Dios es amor; es la definición de su Persona, la revelación de cómo es, y su motivación en todo lo que hace
Conocer el amor de Dios en todas sus dimensiones es el camino para experimentar la plenitud de Dios en nosotros. Si queremos estar llenos del Espíritu Santo, lo lograremos por medio del conocimiento del amor de Cristo. En nuestra ignorancia pensamos que la plenitud del Espíritu se consigue por medio de una experiencia mística, o por la imposición de manos, o por nuestra obediencia a Dios, o por el estudio de la Biblia, o por nuestra dedicación a Dios, pero Pablo nos informa que no es por estos métodos, sino por conocer personal y profundamente Su amor. Pablo dobla sus rodillas ante el Padre, pidiendo que los creyentes seamos “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:16-19). El amor es algo que alegra, consuela, fortalece, anima, empodera, motiva, enternece, potencia, edifica, afirma, pacifica, satisface y llena a la persona amada. Esto es lo que recibimos de parte del Señor cuando nos abrimos a ser amados por Él. ¿Nos sorprende que este sea el camino para ser llenos de toda la plenitud de Dios? Dios es esta clase de amor, y al recibirlo nos llenamos de Él.
Tener a Cristo viviendo en nosotros por la fe es la salvación, pero esto es solo el comienzo. Después hemos de aprender a recibir su amor y vivir en él, como árboles arraigados en amor y casas edificadas y cimentadas en amor (Ef. 3:17). Vamos a mirar estos dos símiles del apóstol.
El primero es el de un árbol arraigado en amor. Como el árbol está arraigado en la tierra para recibir sus nutrientes de ella, nosotros estamos arraigados en el amor de Cristo para recibir nuestra nutrición de él. Comemos de él hasta llenarnos de él y satisfacer nuestras necesidades. Echamos raíces profundas en este amor y lo vamos absorbiendo para mantenernos vivos. Este alimento va subiendo por nuestro tronco, pasa a las ramas y produce flores y luego fruto delicioso que sabe a amor. Todo lo que hacemos sabe a amor. El árbol está vivo, hermoso y fructífero gracias al amor en el cual está plantado.
El segundo símil es el de un edificio que está cimentado sobre un fundamento sólido: el amor de Dios. De él recibe su estabilidad y firmeza. No se tambalea porque este fundamento es sólido y profundo. No es una capa fina de cemento, sino un fundamento bien grueso, capaz de sostener un edificio alto aun en la furia de una tormenta, y no derrumbarse. El amor de Cristo manifestado en la cruz del Calvario es el fundamento de nuestra vida y lo que nos hace crecer y prosperar. Es la fuente de nuestro sostenimiento y la base de nuestra existencia.
El amor en sí es vital. Sin amor no podemos sobrevivir. Todos los mandamientos de la Biblia se pueden resumir en la palabra “amor”. Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:36-40). Si amas a Dios y al prójimo, has cumplido toda la ley. Porque si es así, no tendrás otros dioses delante de Él. No te harás imágenes para inclinarte delante de ellas. No tomarás el nombre de Dios en vano. Dedicarás un día de la semana a recordarle. Y si amas a tu prójimo, empezarás con los más cercanos, tus padres, y los honrarás. No matarás al prójimo; no cometerás adulterio con su esposa; no le robarás; no le calumniarás; y no codiciarás sus bienes. Con el amor todo está solucionado.
Pero esto es solo el principio. Cuando amas a las personas, desarrollas hermosas relaciones con ellas, tendrás amigos, y ellos aportarán mucha felicidad a tu vida. Y cuando amas a Dios, además de cumplir toda la ley y los profetas, tendrás una relación con Él que dará sentido a tu vida. Te dará sobrados motivos para vivir. Te dará ilusión, te satisfará… Y llenarás toda tu vida con Él.
¿Por qué pide Dios que le amemos con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas? Porque Dios es amor y el amor quiere ser correspondido. Esta es la manera en que Dios nos ama a nosotros, es decir, con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, y quiere que le amemos de la misma manera. Dios nos ama con profundidad, con ternura, con pasión, con emoción, con sentimientos fuertes, con inteligencia, con conocimiento de cómo somos, sabiendo cómo llegar a nosotros y comunicarse con nosotros. Era su amor inteligente que ideó el plan de salvación, su amor apasionado que le llevó a la cruz, su amor profundo que le hizo abrir su corazón y derramarlo en forma de sangre y vida. Y es su amor persistente que no deja que nos apartemos de Él para perder nuestra alma.
En el amor de Dios encontramos todo lo que nos hace falta en la vida. Juntamente con él viene incluida su provisión para nosotros, su consuelo, su corrección para que no nos arruinemos la vida, su consejo, su dirección, su fuerza, su protección, su sustento, su paz, su ayuda, y su gracia superabundante. En el amor también viene incluida su cercanía, su comunicación, su ternura, su comprensión de nuestra naturaleza, la revelación de sí mismo, la seguridad, la sensación de bienestar y esperanza para el futuro. Incluye el perdón de nuestros pecados, el don del Espíritu Santo, y la vida eterna. Están todas estas cosas presentes en el amor, porque Dios es amor. Es la definición de su Persona, la revelación de cómo es, y su motivación en todo lo que hace. Cuando ocupo mi lugar particular en el corazón de Dios, estoy en un lugar seguro que solo puedo ocupar yo, y que es mío para siempre. No necesito nada más.