La obra de la cruz es aceptable para Dios y suficiente para nuestra salvación…
Leer y meditar sobre el sufrimiento de Cristo y su muerte en la cruz, nos lleva a adorarle y servirle con devoción.
El primer bosquejo te llevará a un conocimiento más profundo de su obra; el segundo, a ser más diligente y fiel. Lee todas las citas, estúdialas y comparte el mensaje con tus hermanas y amigas.
PRIMER BOSQUEJO
El corazón del Evangelio (Lectura: 1 Pedro 3:18)
Introducción: Según vemos en este versículo, el corazón del Evangelio está en los sufrimientos y la muerte sustitutoria de nuestro Señor Jesucristo.
Si bien toda su vida estuvo acompañada de dolor (Is.53:3), el mayor sufrimiento fue el que soportó sobre la cruz cuando murió para hacer expiación por nuestros pecados. Esa fue la culminación de su sufrimiento, y es a este hecho que hace alusión el apóstol Pedro aquí. Fue proféticamente anticipado en todo el Antiguo Testamento, comenzando por Gn. 3:15 y siguiendo por Ex. 12:13, Is. 53:5,6, etc. Luego fue históricamente declarado en los evangelios. Finalmente fue doctrinalmente explicado en las epístolas, en pasajes como 2Co. 5:21; 1 P. 2:24, etc.
En 1 P. 3:18 apreciamos tres verdades:
1. El hecho solemne de su muerte.
Esto se aprecia en las palabras: “Cristo padeció… siendo a la verdad muerto en la carne”. Nació para morir y no hubo nada accidental acerca de su muerte (ver Ap.13:8). Su muerte fue necesaria, según sus propias palabras en Jn. 3:14. El lugar fue el Monte Calvario; la forma de muerte, por crucifixión.
“Siendo muerto” sugiere deliberación y violencia. Recibió heridas de todo tipo: llevó una corona de espinas; fue golpeado y azotado; Sus manos y pies fueron horadados; y una lanza atravesó su costado. Y lo soportó todo voluntariamente (Jn.10:28). Y sus padecimientos espirituales, morales y mentales fueron aún mayores.
2. El carácter único de su muerte.
Él “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”. Fue único porque fue diferente de toda muerte anterior o posterior. La gente muere por vejez, enfermedad, accidente, suicidio o como mártires, y a veces por asesinato. ¿Por qué murió el Señor? Por ninguna de estas razones. Fue única porque:
- Fue la muerte de un santo, en el sentido absoluto de la palabra; el “Justo” que era santo y sin pecado, murió por los “injustos”. En Él no había causa alguna de muerte.
- Fue una muerte en sacrificio “por los pecados”. ¿Por qué fue necesario un sacrificio? Por tu pecado y el mío. En el período del Antiguo Testamento, los sacrificios eran ofrecidos por los pecados, pero estos culminaron en la ofrenda voluntaria del Señor Jesucristo (ver Jn.1:29). Esta era la única manera en que la salvación podía ser ofrecida a los seres humanos (He. 9:22-26).
- Fue una muerte sustitutoria, al morir “el Justo por los injustos”. La palabra “por” significa aquí “en lugar de” o “en vez de”. Esto significa que Él murió en nuestro lugar (Is.53:3), el Inocente ocupando el lugar que le correspondía al culpable. Y porque Él murió, yo ahora vivo…
- Fue una muerte suficiente, pues “Cristo padeció una sola vez”. Gracias a Dios por esta expresión “una sola vez”, que implica una vez y para siempre. Su ofrenda sobre la cruz fue completa y final, pues su obra fue acabada (ver He.1:3 y 10:9-14). Y esa ofrenda, por tanto, es absolutamente suficiente para proveer salvación para todos los que pongan su confianza en Él.
3. El resultado glorioso de su muerte.
Se percibe en las palabras “para llevarnos a Dios”. O sea, que Él murió para reconciliarnos con Dios y restaurar nuestra comunión con Él, la cual se había perdido por el pecado. Al morir exclamó triunfalmente: “Consumado es”, es decir, la obra de salvación y expiación está ahora completa. Inmediatamente, el velo del templo fue rasgado de arriba a abajo (Mt.57:21), indicando que el camino ya estaba abierto al Lugar Santísimo (He.10:19-22).
La evidencia de que su muerte logró todo esto se aprecia en la expresión “vivificado en Espíritu”, refiriéndose así a la resurrección, cumpliendo de este modo el propósito de justificarnos (Ro.4:25). Dios de esta manera demostró que la obra sobre la cruz era aceptable para Él y suficiente para nuestra salvación. Ahora Jesucristo está exaltado y reinando en gloria.
SEGUNDO BOSQUEJO
Una semblanza del creyente fiel (2 Timoteo 2:1-26)
Introducción: ¡Cuán propensas somos a la inconstancia, a fluctuar y ser inestables y variables! En cambio, Dios quiere que seamos constantes y perseverantes. Notemos, pues, la apelación que Pablo hace a Timoteo, y a nosotras. Hay siete facetas aquí que describen al creyente:
1. Como hijas, debemos estar fuertes en la gracia de Cristo (v.1).
Al llamarlo “hijo mío”, Pablo se refería al hecho de que Timoteo era su hijo espiritual. Pero cada creyente es hijo de Dios, según Jn. 1:12, y como tales debemos crecer no sólo física y mentalmente sino, en especial, espiritualmente (2ªP. 3:18). El crecimiento no es automático, sino que exige buena alimentación y ejercicio. Y en la vida cristiana debemos alimentarnos de la Palabra de Dios, respirar el aire del cielo mediante la oración, y ejercitarnos en Su servicio.
2. Como soldados, debemos estar firmes y ser disciplinadas (vv.3,4).
Cada soldado debe hacer grandes sacrificios y estar preparado para sufrir. Deben dejar el hogar, sufrir las inclemencias del tiempo, participar en marchas agotadoras y vivir con las raciones del ejército; y hacen todo esto por amor de su patria. Los creyentes debiéramos hacerlo por amor al Señor. Pero sigue diciendo que no debe enredarse en los negocios de la vida. Es muy fácil caer en esto, adoptar las normas, modas y prácticas del mundo. Pero por encima de todo debemos permanecer fieles a Aquel que nos escogió (v.4).
3. Como atletas, debemos luchar de acuerdo con las reglas (v.5).
El apóstol tenía en mente las Olimpiadas en Grecia, donde los competidores que quebrantaban las reglas no sólo dejaban de ganar el premio, sino que eran descalificados y castigados. Esto nos recuerda que un día nosotras tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir la recompensa o sufrir pérdida (1ª Co.3:12-15; 9:24-27). Las reglas para esta carrera están en la Biblia, y el Espíritu Santo desea darnos poder para que las guardemos y ganemos el premio.
4. Como labradoras, debemos trabajar para obtener la cosecha (v.6).
Antes de que el labrador pueda esperar una cosecha, debe trabajar mucho. La tierra debe ser arada, preparada y fertilizada y, luego, la semilla sembrada. No puede haber cosecha sin ese trabajo previo. Por eso, la labradora no puede ser perezosa (ver Pr.6:6-11; 10:4,5; 20:4; 21:25; 24:30-34).
5. Como obreras, debemos saber emplear bien nuestras herramientas (v.15).
Nuestra herramienta principal es la Palabra de Verdad, y para ser aprobadas por Dios debemos saber emplearla muy bien. Hay tres reglas que nos ayudarán a lograrlo:
- Escudriñarla, diaria y conscientemente (Jn.5:39).
- Estudiarla, para que, así, penetre en nuestros corazones y vidas (Col.3:16).
- Ejecutarla, o sea, poner en práctica lo que vamos aprendiendo de ella (Tt.2:10).
6. Como vasos o utensilios, debemos estar consagradas, limpias y dispuestas para ser usadas por el Señor (vv. 20,21).
Vemos aquí que hay gran variedad de vasos, pero todos, sean de oro, plata, madera o barro cocido, deben estar listos y dispuestos para que el Amo los use.
Notad que nosotras mismas debemos ocuparnos de estar limpias (v.21ª). Ver 2 Co. 7:1. ¿De qué debemos limpiarnos? El v.22 nos da la respuesta.
7. Como siervas, debemos ser pacientes, amables, y ser de ayuda (vv.24, 25).
Tenemos que amar la paz, y no la contienda. Debemos aprender de la mansedumbre del Señor (Mt. 11:28, 29 y 2Co. 10:1).