosaico, que la sanidad espiritual. Les dio a esos escribas una oportunidad de creer en Él, ayudando a la fe que no se ve, con un milagro que era visible. No sabemos si esos escribas llegaron a ser seguidores de Jesús, pero sí sabemos que “todos” se asombraron y glorificaron a Dios.

No sé si tú, que lees, eres o no seguidora de Jesús. Si no lo eres, observa tu derredor para ver el milagro de la creación, de la comunicación entre personas… el milagro del amor sacrificado de Jesús que está sujetando el mal en este mundo desquiciado. Y considera que Él, el Señor del universo, tiene poder para perdonar tus pecados.

Y si ya eres seguidora del Maestro, considera tu posición ante Él. Ejerce esa fe que llamó la atención de Jesús; una fe que mueve montañas, o tejados, para ayudar a otros y acercarlos a los pies de Aquel que puede ayudarlos.

En cualquier caso, escuchemos al Maestro y seamos humildes, observemos los milagros que diariamente se dan en nuestra vida, decidiendo glorificar en todo a Dios por la maravilla que supone que Él se haya acercado a nosotros, sus criaturas, en la bendita persona de Jesús de Nazaret.

Débora Fernández de Byle