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Mujeres que dejaron huella: Lady Jane Grey

En medio de turbulentas luchas religiosas, ella dio su vida por amor a su Señor

Lady Jane Grey, de 16 años, fue llevada al patíbulo. Brevemente expresó su confianza en Cristo, y se despidió del que fuera su carcelero.

Vendándose los ojos, se arrodilló y colocó en el tronco la cabeza, mientras clamaba: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Así murió.

En el siglo XVI, en Inglaterra, no aceptar la religión del rey se pagaba con graves sentencias. Lady Jane Grey nació en 1537, durante el reinado de Enrique VIII, quien dio empuje a la Reforma. Éste fue sucedido por su hijo, Eduardo VI, de diez años. Enrique le nombró varios consejeros, hasta su mayoría de edad, y puesto que éstos favorecieron la Reforma, los protestantes florecieron durante su reinado. Esperándose que Lady Jane sería la esposa de Eduardo, la instruyeron eruditos protestantes. Aprendió numerosos pasajes bíblicos, y al saber que debía amar a Dios sobre todas las cosas, quiso hacerlo de todo corazón.

Puesto que el niño rey era protestante, el Duque de Northumberland, Lord protector, defendió seriamente la Reforma. Su principal oponente fue María, hermana de Eduardo.

Northumberland pareció invencible hasta que el rey enfermó. Preocupado, empezó a estudiar la voluntad de Enrique VIII. María era la primera en la línea de sucesión; seguían Elizabeth, la madre de Jane, y luego ésta misma.

El Duque sabía que María lo odiaba, y que Elizabeth no se dejaba manipular. Entonces presionó a Eduardo, ya agonizante, para que desheredara a sus hermanas, y tramó casar a Lady Jane con su hijo, Guilford Dudle, convenciendo a la madre para que cediera su derecho a la joven. Luego hizo que Eduardo nombrara a ésta su heredera, cosa que hizo, preocupado por el destino de la Reforma en Inglaterra.

Pero, legalmente, Eduardo no podía cambiar la voluntad de Enrique VIII sino hasta los 18 años. Los ingleses lo sabían, pero, aun así, Northumberland lo consiguió.

Eduardo VI moría el 6 de julio de 1553, y el 9, el Duque presentaba a Lady Jane al Parlamento como la nueva reina.

Jane, ignorando estas intrigas, al conocer la muerte de Eduardo y la noticia de ser su sucesora, se desmayó ante el Parlamento. Nadie la ayudó. Con todo valor se enfrentó al malvado Duque, rechazando la corona: “Lady María es la legítima heredera”. ¡Nadie antes se había atrevido a oponerse al Duque! Controlando su furia, el duque le dijo que su deber era aceptar la corona para preservar la fe de Inglaterra. Ella cedió.

De la noche a la mañana María se alzó contra el Duque para luchar por su corona, y le venció. Nueve días después, Lady Jane fue encarcelada por alta traición.

Nada complacía tanto a María como que un protestante de elevada posición se retractara. Muchos nobles, incluyendo los padres de Jane y la princesa Elizabeth lo hicieron, así como Northumberland, condenado a muerte. Su única acción noble fue una declaración eximiendo a Lady Jane de toda culpa en sus planes.

María pudo frenar varias revoluciones, pero se dio cuenta de que nunca estaría segura mientras Elizabeth y Jane fueran sus rivales. Elizabeth había negado su fe; Jane, no.

Mandó a su propio confesor a hablar con ella. Si se retractaba, la perdonaría. El gran erudito, se preparó para una serie de debates, junto con otros teólogos, sin pensar que una niña de 16 años, encerrada en la Torre de Londres siete meses sin sus libros, pudiera ser su contrincante. ¡Vería la lógica de sus razonamientos!

La elección de Jane era clara: convertirse y vivir, y quizá reinar un día; o morir.

Fueron discusiones fatigosas, pero las porciones de las Escrituras, memorizadas, le fueron armas poderosas contra ellos.

Al terminar, el confesor se lamentó: ¡Ha escogido la muerte!

Por toda Inglaterra, protestantes firmes fueron conformándose a la religión de la reina, pero Lady Jane, de 16 años, no se comprometió. Ella dio su vida por amor a su Señor.

Gloria Rodríguez Valdivieso

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