LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Para las jóvenes: Rompe el círculo

Tenemos una tediosa capacidad para meternos en la boca del lobo…

Seamos sinceras, todas nos hemos visto en el mismo escenario en el que nos prometimos con determinación férrea que no volveríamos a estar. Creíamos haber aprendido la lección, y dijimos “esto ya no me pasa más”.

Y de nuevo… Otra vez… Estás en el mismo lugar que no te deja avanzar hacia donde quieres.

En el siglo VI a.C., Pitágoras asociaba la forma geométrica del círculo a lo divino, lo perfecto y eterno. Platón, más tarde, afirmó que el Demiurgo modeló el alma del mundo como una esfera, y Aristóteles consideraba que el movimiento circular era el más perfecto de todos, infinito, sin principio o fin, prácticamente sagrado, y de ahí su teoría de los cielos, donde los astros se mueven en órbitas circulares.

Entiendo este simbolismo. Precioso y con una riqueza histórica y filosófica que merece la pena estudiarse. Pero vamos a hablar de otra manera de ver un círculo. Vamos a hablar del círculo del que muchas veces queremos y no podemos salir. Como antes he mencionado, del ‘aquí no quería estar, pero de nuevo, estoy’.

Fue el chico de los ojos bonitos que te prestó la atención que ansiabas; la oportunidad de destacar que se presentó; la licencia de probar el alcohol en una noche inofensiva con tus amigos; o la mentirijilla que te libraría de un sermón que no querías escuchar.

Un pequeño paso en falso, y de vuelta a la rueda de hámster de la que te costó tanto escapar. Sabes de lo que hablo, ¿no?

Exacto. Hablo de esa tediosa capacidad que tenemos para volver al punto de partida, de hacer lo que hemos entendido que no nos conviene, de meternos en la boca del lobo, porque, aunque ya sabíamos que lo que brillaba nos llevaba allí, brillaba tanto y tan bonito que no supimos decir que no. Mira que te sientes tonta. Y mira que te desanima. Otra vez escuchaste esa aterciopelada voz al oído que conoce tus puntos débiles y te encandiló, y te llevó de nuevo al pozo.

Lo desesperante es que esa voz te acompaña silenciosa, pero vuelve a aparecer en el momento en el que bajas la guardia, y te vuelve a engañar. Suave, sutil y arrastrándote como la corriente del mar que te lleva suspendida en las suaves olas entre las que flotas.

Bien. Tú has estado ahí. Yo he estado ahí. ¡Todas hemos estado ahí! Quizás lo estás ahora… Puede que yo lo esté. En cualquier caso, parece que esto es algo de lo que tenemos que sentarnos a hablar. Porque, claro está, todas queremos saber cómo romper el círculo. Si es que se puede.  

Y… Aquí viene lo fuerte: Jesús también estuvo ahí. Y, antes de decirme hereje, sigue leyendo, por favor, no voy a decir ninguna barbaridad, me voy a explicar.

Jesús no estuvo en un fallo, no estuvo en un tropiezo, pero sí en ese campo de batalla invisible donde se decide la dirección que vas a tomar, donde las cosas muchas veces se tuercen en nuestra vida: la tentación. Y, nos vamos a transportar a Mateo 4:1-11, un momento clave de la vida de Jesús, que nos lleva al desierto, donde después de cuarenta días de ayuno, el diablo vino a tentar tres veces al Hijo de Dios en su momento de mayor vulnerabilidad y cansancio.

¿Te digo algo que veo claro en este pasaje? Las tres tentaciones de Jesús no fueron escogidas al azar por Satanás. Fíjate, tocaron tres necesidades o deseos que todas nosotras conocemos muy bien. Primero, el hambre: la necesidad física más básica. “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. ¿Te suena? La tentación de satisfacer un deseo legítimo que está latente en la profundidad de nuestro ser, pero de manera equivocada. Cuántas veces hemos sentido esa presión de calmar un vacío, aunque para hacerlo en ese momento estuviéramos abriendo una puerta a algo que tenía el poder de esclavizarnos – con un chico, con una compra, con un trago, con una mentira, una mala reacción…con algo que nos promete alivio instantáneo- en vez de esperar en Dios.

Luego vino la segunda tentación, dirigida a nuestra necesidad de seguridad y reconocimiento. El diablo le lleva al pináculo del templo y le dice: “Tírate, porque está escrito que los ángeles te sostendrán”. Para mí, esta es la tentación de demostrar quién eres, de buscar validación, de manipular incluso lo espiritual para sentirte importante. ¿Cuántas veces has sentido esa voz que te dice: “Haz esto, que todos vean lo valiosa que eres”? Es el deseo de ser vistas, de ser confirmadas, pero por los ojos equivocados.

La tercera tentación fue aún más directa: poder y gloria. “Todo esto te daré si postrado me adoras”. Es el atajo. La promesa de llegar más rápido, más fácil, sin sufrimiento, sin cruz. Y aquí se desenmascara lo más profundo: la disposición que tenemos de darle a otro el lugar que solo pertenece a Dios.

Tres deseos que siguen latiendo en nosotras: la necesidad de saciar, la necesidad de ser reconocidas, la necesidad de tener. Jesús los enfrentó y los venció, no con su fuerza, no con su ingenio, sino con la Palabra. Tres veces dijo “Escrito está…”. La Palabra fue su escudo, su espada, su ancla.

Cuando encontramos en Jesús el agua que nos sacia, el precioso e incalculable valor que nos da y la verdad de lo que realmente necesitamos tener, todo se vuelve más fácil. Pero vivimos en un mundo caído y nosotras estaremos en batalla hasta que estemos con Dios, así que, aquí es donde está la clave:

No es que nunca volveremos a sentir la atracción del brillo engañoso. No es que la voz dejará de susurrar. Pero podemos responder de manera diferente. Podemos salir del círculo si dejamos de pelear desarmadas. La Palabra de Dios limita el poder de la tentación, no porque haga que desaparezca, sino porque nos da otra voz más fuerte, una verdad que corta la mentira como luz que rompe la oscuridad.

Como escribió C. S. Lewis: “Los malos hábitos tienen que ser arrancados de raíz, y el único modo de hacerlo es reemplazándolos por nuevos afectos más fuertes”. Ahí entra la Palabra de Dios; Sembrada, memorizada, vivida.

El círculo no es invencible y Jesús nos mostró cómo hacerlo. Tú también puedes salir de esa rueda de hámster. No porque seas lo suficientemente fuerte, sino porque ya tienes en tus manos la espada que corta el ciclo: la Palabra viva de Dios. Equípate con ella y úsala.

Nora Moreda

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