En la Biblia descubrimos muchas verdades espirituales por efecto del contraste
El ejercicio de contrastar algo o alguien es interesante, pues sirve para exponer diferentes conceptos, ya sea de forma artística o bien para las acciones que llevamos a cabo en el diario vivir. Al contrastar, mostramos diferencias o condiciones opuestas con otras cuando se comparan ambas. En el arte del diseño y la pintura, el contraste es ampliamente utilizado. Se combinan elementos opuestos para crear interés visual y profundidad; por ejemplo, colores y texturas, permitiendo resaltar elementos específicos, agregar variedad y mantener un equilibrio visual en el espacio.
Aun en las ciencias médicas se utiliza el efecto “contraste”; introduciendo una sustancia al organismo se permite observar, por exposición a rayos X y otros medios, órganos y estructuras anatómicas que sin ella no se podrían visualizar.
En la Biblia, descubrimos en ocasiones muchas verdades espirituales por efecto del contraste. Esto podemos apreciarlo en la vida terrenal del Señor: el apóstol Pablo, refiriéndose a Su ejemplo supremo de generosidad, nos dice: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).
En la eternidad “pasada”, fue rico en posesiones, poder, honra, comunión y gozo. Se hizo pobre en posición, circunstancias y en Su relación con los hombres. Dejó Sus glorias celestiales para nacer en un establo y para ser aquí “el pobre”. No tuvo dónde recostar Su cabeza (Lucas 9:58), ni una tumba propia al momento de partir. ¿Para qué? Para enriquecernos con las mismas glorias que dejó y hacernos coherederos con Él. El contraste realza el maravilloso misterio de la gracia.
Nuestro Señor, aunque inocente, fue sentenciado a muerte. El gobernador romano dijo: “Ningún delito… he hallado en él” (Lucas 23:22), sin embargo, lo condenó a morir como un malhechor. Los hombres lo rechazaron porque Sus hechos, Sus palabras y Su persona les molestaban. No lo querían en medio de ellos porque Su presencia les revelaba el estado de sus corazones. Jesús les hablaba de Dios, de la gracia y de la verdad, pero “los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Juan 3:19).
Los pensamientos y designios eternos de Dios, si los comparamos con los nuestros, son diferentes, por eso Él dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).
Tan solo pensar que desde la eternidad Él tenía preparado dejar lo mejor del cielo y venir a lo peor de la tierra, sobrecoge nuestros corazones con un profundo agradecimiento.
La Biblia nos enseña algo que luce contrastante. Pablo nos dice: “Pues tenemos este tesoro en vasos de barro…” (2 Co. 4:7a), refiriéndose al mensaje del Evangelio, y a los creyentes como un recipiente frágil e indigno (un débil cuerpo humano). ¿Qué busca Dios resaltar? “Para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7b). El Evangelio es glorioso, porque muestra el reflejo de la gloria divina en la persona del Hijo eterno de Dios. Jesucristo es el resplandor de Su gloria, la Luz que alumbra a todo hombre.
¡Qué contraste! Pablo dice que llevamos esa luz en “vasos de barro”, cuerpos físicos tan quebradizos como vasijas de arcilla. ¿Y por qué la gloria de Dios descansa sobre nosotros? Para que sea evidente al mundo que la fuente de nuestro poder es el Señor.
Al enfrentar los problemas cotidianos, es necesario el ejercicio continuo de la fe. Esto implica andar por ella, confiando en el poderoso cuidado de Dios que nos protege en las pruebas, por amor a Su nombre, y comprender que en Su infinita sabiduría permitirá en ocasiones enfermedades, dolores, aflicciones, persecuciones, dificultades y angustias. Un trasfondo oscuro de adversidades que quebrarán “los vasos de barros”, para que la luz del Evangelio brille con mayor claridad. Así sucedió en la vida del apóstol Pablo y de muchos fieles creyentes a lo largo de la historia de la Iglesia. Y así sucederá en nuestras vidas, pues es el método de obrar del Señor.
Tal vez pensamos que le serviríamos mejor si atravesáramos un camino sin obstáculos, sin dificultades; pero, al contrario, las adversidades acercan nuestro corazón al Señor y nos hacen caminar en entera dependencia de Él. Fue así como ocurrió en la vida de Pablo. En ocasiones, parecía haber derrota por un lado y victoria por el otro. Externamente parecía ser débil, pero en realidad tenía una gran fuerza interior, por eso dijo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10c). Había aprendido la suficiencia de la gracia de Dios. Estuvo “atribulado en todo, mas no angustiado” (2 Co. 4:8). Muchas veces veía imposible la solución a los problemas, desde el punto de vista humano, sin embargo, el Señor nunca permitió que llegara a la desesperación.
Observemos por un momento el testimonio del rey David, cuando dice: “Porque por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmos 30:5). Había experimentado la disciplina de Dios, pero reconoce que ella es temporal en comparación con el gran esquema de todas las cosas. La disciplina es por un momento y “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10). En contraste, el favor de Dios es para siempre, y no se ve afectado por las fluctuaciones de nuestra condición espiritual.
Por otro lado, dice que “el lloro dura una noche”; las lágrimas, las nubes grises que por algún momento ocultan los radiantes rayos luminosos de las misericordias divinas, son huéspedes temporales que se irán por la mañana, no son permanentes. Ellos darán paso a la alegría de una mañana eterna, cuando nuestros ojos puedan contemplar a Aquel que ha sido nuestro Fiel Compañero aquí en la tierra. Así es la vida de fe, llena de contrastes: porque no mira las cosas que se ven, que son temporales, sino las que no se ven… que son eternas.