¡Disfruta la libertad de tus años otoñales!
En una fría tarde de invierno de intensa lluvia, mientras escuchaba el sonido del agua y veía golpear las gotas en mi ventana, muchos pensamientos se cruzaron en mi mente acerca de lo importante que es aprender a vivir sin tristeza los momentos en que estamos solas.
Muchas veces esas horas de soledad nos producen angustia, desasosiego y parecieran no tener fin. Comparamos con otros días pasados en compañía, y el tiempo parece cobrar una dimensión distinta. Cuando estamos acompañadas, compartiendo algún grato momento o simplemente sintiendo la cercanía de algún ser querido, nos invade una sensación de seguridad. En cambio, al estar solas, sentimos que estamos en un árido desierto y, temerosas o indecisas, no sabemos bien en qué ocupar el tiempo. Tratando de comprender esa impresión de desamparo que a veces nos agobia, es que compruebo una vez más, que en la vida hay un tiempo para todo y que es importante aceptar que, si nos esforzamos, podemos obtener de esa soledad algo positivo. Recordemos que en nuestras vidas hubo épocas de bullicio, de ajetreo, en las que pensábamos lo bueno que sería tener un momento a solas para nosotras. He aquí que transcurrieron los años, los acontecimientos se precipitaron, los hijos se alejaron, hubo pérdidas muy dolorosas, en fin, todo fue cambiando y hoy, muchas veces, tenemos que estar solas. ¿Qué pasa ahora con aquel deseo que una vez tuvimos de poder disfrutar instantes tranquilos en los que pudiéramos hacer algo gratificante, sin sentir el peso de las responsabilidades que nos impedían tener un momento libre? La respuesta es que no nos damos cuenta de que aun en la soledad podemos sentirnos acompañadas, ya que el Señor siempre está con nosotras. Si volvemos a Él nuestra mirada y oramos con fervor para que nos ayude a superar la angustia, la depresión, Él no nos dejará sumidas en la melancolía y la apatía. Por el contrario, nos infundirá el ánimo necesario para alejar el pesimismo. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil.4:6). Serán momentos en que asidas de su mano decidamos que Él puede convertir nuestro desierto en un valle verde y fértil: “…Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Is.43:19).
En nosotras está confiar en las promesas de Dios y, poco a poco, con fe inamovible, iremos logrando recuperar el optimismo que nos llevará a tener nuevos proyectos. Volverán pensamientos positivos sobre lo que aún podemos brindar a los demás, y la tristeza podrá transformarse en alegría, gozo, esperanza… “Pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16:20). Nuestra soledad podrá acompañarse de lectura, música y hacer algo útil. El hacer siempre ayuda, pues ocuparnos en alguna tarea nos hace sentir mejor.
Debemos pedirle al Señor sabiduría para aceptar esta etapa de la vida con sus cambios y limitaciones, sin aferrarnos demasiado al pasado, para evitar estar en una continua nostalgia. Trataremos de vivir cada día confiadas en el Señor. Él proveerá, nos ayudará, nos consolará y nos dará fortaleza ante la adversidad. Quedarnos en el desierto sería como no haber encontrado el camino: “Anduvieron perdidos por el desierto, por la soledad sin camino…” (Sal.107:4).
Nuestra meta será, entonces, lograr que nuestra vida no se convierta en ese árido desierto, pues aún podemos transitar por tierra fértil y disfrutar de verdes paisajes, hermosas flores y buenos frutos. Porque Dios con su inmenso poder, “vuelve el desierto en estanques de aguas y la tierra seca en manantiales” (Sal.107:35).