LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Música y letra: Obedeciendo tu palabra dulce

Obedecer Su Palabra es el mayor signo de adoración que podemos rendir a Dios

Este hermoso himno se suele cantar en el momento de la Comunión. En él se recuerda el sacrificio de Cristo en la cruz por amor al hombre, entre los que el poeta se incluye. Es una oración dirigida a Jesús agonizante, al cual se promete escuchar, y obedecer su dulce Palabra. En las estrofas se recuerda su cuerpo como pan del cielo, su sangre como bebida que vivifica, sus horas de agonía mientras estuvo clavado en la cruz, las bondades y los dolores de Cristo por el poeta (y por todos los que creen). La oración se convierte en la promesa de no olvidar el supremo acto de Cristo, y así cada estrofa finaliza con “me acordaré de ti” o “¿podré olvidarme de ti? Finalmente, la petición surge cuando el poeta se encuentre al borde de la muerte o cuando Cristo venga a buscar a su Iglesia, y entonces él también clama con seguridad: ¡Te acordarás de mí!

Para entender toda la extensión del sacrificio de Cristo hemos de meditar en lo que representa la crucifixión. Así seremos capaces de conmovernos y agradecer aún más este sacrificio físico, y sobre todo el sacrificio espiritual que supuso para Cristo dejar su trono, como dice otro himno, para venir a reconciliar al hombre con Dios, y por ello sufrir el castigo que solo nosotros merecíamos.

Obedeciendo tu Palabra dulce
que en humildad oí,
así lo haré, mi Dueño moribundo,
//me acordaré de Ti.//


Cual pan del cielo, tu llagado cuerpo
ha de ser para mí.
Tu sangre cual bebida, y de este modo
//me acordaré de Ti.//


¿Podré mirar tu cruz en el Calvario,
ver tu conflicto allí,
tus horas de agonía sin que al punto
//me acuerde yo de Ti?//


Mirando el leño en que la vida entregas,
clavado así por mí,
es imposible ¡Celestial Cordero!
//me olvide yo de Ti.//


Recuerdo tus dolores, las bondades
que a tu amor merecí;
Sí, mientras tenga aliento y lata el pulso,
//me acordaré de Ti.//


Y cuando desfallezca y llegue el día
en que haya de morir;
O vengas en tu reino ¡Jesús mío!
//¡Te acordarás de mí!//


Compositor: Thomas Hastings
Letrista original: James Montgomery
Letrista castellano: José María de Mora

El autor del himno, James Montgomery (1771-1854), nació en Escocia de padres irlandeses. Su padre era un pastor moravo, una denominación cristiana surgida en Moravia (República Checa) a partir del pre reformador Juan Huss, quien fue martirizado en 1415 por causa de su fe. Los moravos ponen un gran énfasis en la espiritualidad y en buscar una experiencia de cercanía con Dios; también hacen énfasis en la unidad cristiana y en la misión de evangelización, promoviendo actividades misioneras. Tienen muy presente el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

Por ello, no es de extrañar que cuando el pequeño James tenía apenas cinco años, sus padres decidieran partir como misioneros a las Islas Barbados en el Mar Caribe, dejando a su hijo en Irlanda con un grupo moravo que había en ese lugar. No podemos imaginar el desgarro emocional que experimentó el pequeño por la ausencia de sus padres, pero seguro que le marcó profundamente. Además, sus padres fallecieron algunos años más tarde, lo que hizo imposible volver a reencontrarse.

Y este hecho me hace ser muy consciente del sacrificio que muchos misioneros tuvieron que hacer al viajar a países muy lejanos para llevarnos y/o traernos el evangelio, alejándose a veces de sus hijos, haciendo imposible la vida familiar. Para muchos de estos misioneros, especialmente aquellos que fueron a regiones inhóspitas, se les puede aplicar el versículo de Mateo 19:29, que señala que cualquiera que deja, por causa de Cristo, padres, hermanos, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la tierra.

En 1792 Montgomery comenzó a trabajar en un periódico, el Sheffield Register, fundado cinco años antes por Joseph Gales, un pionero en el periodismo de opinión y de denuncia, en Sheffield (Inglaterra). Gales apoyaba causas consideradas radicales y tuvo que huir a Alemania dos años más tarde para no ser procesado. Entonces James Montgomery, en 1794, se hizo cargo del periódico al que llamó Sheffield Iris. Él mismo siguió con la línea anterior, apoyando causas poco populares como la abolición de la esclavitud, las reformas parlamentarias o la tolerancia religiosa y otras causas locales no bien vistas por las autoridades inglesas. Fue encarcelado varias veces a lo largo de tres décadas, debido a los editoriales que publicaba, aunque eso no hacía más que aumentar su popularidad en muchos sectores.

Aprovechando su estancia en las prisiones, escribió poemas que publicó en 1797 bajo el título “Diversiones en prisión”, un título bien curioso, que no hace justicia a la situación de las cárceles de la época.

Cuando era joven, Montgomery se había alejado de la fe en la que había sido instruido, pero cuando fue madurando regresó a la iglesia morava que le había cuidado y se convirtió en un defensor de las misiones cristianas, como sus padres.

Ya en 1825 dejó el periódico y se dedicó a la literatura y a promover las misiones extranjeras, aspecto aprendido en sus años infantiles con los moravos. Y fue entonces cuando se le concedió una pensión anual como reconocimiento a su labor a favor de la sociedad inglesa. 

James Montgomery escribió unos 400 himnos, entre los que se encuentra él que da inicio a éste que hoy nos ocupa. Es considerado, junto con Isaac Watts y Charles Wesley, como uno de los que más ha contribuido al desarrollo de los himnos en inglés. Y uno de sus estudiosos, John Julian, ha dicho de él: “El espíritu devocional de Montgomery era del tipo más noble. A la fe de un hombre fuerte unió la belleza y la sencillez de un niño. Ricamente poético sin exuberancia, dogmático sin falta de caridad, tierno sin sentimentalismo, elaborado sin difusión, ricamente musical sin esfuerzo aparente, ha legado a la iglesia una riqueza que sólo podría provenir de un verdadero genio y un corazón santificado».

El himno original inglés, “According to thy gracious Word”, se canta con la melodía de Hugh Wilson; sin embargo, la traducción al castellano, “Obedeciendo tu palabra dulce”, usa la del compositor Thomas Hastings.

El compositor de la melodía fue el estadounidense Thomas Hastings (1784-1872), que también compuso la música del famoso himno “Roca de la eternidad”.  Fue un profesor, compositor y recopilador de himnos espirituales. Así mismo publicó el primer tratado musical completo de un autor estadounidense.

Acordarse de Cristo es recordar cada día su amor, su sacrificio en la cruz, sus palabras, su fidelidad, su poder y su gracia, y ello nos lleva a obedecer su Palabra, que es el mayor signo de adoración que podemos rendir a Dios. En Santiago 1:22 se nos recuerda: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.

Y nuestra esperanza está en que Dios también se acuerda de nosotros en cada circunstancia y en cada tiempo, incluso en el momento de la muerte, porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte (Salmos 48:14).

Mª Luisa Villegas Cuadros

Caminemos Juntas
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.