La carrera que nos es propuesta es el llamado de Dios a vivir en santidad
Si hay un atributo divino que la Escritura acentúe más que cualquier otro, es la Santidad de Dios. El profeta Isaías, en su visión declaró: “en el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado en un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de Él había serafines… Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Is. 6: 1-3).
Y en el último libro de la Biblia, encontramos de nuevo cuatro seres vivientes (querubines) que entonan día y noche el mismo cántico de adoración, enfatizando la suma de todo lo que Él es, reflejado en su atributo más sobresaliente: “Y los cuatro seres vivientes… no cesaban día y noche de decir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso…” (Ap. 4: 8).
Esta triple expresión de Santo, Santo, Santo, integra y refleja el todo de lo que el Dios trino es desde la eternidad, antes de que nada de lo creado existiera, lo cual es de difícil comprensión para la mente humana, por más aguda e inteligente que pueda ser, y, a la vez, señala la separación e independencia de la Divinidad frente a su creación caída, cuya mente está entenebrecida a causa del pecado.
Ser santo indica que los que somos salvos por gracia en base al sacrificio de Cristo en la cruz, hemos sido perdonados y apartados del pecado para servir y glorificar al Dios Santo. Es a través de la Palabra (la Biblia) que nos es revelada la Santidad de Dios, así como nuestro pecado que Él aborrece; como dice la Escritura, este pecado nos separa de Dios, debido a Su santidad y rectitud.
Pablo afirma: “No hay justo, ni aún uno” (Ro. 3: 10).
Y también: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3: 23).
Estas son muy malas noticias, que tenemos que conocer y reconocer para que podamos recibir la gracia perdonadora de Dios en Cristo. Igualmente, debemos proclamarlas y advertir a todos los humanos a nuestro alcance acerca de su perdición eterna sin Cristo, comenzando por nuestros hijos y nietos, que nacen pecadores y necesitados de la gracia y del perdón divino para ser salvos y crecer en la gracia que los santifica. Además, esta gracia los capacita para ser personas que sirvan y honren a Dios; este es el mejor regalo que podemos hacerles, hablarles de Cristo y mostrarles a Cristo siempre que tengamos oportunidad.
La buena noticia es, su gracia abundante y su infinita misericordia, que proveyó de un Salvador poderoso y fiel, como enseña su Palabra: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Ro. 3:24-25ª).
La palabra propiciación, indica un aspecto crucial del sacrificio de Cristo; alude a la idea de apaciguamiento o satisfacción. En este caso, la muerte violenta de Cristo satisfizo la santidad ofendida de Dios y su ira justa contra el pecado.
Cuando entendemos y nos apropiamos de estas realidades espirituales, posicionalmente somos declaradas santas, apartadas del poder y de la esclavitud del pecado, para obedecer y glorificar a Dios, nuestro Padre y Señor. En la práctica, es una lucha ardua y constante, día a día, minuto a minuto, a causa del enemigo (Satanás) y de la tiranía del pecado que atrae a nuestra vieja naturaleza, para impedir que vivamos según nuestra nueva posición en Cristo Jesús.
El llamado a vivir en santidad, es un llamado fuerte y enérgico, debido al precio pagado por nuestro rescate: el sacrificio del Eterno Hijo de Dios, el cual recibió sobre sí toda la ira justa del Padre por mis pecados y tus pecados. No fue con oro, plata o piedras preciosas, sino con la sangre del Justo, Santo e Inocente Hijo Amado del Padre, quien no estimó su gloria y rango como cosa a que aferrarse, y vino a este mundo a buscar y salvar a los perdidos que creen en Él.
El camino es duro y angosto, pero al final, en la meta, nos aguarda el descanso eterno y la satisfacción de haber sido fieles servidoras de quien nos sirvió a nosotras primero, Cristo Jesús. Quien también nos ha equipado con todo lo necesario para correr la carrera que nos es propuesta, el llamado de Dios a vivir en santidad.
Temprano, al mes tercero de su peregrinaje por el desierto, el pueblo de Israel recibió mandamientos de parte de Dios, por medio de Moisés; entre otros, Dios les mandó diciendo: “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa…” (Ex. 19: 6a).
Siglos después, por medio del apóstol Pedro, Dios hace exactamente el mismo requerimiento a su Iglesia redimida, apartada del sistema corrupto del mundo en que vivimos, diciendo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).
Hemos sido santificadas para andar en santidad en toda nuestra manera de vivir; no sólo para honrar a nuestro Padre, sino, también, para mostrar a los que nos ven y nos observan, la obra y el poder del evangelio en nuestra vida.
Cuando Dios en el desierto dio a Moisés las instrucciones y el modelo para construir el tabernáculo, centro de sus actividades de culto, podemos apreciar el esmerado simbolismo de las vestiduras del sumo sacerdote, el cual representaba al pueblo delante de Dios. Una parte destacada de sus vestiduras, y muy importante, era la mitra con la que cubría su cabeza; ésta llevaba una lámina de oro fino, en la cual estaban grabadas las palabras: SANTIDAD A JEHOVÁ.
Ésta era la centralidad esencial del culto; esta corta frase recordaba al sacerdote y a todo el pueblo la reverencia y el respeto que requería el acercamiento a Dios, debido a Su Santidad.
Volvemos al Nuevo Testamento donde somos exhortadas a: como hijas obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como Aquel que os llamó es Santo, sed vosotras santas en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santas, porque Yo Soy Santo(1 P. 1:15-16)
Hoy, cuando menos respeto y temor de Dios tiene la sociedad en que vivimos, es necesario más que nunca, que la iglesia de Cristo viva a la luz de lo que se requiere de nosotros, para dar gloria a nuestro Dios y ser sal y luz a los que nos rodean.