¿Hemos perdido la cosmovisión de Cristo?
En estos últimos meses, más bien años, y tal vez por los acontecimientos a nivel global, nos estamos empezando a cuestionar muchas cosas… en el mejor de los casos. Porque si observamos el mundo y lo vemos cambiar, y no nos preguntamos cuál es la razón o cómo nos afecta a nosotros ese cambio, somos como cañas sacudidas por el viento, inconscientes que difícilmente pueden ser consecuentes con su propia cosmovisión.
Una palabra muy interesante, cosmovisión, que si la entendiéramos y la usáramos más, nos aclararía muchas cosas y nos ayudaría en nuestras luchas diarias.
“Cosmovisión”, según el diccionario, es la manera de ver e interpretar el mundo, y podemos usar este término al enfrentarnos a diferentes temas y situaciones. Por ejemplo, hacerlo referido a la posición de los científicos cuando estudian y analizan los datos existentes a la hora de decidir cómo fue la creación del mundo; porque ninguno estuvo allí para saberlo con certeza, ¿verdad? Pensemos que los datos de que disponen, los hechos comprobables, son los mismos para todos ellos; sin embargo, dependiendo de la cosmovisión que tengan, interpretarán los datos de una u otra manera. Si su cosmovisión es secular, interpretarán poniendo su fe en teorías de hombres, e intentarán que todo “encaje” con ellas, quitando al Creador de su ecuación. Si su cosmovisión es judeo-cristiana, interpretarán los datos existentes poniendo su fe en las enseñanzas bíblicas. Dos resultados diferentes, aunque el punto de partida, los datos y pruebas demostrables, hayan sido los mismos. Nuestra cosmovisión, pues, condiciona la manera en que entendemos las cosas.
No hace mucho, comentaba con mi esposo acerca de la bondad, de las buenas personas que nos encontramos en nuestro devenir por esta vida. Buenas personas que pueden o no ser seguidores de Cristo. Y pensaba yo que esto es un hecho, demostrable, porque a pesar de la laxitud de nuestra cultura actual, todos podemos observar, discernir y concluir que hay buenas y malas personas. Y siguiendo en esta línea de pensamiento, observaba que es normal que entre los que no creen haya de todo, buenas y malas personas. Pero lo que ya no veo yo tan normal es que, entre los que vamos a la iglesia y declaramos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, y a Dios como Padre, también podamos hallar estos dos grupos; y no me estoy refiriendo a los que están entre nosotros, pero no son de nosotros…
Mi humilde, y pudiera ser que equivocada opinión, es que los cristianos de esta era hemos perdido la cosmovisión cristiana. Y trataré de explicar mi afirmación.
Cosmovisión, como dijimos, es la manera de ver e interpretar el mundo. Definitivamente, cada época y sociedad tiene una manera propia de hacerlo; ven las cosas de una manera u otra, dependiendo de su historia, experiencias, capacidades… Y muchas veces no somos conscientes de que estamos inmersos, de que pertenecemos a una sociedad y cultura determinadas, y de que eso nos condiciona. No nos damos cuenta de que esa sociedad y cultura a la que pertenecemos tiene una manera concreta de pensar, de juzgar, de vivir, y que nosotros, sin ni siquiera ser conscientes de ello, aceptamos esos parámetros y, en la inmensa mayoría de los casos, vivimos día a día según ellos… y no según las directrices de Cristo.
Es crucial, entonces, que los cristianos hagamos un mayor esfuerzo por conservar y mantener las enseñanzas bíblicas, por vivir según la cosmovisión de Cristo, en vez de aceptar o simplemente dejarnos llevar por la de la presente sociedad. Tenemos la mente de Cristo, así que debería resultarnos fácil ver e interpretar el mundo como Él. ¿Por qué, pues, nos cuesta tanto hacerlo? Quizás empañamos nuestra mente con otras cosas, y no usamos la limpieza bíblica para aclararla. Podemos pensar que es por desconocimiento, lo cual es cierto en algunos casos, pero en otros se trata simplemente de asimilación: no asimilamos lo que nos dice la Biblia, pero sí (y ávidamente) lo que la sociedad preconiza. (Asimilar es: Comprender lo que se aprende; incorporarlo a los conocimientos previos).
¿Cómo podemos, entonces, mantenernos firmes e incorporar a nuestra vida, asimilar, las enseñanzas divinas?
Empeñándonos en ser mansos y humildes de corazón (Mt.11:29).
En una sociedad que valora sobre todas las cosas el dinero y el poder; donde los resultados y no la motivación es lo que importa; donde el “postureo”, el físico y lo que aparentamos es el todo… ser humildes de corazón y trabajar tu interior en vez de tu exterior, ciertamente va contra corriente. Y necesitamos esa humildad para acercarnos a Cristo, y para pedirle que nos ayude a entender y adoptar Su cosmovisión, por encima de todo lo demás.
No viviendo para nosotros mismos, sino para Él (2ªCo.5:15).
Dejar de pensar en mí y en lo que yo quiero o me apetece es impensable en nuestra sociedad. Nos lo venden como “antinatural”, porque lo correcto, dicen ellos, es escucharse a uno mismo y cumplir nuestros propios deseos. Evidentemente, esa no es la cosmovisión cristiana: ¡Hemos de vivir para Él! ¡Conocer Sus deseos y cumplirlos!
Comportándonos como es digno del Señor (Co.1:10).
No debemos de olvidar que quien decide lo correcto o lo no correcto, es Dios, no nosotros. Y para los cristianos, agradar a nuestro Señor conociendo de verdad a Dios para hacer lo que a Él le complace, ha de ser nuestra meta en la vida. Qué alejado del egocentrismo y egoísmo que ensalza esta sociedad, que quiere que sólo nos miremos a nosotros mismos o a lo nuestro, sin intervenciones externas; lo cual, en la práctica, es imposible, porque siempre habrá un punto de referencia: ¿Vas a tomar a Cristo como tu referente o dejarás que la sociedad te imponga el suyo?
Pensando en las cosas buenas, persiguiendo incansablemente la verdad (Fil.4:8).
Pensemos en lo verdadero, lo justo, lo puro, lo amable, lo que nos ayuda y edifica como hijas de Dios. No prestemos nuestro oído y pensamiento a censuras, críticas o ridiculeces. No nos sentemos con los escarnecedores o, lo que es lo mismo, con los que critican o se ríen de los demás, sean famosos o no.
Haciendo las cosas como para el Señor (Col.3:23).
Cuando nos despertemos, trabajemos, comamos… todo cuanto hagamos… seamos conscientes de que Dios nos ve, y de que, como buenos hijos, debemos hacerlo todo de la manera que Él nos manda. No trabajemos sólo cuando nos miran; no nos comportemos bien sólo cuando sea público. ¡Seamos íntegros! Los demás son importantes, pero a quien realmente tenemos que agradar es a Dios, y Él conoce nuestros pensamientos y cada una de nuestras acciones.
Huyendo del egocentrismo, siendo conscientes de los demás (Fil.2:3,4).
No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Que sus intereses sean tan importantes como los míos.
Aprovechando bien el tiempo, eligiendo nuestras prioridades (Ef.5:15-17).
Sabemos que nuestro tiempo en esta tierra es limitado, así que usémoslo para aquello que tendrá valor eterno; edificando mi carácter, para ser más como Cristo, y mis relaciones, para dar testimonio de Cristo.
Considerando a los demás como a nosotros mismos (Mt.7:12).
Somos parte del cuerpo de Cristo, parte de la Iglesia universal. No nos comportemos como entes independientes y autosuficientes que no necesitamos de nadie ni somos responsables de nadie; porque ciertamente sí somos guardas de nuestros hermanos y los necesitamos a ellos para llevar una vida plena y gozosa. Nuestro compromiso con la iglesia local, pues, es importante.
Perdonando (Col.3:13).
Si cuando nos hieren no perdonamos, no estamos reflejando a Cristo, no le estamos obedeciendo, no estamos viviendo esa vida de pureza y gozo que Dios espera de sus hijos. ¡Perdonar es vida! Lo fue para nosotros a través del perdón de Dios en Cristo, y lo será para cada aquel que lo ejerza.
¿Crees que tu cosmovisión se ajusta a todo lo anterior, a las enseñanzas bíblicas? ¿Te ha ganado la partida la cosmovisión de esta sociedad sin Dios? Escudriña tu corazón y ora a Dios, porque Él sigue siendo el todopoderoso guardador de nuestras almas.