El hecho de que la manera de Dios de mostrar su amor no depende de mi experiencia, es maravilloso…
Es imprescindible que nos sintamos amados. Es vital para nuestro bienestar emocional, físico y espiritual. El amor que más necesitamos recibir es el amor de Dios. Dios existe en forma de Padre, Hijo y Espíritu Santo, y cada uno de ellos nos ama de forma distintiva, interviniendo juntos para hacer que este amor llegue a nuestro corazón. El Padre mostró su amor por nosotros al enviarnos a su Hijo; el Hijo mostró su amor por nosotros al entregar su vida para erradicar nuestro pecado; y el Espíritu hace que el amor del Padre y del Hijo llegue a nuestros corazones para que lo podamos sentir y vivir. Miremos un texto que lo explica: “El amor es de Dios. Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo… En esto consiste el amor… en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (Juan 4:7-10). Dios mostró que nos ama en la Cruz del Calvario.
La mente humana no percibe amor pensando en el Calvario. Varios libros se han escrito acerca de cómo diferentes personas perciben el amor: unos, porque se les regalan cosas; otros, porque se pasa tiempo con ellos; otros, por una comunicación verbal; otros, por toques y caricias; y otros, por palabras de afirmación. La forma de Dios de mostrar el amor es con un hecho histórico concreto e irrepetible: Envió a su Hijo en forma de ser humano como sacrificio para expiar nuestro pecado y así hacer posible que tengamos una relación con Él como hijos (Juan 1:12). El Padre nos ama como un padre ama a sus hijos. Su amor es el de Padre perfecto.
Esto es muy complicado para nosotros por varios motivos. Para recibir su amor como Padre, tenemos que ver la necesidad de quitar de en medio nuestro pecado que lo impide. Si pensamos que nuestro pecado no ha sido muy importante, no vamos a ver la necesidad del Calvario, ni vamos a sentir gratitud por el perdón de Dios. Así que el primer obstáculo que tenemos que superar es sentirnos pecadores condenados de verdad. El creyente que no ha visto la verdadera condición de su corazón puede creer en Dios y ser salvo, pero le costará percibir el amor de Dios para con él: “aquel a quien se le perdona poco, poco ama” y se siente poco amado por Dios. En una relación de amor, cada uno ama al otro y se siente amado por el otro. Para que alguien pueda percibir el amor de Dios, hace falta que el Espíritu Santo obre una profunda convicción de pecado en él. Tiene que revelarle su condición y cómo Jesús se hizo pecado por él, es decir, cómo se hizo su pecado. “La salvación es de Dios”. Sin la obra del Espíritu Santo, nadie va a comprender el amor de Dios, ni mucho menos sentirlo. Es la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones lo que nos revela nuestro pecado; la obra de Cristo en la Cruz; el amor de Dios que hay detrás, enviando a su Hijo a morir por nosotros; y el amor de Jesús entregándose a la muerte para nuestra salvación. La Santa Trinidad al completo tiene que colaborar para que el amor de Dios nos llegue.
¿Y ya está…? Si entendemos y respondemos a todo esto, somos salvos; pero todavía hay más barreras que tenemos que superar. Aunque hayamos entendido, no necesariamente experimentamos el amor de Dios. Tenemos un enemigo mentiroso que hace todo lo que puede para que pensemos que Dios no nos ama. Pensamos que Dios no nos ama porque no nos ha dado un marido, o porque no nos ha dado hijos, o un buen trabajo, o salud, o una buena casa, o la oportunidad de ministrar en la iglesia. O pensamos que Dios no nos podría amar porque hemos cometido pecados terribles, o porque no hemos hecho lo suficiente para servirle, o porque no hemos tenido éxito en la vida, o porque tenemos problemas terribles, o porque hay gente que nos ha hecho mucho daño, o porque cosas terribles nos han pasado. El enemigo aprovecha todas estas cosas para engañarnos y hacernos sentir que Dios está lejos y que no le importamos, o que nos está castigando, o que nos ha abandonado. Tenemos que reconocer que la manera de Dios de mostrar su amor es por medio del Calvario, no es porque todo nos vaya bien.
El Calvario es un hecho histórico. Nada puede cambiarlo. Ya ha pasado. Es un hecho. Jesús de Nazaret fue crucificado bajo Poncio Pilato en Jerusalén en el año 28 d. C. (aproximadamente) y tenemos el testimonio de los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que estuvieron presentes y lo vieron con sus propios ojos, y lo demostraron dando sus vidas para no negar lo que sus ojos vieron. Tenemos el testimonio de 500 personas que vieron a Jesús resucitado, que dan fe de que el Evangelio es verdadero y fehaciente. Esto es cierto cuando estoy bien y cuando estoy mal. Es cierto si tengo dinero o si no tengo nada. Es cierto independientemente de cómo me sienta o de lo que me pase. La evidencia del amor de Dios manifestado en la cruz es cierta, a pesar de todo el mal que hay en el mundo y todo lo malo que me haya pasado a mí. El hecho de que la manera de Dios de mostrar su amor no depende de mi experiencia es maravilloso, porque nada lo puede cambiar; ya ha pasado. Dios me ama si llueve o si no llueve. ¿Entiendes?
Dios me ama como Padre, un padre perfecto, aun si mi padre biológico no ha sido un buen modelo del amor de un padre para ayudarme a entender el amor de Dios como Padre. Si este es nuestro caso, necesitamos la sanidad de nuestras heridas del pasado, porque ellas gritan, como portavoz del diablo, que Dios no nos ama. Gran parte de la sanidad emocional consistirá en perdonar a nuestro padre por no darnos el amor que necesitábamos, o a otros ofensores. Luego, hemos de pedir perdón a Dios por nuestras reacciones pecaminosas al daño recibido, y después hacer callar la voz del enemigo acusando a Dios por permitir este daño. Ya ves que hay muchas cosas que nos pueden hacer pensar que Dios no nos ama, las cuales tenemos que superar para que su amor nos llegue. Hemos de participar activamente con el Espíritu Santo en nuestra sanidad, para superar todos los obstáculos que tengamos para poder sentir el amor de Dios. El Espíritu nos revelará lo que hay en nosotros mismos, y cómo es Dios a través de la Palabra. Colaboremos con Él hasta conseguir que nuestro corazón pueda sentir lo que nuestra cabeza ya sabe, y luego hacer que permanezca allí. “Conservaos en el amor de Dios” (Judas 24).
Dios nos ama como un buen padre ama a sus hijos. Él es nuestro Padre: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Jesús nos ama como un hermano cariñoso; Él es nuestro Hermano. Nos ha dado a su Padre para que sea también nuestro Padre. Antes de salir de este mundo dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (Juan 20:17). Subió y mandó a su Espíritu, y el Espíritu Santo se encarga de hacer llegar el amor del Padre y del Hijo a nuestros corazones: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5). Y es el Espíritu Santo en nosotros, la fuente del río del amor de Dios que fluye de nosotros como agua viva para ministrar su amor a un mundo perdido.