Cuando el Señor Jesucristo no es mi mayor tesoro, nada será suficiente
En mi tierra hay un dicho popular que reza de la siguiente manera: “¡Qué mal repartido está el mundo…!”. Lo usamos para comunicar que la manera en que se han distribuido las cosas a nuestro alrededor nos parece a todas luces injusta. Con esa frase podemos referirnos al reparto de bienes materiales, talentos naturales, gracia de carácter, belleza física… y también al reparto de desgracias, tragedias, fealdades, etc. Y es verdad, en este mundo injusto, el reparto de todas esas cosas también aparenta ser injusto en muchas ocasiones. Estoy convencida de que como seres humanos jamás lograremos un mundo justo e igualitario, aunque no debemos dejar de luchar por él, en lo que esté en nuestra mano.
Sin embargo, no es de justicia social de lo que quiero hablarte hoy, quizá en otra ocasión, sino de una palabra que estalló en mi mente al leer una de las parábolas de Jesús: CONTENTAMIENTO.
Justo después de Su famoso encuentro con el conocido como “el joven rico”, el Maestro y sus discípulos comienzan una charla sobre las riquezas y sobre todo aquello a lo que estos últimos habían renunciado por seguir al primero, llegando ellos a preguntarle: “¿Qué recibiremos a cambio?”. A mí me habría molestado bastante semejante pregunta, pero Jesús no da muestra alguna de exasperación, sino que con calma les asegura que Dios no es deudor de nadie y que todos recibirán lo que les corresponde, lo que el Padre decida; pero, acto seguido, pronuncia una enigmática y conocida frase: “Muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mateo 19:30). O como traduce otra versión: “Muchos que ahora son los más importantes, en ese día serán los menos importantes; y aquellos que ahora parecen menos importantes, en ese día serán los más importantes”. Es como si no quisiera que dieran nada por sentado en este tema, que no pensaran que ellos serían los que recibirían más honores, más bienes, más posesiones… Y, entonces, llega el capítulo 20 de Mateo y la parábola de “los obreros de la viña”.
Siempre me pareció curiosa la historia que cuenta Jesús para ilustrar -nada más y nada menos- cómo es el Reino de los Cielos. Unos trabajadores que, bien temprano en la mañana, acuerdan trabajar a cambio de un salario justo. Estos trabajadores ven cómo sobre las nueve de la mañana llega otra cuadrilla al tajo; y se repite la historia a las doce del mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde. A todos ellos el dueño del viñedo se ha comprometido a pagarles lo que sea justo. Cuando termina la jornada laboral llega la hora de cobrar, y el pago comienza con los que llegaron a las cinco, que reciben el salario de una jornada completa. Lógicamente, los que habían empezado al salir el sol, pensaron que ellos cobrarían más, porque habían trabajado más horas; sin embargo, recibieron lo mismo, el salario de una jornada completa. “¡No es justo!”, protestaron, “estos solo han trabajado una hora y nosotros hemos trabajo todo el día bajo el sol abrasador. ¡¡No es justo!!”. Me encanta la calma con la que el propietario habla con uno de estos airados obreros: “Amigo, no he sido injusto. ¿Acaso no acordaste conmigo que trabajarías todo el día por el salario acostumbrado? Toma tu dinero y vete. Quise pagarle a este último trabajador lo mismo que a ti”, y aquí viene la frase lapidaria: “¿Acaso es contra la ley que YO haga lo que quiero con MI dinero? ¿Te pones celoso porque soy bondadoso CON OTROS?”.
He leído muchas veces estas frases, pero esta vez, se me clavaron en el cerebro y en el corazón: ¿Te pones celosa porque soy bondadoso con otros? Tuve que admitir que sí, que muchas veces mi grito “¡¡No es justo!!” no es más que la pataleta de una persona envidiosa que mira con recelo la generosidad de Dios con otros, y olvida los millones y millones de bendiciones que recibe cada día al abrir los ojos, y cada noche al cerrarlos; que Dios no tiene que darme explicaciones sobre lo que hace con lo suyo y con los suyos, y que soy una de esas personas bienaventuradas que le tienen como Padre, que están seguras en Su mano, que tienen la certeza de la vida eterna en Su presencia… ¿En serio puedo pedir más? ¿En serio me atrevo a plantearme siquiera que Dios no sea justo? ¿En serio?
¿Sabes qué creo? (lo estoy aprendiendo gracias a un estupendo libro de Nicolás Tranchini). Cuando no valoro justamente lo que tengo al tener a Cristo, cuando Él no es mi mayor tesoro, nada será suficiente; pero, cuando Cristo es mi mayor tesoro, todo lo demás es prescindible, TODO.
Sí, Señor, tienes todo el derecho de hacer lo que quieras con lo que es tuyo. Ayúdame a alegrarme sinceramente y a alabarte cuando te vea siendo bondadoso con otros, y que jamás pase por alto lo muy bondadoso que eres conmigo cada segundo de mi existencia… y por la eternidad.