LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¿Pueden los demás leer a Cristo en mí?

Una carta es una forma escrita de comunicación entre dos partes, con la cual se desea transmitir un mensaje. En esta era digital, no debemos olvidar que las cartas siguen siendo uno de los medios más habituales de expresarnos, especialmente cuando el contenido requiere cierta formalidad, por ejemplo, cuando se solicita un trabajo, una ayuda, o cuando es necesario recomendar el carácter moral de una persona.

Toda carta debe especificar quién es su destinatario, así como el remitente. Es importante que la escritura sea legible. Deben evitarse rayaduras y borrones que puedan afectar a la comprensión e interpretación del texto. Al finalizar, toda carta debe estar firmada por quien la redacta, como garantía de su autoría.

El apóstol Pablo enfrentó muchas adversidades en su servicio para el Señor. Una de las que más tristeza trajo a su corazón, fue el cuestionamiento de su autoridad apostólica por parte de falsos maestros introducidos en las iglesias. Al escribir a los hermanos en Corinto, les interpela sobre si realmente era necesario que él presentase carta de recomendación ante ellos, pues les asegura que ellos mismos eran su carta, escrita en su corazón y en el de los demás hermanos que con tanto amor habían llevado el evangelio hasta la región de Acaya (2ª Corintios 3:1,2).

Magistralmente, el Espíritu Santo ilumina al apóstol para utilizar la figura de una “carta”, para enseñar a los corintios y a nosotras también, que cada cristiano que conforma la Iglesia del Señor es participante de una obra continua de nuestro Salvador por medio del Espíritu Santo. Esta obra se escribe día a día como una carta. Les dice: “siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino entablas de carne del corazón” (2ª Corintios 3:3).

Es una hermosa descripción de lo que es una asamblea cristiana. Cristo escrito en ella, no con tinta. Así como los hombres de la antigüedad podían leer los diez mandamientos en las tablas de piedra, así también Cristo puede ser leído hoy en los creyentes. La Ley estaba escrita en tablas silenciosas y frías que daban testimonio de lo que debían hacer los hombres; pero no tocaban el corazón. A través del ministerio del Evangelio, el Espíritu del Dios vivo escribe a Cristo en los corazones de los hombres vivos, para ser testigos de todo lo que Él es.

El apóstol dice: “sois carta de Cristo”. Los cristianos somos la escritura, día a día, de Cristo y como tal debemos manifestarlo. Nos convertimos en carta de Cristo no por nuestro propio esfuerzo, sino por el Espíritu de Dios que escribe a Cristo en nuestros corazones. Este no es un simple conocimiento intelectual. Como pecadoras, descubrimos nuestra necesidad de Cristo y encontramos alivio al saber que a través de Su obra de misericordia, Él murió en nuestro lugar, por nuestros pecados; y que Dios aceptó esa obra e hizo que Él se sentara en la gloria. Nuestro corazón se siente atraído por Aquel en quien hemos sido bendecidas.

Ahora, nuestra responsabilidad es caminar en obediencia a Él, para que la obra de Cristo en nosotras pueda ser leída por todos los hombres. Somos una carta de recomendación, para a su vez recomendar a Cristo a los que nos rodean: familiares, vecinos, colegas, etc.

Desafortunadamente, escribir puede volverse confuso, pero la carta no deja de ser una carta porque esté manchada o arrugada. Es bueno considerar las palabras de H. Smith: “A veces los cristianos somos como escritos en algunas lápidas viejas. Hay indicaciones débiles de una inscripción; una letra mayúscula aquí o allá indica que un nombre fue escrito una vez en la piedra, pero está tan roído por el clima y ennegrecido por la suciedad, que es casi imposible descifrar la escritura. Cuando el Espíritu Santo comienza a escribir a Cristo en el corazón, la vida habla abiertamente de Cristo. La escritura fresca y clara es conocida y leída por todos los hombres; pero con el paso del tiempo, es probable que el mundo se deslice en el corazón y Cristo no sea leído en las páginas de nuestras vidas. La escritura comienza a hacerse borrosa hasta que finalmente los hombres ven el mundo y la carne por encima de todo y ven muy poco de Cristo en la vida, si es que ven algo en absoluto”.

Pero, a pesar de todas nuestras debilidades, los cristianos somos carta de Cristo, dirigidas por Dios a los que no leen la Biblia, para que tengan a la vista un Evangelio vivido. Debemos permitir que Él guíe nuestras actividades y nuestro comportamiento; será entonces cuando mostraremos los caracteres de Jesús: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza, justicia, verdad… (Gálatas 5:22,23).

Cuidemos de que no existan manchas que impidan la lectura clara de Cristo en nuestro andar diario. Las manchas de las ansiedades, del egoísmo o del carácter mundano.

En esta época que nos ha tocado, llamada la era de la “post verdad”, donde la vida sin ideales ni objetivos trascendentes se ha convertido en la forma más común de vivir, muchos están inmersos en la falta de creencias, que procura acomodarse a la brevedad de la existencia, buscando el sentido de esta en valores ajenos a los divinos. Es necesario, pues, que nos cuestionemos: ¿Pueden los demás leer a Cristo en mí?

Es a los cristianos a quienes nos corresponde proclamar que hemos encontrado la “Verdad” y el “Camino”, y que no es un sistema de reglas religiosas, sino el conocimiento de una persona, humana y divina, el Señor Jesucristo, quien penetrando en el tiempo histórico de manera real, muriendo en una cruz y resucitando al tercer día, pagó el precio que la justicia divina demandaba por nuestros pecados. Él es la luz verdadera que alumbra a todo hombre (Juan 1:9); La única verdad que liberta el corazón encadenado; El único camino que conduce a una vida llena de esperanza. Nosotras lo sabemos por experiencia. ¿Puede esto ser claramente leído en cada página de nuestra vida? Debemos pregonar el Evangelio; pero, sobre todo, ¡vivámoslo!

Dioma de Álvarez