Aquella desnudez que hizo esconderse al hombre de la presencia de Dios en Edén, será cubierta por vestiduras blancas y radiantes…
Esta vez tenemos un título en inglés…
Normalmente huyo de los extranjerismos crudos, pero, quizás debido a la globalización, muchas de estas palabras, tomadas principalmente del inglés, se abren paso en nuestro vocabulario, y añaden un algo indefinido que podemos resumir con otro extranjerismo: “in”. Nos parece más rompedor usar “fashion” en vez de “moda”. Y como la moda se trata precisamente de eso, decidí dejar esta palabra inglesa que prácticamente todos reconocemos.
“Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas o adornos. Entiéndase principalmente de los recién introducidos”. Esto es lo que dice el diccionario que es “moda”, algo que interesa a gran parte de la población pero que, por definición, es transitorio.
Y con esta idea en mente, pensaba, sin embargo, en las veces que en la Biblia se nos habla de esos trajes o telas, que nos cubren, y que, al menos para mí, encierran un significado lejos de transitorio; un significado trascendente e incluso eterno.
Si nos remontamos al principio, recordaremos que Adán y Eva, cuando fueron creados y en ausencia de pecado, estaban desnudos. El ser humano, entonces, se comunicaba con Dios y sus semejantes sin necesidad de cubrirse, ya que no había entrado el pecado en el mundo y, por lo tanto, no había nada que esconder, ni ataques que sufrir -desde el interior (conciencia) o el exterior (clima).
Pero lo siguiente que sabemos, es que el pecado provocó un cambio, un proceso de descomposición imposible de parar: el hombre descubre la maldad, y con ello viene la necesidad de esconderse, de Dios y de los otros. Por eso, se hace una cubierta, un traje con hojas de higuera que sirve también para protegerse. Una protección nimia, poco duradera y yo diría que hasta incómoda, por lo que el Creador, nuestro Dios, que es amor, decide proporcionar al ser humano otra cubierta más apropiada, más duradera, más agradable y protectora, en la forma de pieles. En vez de un delantal de hojas que dejaba parte de su cuerpo al desnudo… les proporciona túnicas de pieles (Génesis 3:7-21).
Esto tiene un significado tremendo para mí. Frente al impacto mínimo de quitar unas cuantas hojas a un árbol, una higuera, el utilizar pieles de animales conlleva muerte, derramamiento de sangre, pérdida de vida… Dios nos muestra así el impacto que el pecado tiene en nuestra vida y en las de los que nos rodean, aunque nosotros queramos minimizarlo. Porque “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).
Otro episodio que siempre me ha gustado recordar y que también tiene relación con nuestra vestimenta, tiene lugar durante el éxodo del pueblo de Israel desde Egipto, cuando, milagrosamente, los vestidos de los israelitas no envejecieron sobre sus portadores durante décadas (Deuteronomio 8:4). Por un período de tiempo, el desgaste natural se detuvo, pero finalmente siguió su progreso. Del mismo modo, las intervenciones de Dios en el pueblo de Israel, lo libraron, lo ayudaron, lo sostuvieron… pero por un período de tiempo determinado.
Sin embargo, Dios, a través de Cristo Jesús, ha provisto algo mejor para el que cree en Su Hijo. A los que nos humillamos ante nuestro Creador y aceptamos su salvación en Cristo, Él nos ha proporcionado la cubierta perfecta, el atuendo de toda su armadura, si queremos ponérnosla (Efesios 6:10-17). Y esta es una cubierta imperecedera; verdad, justicia, paz, fe, salvación, y la Palabra de Dios. La verdad de nuestra existencia pasa por la justicia divina del Creador, que desea la paz con sus criaturas y diseña un plan de salvación por fe que está magistralmente trazado y explicado a través de la Palabra de Dios, que es la Biblia.
Por último y como colofón magnífico en este desfile verdaderamente divino, tenemos las vestiduras blancas. Tradicionalmente, y como vemos en Eclesiastés 9:8, las vestiduras blancas se reservaban para fiestas y ocasiones solemnes. Eran muy apreciadas, porque, aunque difíciles de mantener, mostraban un esmero especial, un trabajo extra de parte de quien las llevaba, lo cual era señal de deferencia y respeto hacia la ocasión y el anfitrión.
Nosotros vamos a recibir vestiduras blancas cuando en la eternidad andemos con nuestro Señor: “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3:4,5). Y estas vestiduras no sólo muestran respeto por nuestro Señor y por la ocasión, sino que, además, y como no podía ser de otra manera, reflejan la ausencia de pecado; las manchas que ensucian y desmerecen no a los vestidos sino a nuestras vidas. Como esos pocos de Sardis, debemos de intentar por todos los medios mantener nuestros vestidos sin mancha, aunque finalmente y delante de Dios, los vestidos válidos serán aquellos que nuestro Señor Jesucristo nos proporcione. Él nos dice: “Porque tú dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:17,18).
Sólo Cristo puede proporcionarnos lo necesario para convivir con Dios por la eternidad. Y aquella desnudez que hizo esconderse al hombre de la presencia de Dios en Edén, será cubierta por vestiduras blancas y radiantes, porque reflejan la luz de nuestro Señor.
Como la mujer virtuosa en Proverbios 31, intentemos que la fuerza y el honor sean nuestro vestido, y utilicémoslos para guardarnos del mundo sin mancha. Vistámonos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándonos unos a otros, y perdonándonos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo nos perdonó, así también hagámoslo nosotros (Colosenses 3:12,13). Porque, recordemos que a Jesús le arrebataron sus vestiduras para que nosotros pudiéramos vestir de blanco por la eternidad… Agradezcámoselo con un corazón sincero que sigue y obedece a nuestro Señor, alabándole en espíritu y en verdad.