LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Las relaciones son, aunque no lo admitamos, lo que hace esta vida hermosa

El otro día, en una conversación de sobremesa, surgió el tema de las religiones, y a la tan escuchada afirmación de “todas las religiones son iguales”, se respondieron varias cosas, acertadas, además de esa frase que muchos reconocemos: “El cristianismo no es una religión, es una relación”.

Es esta una frase “catchy”, que dicen los angloparlantes. Es decir, una frase que se nos pega, que suena bien. Y ciertamente expresa una verdad…

Desde el principio, Dios quiso comunicarse con el hombre, relacionarse con él. Por eso lo creó a su imagen y semejanza, por eso hablaba con ellos en el Huerto de Edén, por eso rescató a Noé y a su familia y se hizo un pueblo a partir de la simiente de Abraham.

Pero este deseo de Dios de relacionarse con aquellos a los que había creado, no tuvo respuesta positiva por parte del hombre, que desde el principio se rebeló contra los términos de esa relación.

El inmenso amor de Dios, ¡Él es amor! (1Jn.4:16), le lleva, sin embargo, a volver a intentar establecer esa relación con el hombre, su criatura, y por eso envía a Jesucristo, Dios mismo encarnado, para servir de puente sobre esa gran sima que nos separaba de Él. Quien lo desee, ahora, puede servirse de ese puente, que es Cristo y su obra de redención en la cruz. El que no use ese puente provisto por el amor de Dios, seguirá al otro lado de la sima, alejado de las promesas de Dios, de sus bendiciones, e incapaz de establecer una relación con Él.

Yo quisiera dedicar este artículo, con temor y temblor, a hablar de esa relación con Dios. La que cada uno de los que somos suyos establecemos con Él.

El primer paso, como ya sabéis, será definir qué es una relación. El diccionario dice lo siguiente: “Conexión, correspondencia, trato, comunicación de una persona con otra”. Veamos cada una de estas palabras definitorias por separado.

La conexión, como ya apuntábamos, la promueve nuestro Señor Jesucristo, que salva la distancia, insalvable para nosotros, que existía entre la humanidad y Dios. Él te trae a la puerta el “cable de conexión”, pero tú tienes que solicitar el enganche a la red… Acercarse a Dios, reconocerlo, pedir perdón por nuestra actitud rebelde y humildemente solicitar su ayuda, es el primer paso para establecer esa relación con Él.

La correspondencia implica actividad por ambas partes. Corresponder significa “pagar con igualdad, relativa o proporcionalmente, afectos, beneficios o agasajos”. Se trata de responder con (algo) al cariño, a las bendiciones o a los detalles que el otro ha tenido contigo. Es la consecuencia lógica del agradecimiento verdadero. Por tanto, si decimos que tenemos una relación con Dios, hemos de asegurarnos de que haya una correspondencia entre nosotros y Él. Por supuesto que nunca, jamás, podremos equiparar nuestros “afectos, beneficios o agasajos” a Dios, con los que Él ha tenido con nosotros. Pero lo hacemos en la medida de nuestras posibilidades, proporcionalmente. El verdadero creyente, el que ha establecido una relación correcta con su Dios, busca ser y hacer todo lo posible para agradar a Aquel que lo ha dado todo por él. De otro modo, sería un aprovechado que menosprecia la relación en la que dice que se encuentra.

En cuanto al trato, empezaremos por decir que tratar es “manejar una cosa y usarla materialmente”. Es decir, que hacemos cosas con ello; no es algo en una vitrina que nunca utilizamos. Si tenemos trato con alguien, estamos afirmando que podemos hablar, compartir, trabajar y resistir inclemencias con esa persona. No tener trato significa romper la relación. Y me pregunto, ¿cómo se puede ser cristiano sin tener trato con Dios? ¿Sin hablar con Él, sin poner delante de Él nuestras decisiones, sin ayudar en Su obra, sin sentir su presencia a nuestro lado en las batallas de la vida?

La comunicación es la esencia y fundamento de una relación sana; yo estoy convencida de ello. Para mí es difícil entender una relación en la que aquellos que la mantienen no se hablen, no se comuniquen. Por supuesto que hay diferentes tipos de relaciones, y la profundidad de las conversaciones variará, dependiendo del grado de cercanía, pero ¿cómo no comunicarte profundamente, totalmente, constantemente y confiadamente con Aquel que te ha hecho y te ha rescatado proveyendo lo necesario para ello? Además, sabemos que ocultar a Dios las cosas es inútil, porque uno de sus atributos es la omnisciencia. Él lo sabe todo, pero como Padre amante, se agrada cuando sus hijos le respetan lo suficiente y lo tienen en cuenta para confiarle sus deseos y consultarle sus decisiones.

Dicho todo lo anterior, quisiera ahora apuntar mi preocupación ante un mundo que ni siquiera establece relaciones con los que le rodean. Y recordad lo que el apóstol Juan dijo: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1Jn. 4:20). Si no establecemos relaciones con los que nos rodean, ¿cómo vamos a saber establecerlas con Dios? Y reconozcamos que en la deriva que está tomando nuestra sociedad, se está sustituyendo a las personas por la inteligencia artificial; por máquinas, al fin y al cabo. Muchos dirán que esto ya sucedió en la revolución industrial, y que la humanidad se benefició de ello. Pero a poco que pensemos, vemos que no se trata de lo mismo, porque los cambios del siglo XIX afectaban al cuerpo, pero los avances tecnológicos están apuntando al alma… Un ejemplo: Una compañía de IA ha hecho un estudio entre miles de jóvenes, y un 83% afirman que establecerían una relación con una inteligencia artificial. Pero es que un 80% dicen que ¡se casarían con ella!

Yo soy poco alarmista, sé que el Señor controla nuestras vidas… ¡y todo lo demás! Si algo sucede es porque Él lo permite, así que como hija, confío plenamente en mi Padre amante. Sin embargo, eso no quita que vea el peligro al que está abocada una sociedad que deja de amar al prójimo porque es más difícil que amar a una IA, que finalmente está moldeada para agradarme y no para perfeccionarme.

Nuestra relación con Dios es perfecta en lo que a Él concierne, porque Él es perfecto. Sin embargo, nosotros tenemos que trabajar en ella, mejorarla, día a día. Debemos trabajar para comprender y mostrar el respeto que nuestro Padre todopoderoso merece por quien Él es y por su amor eterno; trabajar para mostrar la obediencia y agradecimiento que nuestro Señor Jesucristo ganó con creces al morir por nosotros; y trabajar por mantener una comunicación constante con el Espíritu Santo, para que Él nos revele todas las cosas, ya que intercede ante el trono de la gracia por nosotros.

Trabajar, trabajar y trabajar, algo que quizás no es nuestra actividad favorita, pero que es la esencia de la mejora, en cualquier campo. Porque las relaciones son, aunque no lo admitamos, lo que hace esta vida hermosa. Relaciones de familia, de pareja, de amistad… pero la mejor de todas, la que más te puede satisfacer y ayudar es, sin duda, la relación con Dios; Padre amante, Señor salvador y Espíritu vivificante. ¡Trabajemos en ella!

Débora Fernández de Byle

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